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Óscar Cubillo
Lunes, 8 de mayo 2017, 12:13
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A pesar de sus más de 50 años de carrera, de su conocimiento del idioma castellano que usó con claridad el domingo en el 24º Musiketan, de haber vivido en países hispanos como México (su acento venia de ahí) o Ecuador, y de haber vacacionado varias veces por aquí, el folklorista Chris Smither no había actuado nunca en España. A sus 72 años, lo hizo por primera vez el viernes en San Sebastián (en el club Altxerri, que llenó; por cierto, el americano decía que había tocado 'ayer' por el sábado, pero se equivocó) y el domingo en Bilbao (en la Sala BBK, entre amigos en un día de calor).
Fue el suyo un concierto cálido de folk country-blues de porche ('porch blues', como lo llaman los estadounidenses). 16 canciones en 75 minutos. Un encuentro cálido y cercano que Smither abrió saludando en castellano: «Hola, qué tal la vida». Aparte, como mucha gente no hablaría inglés, en San Sebastián el dueño del local le pidió que explicara las canciones en castellano antes de tocarlas, pero como razonó el autor, es difícil explicarlas incluso en inglés.
Sentado en el medio del escenario, armado con una guitarra acústica que rasgaba al estilo fingerpicking (o sea con las púas a modo de uñas postizas, con lo cual el instrumento se desentona con más facilidad y por eso estuvo más pendiente del afinador en la segunda parte) y llevando el ritmo con ambos pies (percusión humana amplificada con un micrófono a ras de suelo), Chris Smither sedujo al respetable con sus escuetos parlamentos en castellano, con su bonhomía no impostada y con el humanismo de sus canciones: irónicas, melancólicas, sobre el amor o sobre el deseo ('Dont Call Me Stranger', que no le gusta a su madre porque trata sobre un seductor), o incluso sobre su padre ('Fathers Day / El día del padre', «que trata sobre decepcionarle, seguro que aquí a nadie le ha pasado»), todo cantado desde el punto de vista de un hombre vivido y adulto.
Apenas intercala versiones
Smither, un cálido cantautor americano de raíces básicas (country, blues y folk), compone sus canciones (contó antes de una que la escribió pensando en el blues de los años 30-40, «y se nota») y apenas intercala versiones. Dos buenas reconocimos: 'Sitting On Top Of The World' (el góspel de los Mississippi Sheiks) y 'Statesboro Blues' (la pieza del bis, escrita por Blind Willie McTell, como explicó él, y más popular por la revisión roquera de los Allman Brothers).
El cálido y sincero Smither, con sus mezclas de ragtime y blues remitió a menudo a Taj Mahal (la inaugural 'Open Up', la estupenda 'Hundred Dollar Valentine'), a la segunda unió lo viejo en plan el Reverendo Gary Davis con lo nuevo del ex marine Wayne Hancock ('Make Room For Me'), se apuró con boogie y se serenó con folk, se sentó en el porche como Corey Harris y se relajó como Ted Hawkins ('Small Revelations'), vendió su mercancía como las legumbres en su tierra, en Nueva Orleáns, Luisiana ('No Love Today', cuando empezó explicando que los vendedores ambulantes iban gritando, anunciando sus productos y se les oía a dos calles; este es un YouTube del mismo tema), y recolectó ovaciones y hasta aullidos. Al salir, mucha gente le compró discos, señal de su triunfo en esa bonita y memorable velada.
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