Estrella del rock y de Carabanchel
Johnny Cifuentes es el único superviviente de Burning: «No me he separado de mi mujer, sigo en la misma banda y tengo el mismo bar». El sábado toca en Bilbao
Oskar Belategui
Miércoles, 19 de abril 2017, 02:42
A Johnny Cifuentes (Madrid, 1955) no le gusta el término superviviente. «Es una palabra triste, como agarrarse a la pared con las uñas. No tiene nada que ver conmigo. Yo soy un tipo elegido, con una gran suerte gracias a mucho trabajo. No miro para atrás». Digamos entonces que Cifuentes es el único miembro originario de Burning que sigue en activo 43 años después su primer concierto. La suya es una historia que reúne todas las miserias y grandezas del rock. Éxitos, fracasos, peleas, drogas y las muertes prematuras de su vocalista inicial, Toño Martín, y del guitarrista Pepe Risi. Los Burning (con u, como lo pronuncia su teclista y líder) repasarán este sábado en Bilbao clásicos como 'Mueve tus caderas', 'Esto es un atraco' y, por supuesto, 'Qué hace una chica como tú en un sitio como este' (Kafe Antzokia, 22h. Entradas a 20 euros).
Burning se asocia al barrio de La Elipa, pero Johnny Cifuentes nació en Chamberí y creció en Carabanchel. «Vivía en los típicos bloques de pisos iguales, en un barrio gris con muchos descampados donde se jugaba a la lima (el hinque)», rememora. «Estábamos todo el día en la calle. En eso hemos palmado, porque ahora los padres nos angustiamos cuando tardan los hijos. En aquella época no existía el 'ten cuidado que te puede pasar algo'. Si ocurría, no nos enterábamos».
Johnny, todavía Juan Antonio, tuvo que ayudar en casa y a los 14 años su padre, taxista, le metió a trabajar en una tienda de recambios de automóvil. Un día le regalaron un single de Fórmula V que contenía por error un disco de los Doors. «Estaba condenado a ser taxista, pero alguien llamó a mi puerta para preguntarme si quería ser cantante de una banda de rock and roll». A los 18 años, trabajaba en la tienda hasta las ocho de la tarde y se iba a ensayar a un local en la carretera de Barajas hasta la una de mañana. «Pillaba el último autobús que me devolvía a Madrid. Pero es que con 18 años te saltas el muro de Berlín».
Cuando Johnny regresa a Carabanchel a visitar a su madre tiene sentimientos contrapuestos: orgullo de barrio y alivio por haberse ido. «Me encuentro a muy poca gente de entonces. Cuando los veo, pienso que menos mal que me fui, porque no se han movido. El rock me llevó del barrio al centro y me hizo conocer el mundo. He estado con gente maravillosa y he asistido a momentos irrepetibles».
¿Es cierto que cuando le anunció a su padre que pasaba del taxi y se metía a músico este dejó de hablarle hasta su muerte?
Antes uno se dedicaba a lo que hacía su padre. Y tu equipo de fútbol era el suyo. Mi hermano siguió sus pasos, era una autoridad que no se discutía. Un taxista de Madrid se sabe todo, qué ocurre en cada esquina. Y por supuesto que mi padre asociaba el rock and roll con la noche y la mala vida. Mantuvimos un pequeño pulso y la cosa acabó en que yo me piré y él se quedó en casa. Jamás lo olvidó y el pobre se fue a la tumba con ello. Los clientes del barrio le decían '¿has visto a tu hijo, que sale en la tele?'. Y él, mohíno, 'bah, ¿dónde te llevo?'. Nunca lo aceptó.
Pintándose en el camerino
Quique, Pepe Risi, Toño y Johnny empezaron en la música sin saber tocar. El teclista tuvo la suerte de que le diera clases de piano un monje catalán que hacía la mili en Madrid. El nombre del grupo (Ardiendo) lo decidieron una tarde que se asaban dentro de un 600 en la Castellana. Grabaron su primer sencillo en inglés sin hablar el idioma. «Estábamos enamorados de una música guiri Stones, Who, Led Zeppelin, Black Sabbath sin tener ni puta idea de lo que decían», admite. «Pero si te llegaba tan dentro es que tenía que ser buenísima. Alguna vez nos hemos llevado una desilusión al traducir las canciones. En cuanto a lo de tocar, siempre viene alguien y te dice 'pon este dedo aquí y este allí'. Yo no me convertí en un músico complejo. Me vale para expresar lo que siento, aunque reconozco que me encantaría tocar una de Chopin».
Burning se asocia al rock madrileño canalla y chulesco, a la arrogancia machista del «no es extraño que tú estés loca por mí». Pero en sus inicios reivindicaron la trangresión glam con maquillaje y ropa colorista. «Nos iba el rollo Bowie y T-Rex. Se nos adjudicó la etiqueta rock urbano porque había que ponerla, pero éramos más de performances. Tardábamos mucho en pintarnos los unos a los otros, un ritual magnífico en el camerino. Cuando había redadas nos asociaban al rollo maricón, como ellos decían».
Johnny vivió la Movida en primera fila. Fue vecino de Malasaña de 1978 a 1990, cuando se mudó a un chalé en las afueras con su mujer y sus dos hijas. Pinchó en el mítico Penta durante dos años. «Allí conocí a mi chica». Hoy que está de moda desprestigiar aquellos años, el músico reivindica «una bofetada de aire fresco, color y buen rollo». «Veníamos del barrio, de los días grises. Y nosotros tuvimos la suerte de que no sufrimos la apisonadora de la moda».
Pagaron la factura de las drogas.
Éramos ignorantes y atrevidos. Algunos tuvimos suerte y otros no. Todos queríamos ser Lou Reed; si se ponía hasta arriba y le salían canciones como 'Sweet Jane'... Ahora vuelve el caballo y me parece absurdo, con toda la información que hay y la de gente de talento que ha caído.
¿Sigue regentando El Cocodrilo, su bar en el barrio de Batán?
Desde 1988. No me he separado de mi mujer, sigo en la misma banda y tengo el mismo bar.
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