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Oskar Belategui
Viernes, 16 de septiembre 2016, 15:44
La lluvia no quiso perderse la inauguración del Festival de San Sebastián, que arrancó su 64 edición con la alfombra roja protegida por plásticos. Nada nuevo en un certamen que da la sensación de reunir más gente, más actos y más películas que nunca. Solo en la sección oficial hay 25 títulos, lo que obliga a tragarse cuatro películas al día únicamente en ese apartado. El filme elegido para el pistoletazo de salida vino firmado por una directora francesa desconocida y protagonizado por una actriz que, sin ser una estrella, es idolatrada por los seguidores de Borgen, esa serie que citan nuestros políticos y que narra las luchas de poder y las miserias de la primera mujer que alcanza el puesto de primera ministra en Dinamarca.
La doctora de Brest (traducción del original y más sutil La hija de Brest) es una de esas historias del individuo en lucha contra el sistema basada en hechos reales. Su heroína es una médico de provincias, una neumóloga que descubre una conexión directa entre el consumo de un fármaco para adelgazar y tratar la diabetes y problemas de corazón que llevan a la muerte a los pacientes. La propia Irène Frachon, la protagonista real, acompañó en San Sebastián a la directora Emmanuelle Bercot y a Sidse Babett Knudsen para explicar su odisea tratando de que fuera retirado del mercado el Mediator, que causó más de 500 muertes y alrededor de 3.500 hospitalizaciones por lesiones en las válvulas cardíacas entre 1976 y 2009 en Francia.
El malo de la película, claro está, es un poderoso laboratorio farmacéutico, Servier, que torpedeó la investigación de la doctora Frachon y hasta obligó a retirar de las librerías un libro con el resultado del estudio. La doctora de Brest es una cinta bienintencionada, que se sigue con interés pero que rezuma un tufillo televisivo. Ni siquiera la interpretación pelín histriónica de Babett Knuden logra dotar de empaque un filme que ya tiene distribución española. El honor de inaugurar un festival de la categoría de San Sebastián obedece a otras razones. A saber, el año de la capitalidad europea no se podía arrancar con una americanada.
Al menos, el filme ofreció una insólita estampa en la mesa de la rueda de prensa, donde todas sus componentes eran mujeres. Frachon contó que en España el Mediator se comercializó bajo el nombre de Modulator y que fue retirado del mercado en 2003 cuando algunos médicos vieron que era veneno. El laboratorio alegó que su retirada obedecía a motivos económicos porque no era rentable. En Francia no se dejó de vender hasta 2009. «He sufrido una censura inaceptable en mi país por dar testimonio de un crimen industrial», contó la doctora real, a la que la Justicia acabó dando la razón.
La agencia nacional de medicamentos y los laboratorios humillaron a esta brava bretona por ser mujer y médico de provincias. De religión protestante, con la cruz de los hugonotes al cuello, Irène Frachon se enorgullece de que sus padres la criaran siendo fiel a principios cristianos. «No tener miedo, hacer ver a los demás que no están solos e interesarse por los que sufren, sobre todo si eres médico». Tratar con pacientes le hizo dar un paso adelante y jugarse su carrera. «No tenía ante mí a enfermos, sino a personas que habían sido envenenadas hasta morir».
Frachon, que habla incluso de «suplicio» cuando cita a las víctimas del Mediator, mujeres que solo querían «estar más hermosas», ya no va a congresos médicos por la hostilidad que despierta. «Los laboratorios me han dejado tranquila, pero los médicos que trabajan para ellos se muestran muy agresivos».
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