La «inenarrable ordinariez» del Himno a la Alegría
Un libro recoge las peores críticas recibidas por los mejores compositores de la Historia y sus obras maestras
César Coca
Martes, 29 de marzo 2016, 01:54
Se ha dicho muchas veces: la de crítico es la única profesión que no ha merecido en ninguna parte que levanten un monumento en su honor. Si, además, se dedica a la música la cosa se pone peor aún. La razón es bien simple: pocos gremios se han equivocado en tan gran medida a lo largo de la Historia. No tanto cuando juzgan las interpretaciones como cuando analizan las obras de estreno. En ese caso, la acumulación de barbaridades alcanzaría la altura de la azotea de un rascacielos de última generación. Algunos centenares de esos despropósitos aparecen recogidos por Nicolas Slonimsky en 'Repertorio de vituperios musicales' (Ed. Taurus).
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Veamos algunas tropelías, empezando por críticas escritas sobre la Novena Sinfonía de Beethoven, quizá la obra musical más conocida de todos los tiempos, que fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. De su cuarto movimiento, Ludwig Spöhr, crítico y compositor, escribió que es «feo, de mal gusto y trivial». Lo hizo tras el estreno, lo que no lo justifica, pero peor es lo que ¡en 1899! dijo el crítico de 'Musical Record' de Boston: del cuarto movimiento en su conjunto habló en términos de «música estúpida y absolutamente vulgar». Y de la melodía principal, el maravilloso Himno a la alegría, comentó que es «de una inenarrable ordinariez».
Frente a esos comentarios, parecen cosa menor lo que se ha escrito de la música de Alban Berg («prolija y fea», 'The Sun') o de la Sinfonía Fantástica de Berlioz: «Un caos aburrido», ('Home Journal de Boston'). A la 'Music Trade Review' de Londres, 'Carmen' le pareció como escrita «por el mismísimo Satanás». Y qué decir del juicio que al titular de la página de Música de la 'Gazette' de Boston le mereció la maravillosa Sinfonía Nº 3 de Brahms, con su tercer movimiento que hipnotiza por su belleza: «Es exasperantemente seca, reflexiva y fría», dijo. Brahms, un genio sencillo, amante de la buena vida, amigo de sus amigos y nada envidioso, suscitó las iras de muchos de sus contemporáneos. Chaikovski, que ejerció a veces de crítico, no se quedó precisamente corto: «Ese patán de Brahms (...) mediocre y ampuloso».
El autor de 'Un Requiem alemán' fue el rival en la Viena de la segunda mitad del siglo XIX de Anton Bruckner, que admiraba a Wagner. El organista de la iglesia de San Carlos Borromeo, un tipo dubitativo y triste, no escapó a las iras de los críticos de la ciudad. En las páginas del 'Wiener Allgemeine Zeitung' se dijo de él que componía «como un borracho». En la publicación berlinesa 'Iris', hablaron de las 'Mazurkas' de Chopin como una obra que cualquier profesor de Música «habría roto en mil pedazos». Un colaborador del 'Daily Advertiser' de Boston fue mucho más sarcástico al juzgar el 'Preludio a la siesta de un fauno' de Debussy: «El fauno debe de haber pasado una tarde horrible».
En las páginas del 'New York Telegram' fueron mucho más directos con 'Un americano en París' de Gershwin: «Es un disparate nauseabundo, tan aburrido, irregular, magro, vulgar, largo e inane que resultaría aburrido para el espectador medio de películas (...) Es un asunto barato y bobo». Parece mentira que siga interpretándose, se puede añadir. Cuando Liszt despuntaba, la 'Dramatical and Musical Review' de Londres dijo de él que era «un esnob salido de un frenopático. Escribe la música más fea que existe».
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De la Quinta de Mahler, una de las obras más populares y hermosas jamás escritas, el crítico de 'The Sun' escribió en 1913 (una docena de años después de su estreno) que en ella su autor «no tiene nada que decir y tarda una cantidad de tiempo asombrosa en decirlo». Al este de Europa, en Rusia, tampoco se andaban con paños calientes. De Mussorgski escribió su colega Chaikovski que era «un individuo muy limitado sin ningún deseo de educarse (...) Además, tiene un carácter ruin, grosero, tosco y basto».
El crítico del 'American Mercury' de Nueva York no se quedó corto en el vituperio contra el 'Bolero' de Ravel: «Considero que es la monstruosidad más insolente que se ha perpetrado en toda la Historia de la Música». Sigamos subiendo peldaños en las críticas agresivas. En el 'Chicago-Record Herald' se publicó en 1913 que «un gato caminando sobre el teclado de un piano podría producir una melodía más agradable que cualquiera de las que surgen de la conciencia» de Schönberg. El compositor y crítico ruso Cesar Cui dijo de Richard Strauss en fecha próxima que se le definía con cuatro palabras: «Poco talento, mucha impudicia». Y también en los mismos años, 'Musical Times' de Londres publicó a raíz del estreno de 'La consagración de la primavera' que en su mayor parte no es otra cosa que «un ruido espantoso».
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El delicado Chaikovski, que mostraba una cara bien distinta en sus críticas, también recibió lo suyo. El célebre crítico Eduard Hanslick escribió de su Concierto para violín, uno de los más aclamados del repertorio, que «apesta al oído» ('Neue Freie Presse'). Aún peor es lo que un colaborador del 'Evening Transcript' de Boston dijo de la Sinfonía Patética, con ese final tan doloroso que encoge el corazón del oyente: «Es lo más inmundo que puede llegar a ser la música».
En el capítulo de aspirantes a profeta debe ser necesariamente incluido el crítico de la 'Gazette Musicale de Paris', que aseguró respecto de 'Rigoletto' de Verdi que «tiene escasas posibilidades de pasar a formar parte del repertorio». Verdi aún debe de estar partiéndose de risa en su tumba. Lejos de allí, en otro panteón, el autor de la 'Tetralogía' le acompañará en la carcajada al leer lo que escribió Moritz Hauptmann: «No creo que ni una sola de las composiciones de Wagner le sobrevivan». Claro, que para finura en el análisis la del crítico de 'Musical World' de Londres, que en 1855 arrancó un texto así: «Al ser un comunista, herr Wagner está deseoso de obligar a las artes a que se asocien a sus principios políticos y sociales». Sin embargo, el premio a la crítica más cáustica debe concederse sin ninguna duda a Lawrence Gilman, que recibió las 'Cinco piezas para orquesta' de Webern con esta lacónica frase: «La ameba lloriquea». ¿Se puede ser más hiriente?
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Esa música «exasperantemente seca»... la Sinfonía Nº 3 de Brahms
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