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Bud Spencer (derecha) y Terence Hill.

La última bofetada de Bud Spencer

Fallece a los 86 años el actor italiano, el rey de los tortazos en los cines de barrio de los 70 y 80

Oskar Belategui

Martes, 28 de junio 2016, 00:25

Los cuarentones que en los 70 y 80 devorábamos gominolas en las salas de barrio no hacíamos distingos: hoy Érase una vez en América; mañana, Estoy con los hipopótamos. Con el tiempo descubriríamos que la cinefilia consiste en saber que la primera la dirigió Sergio Leone. La segunda pertenecía a una categoría que despertaba adhesiones inmediatas: una de Terence Hill y Bud Spencer. Para las enciclopedias del séptimo arte, esta pareja de actores merecería una simple nota a pie de página en el epígrafe comedia italiana. Pero Bud Spencer sigue bullendo en nuestra memoria sentimental, gigantesco, barbudo y sin ojos, propinando sonoras bofetadas con la mano abierta.

Se llamaba Carlo Pedersoli, nació en Nápoles en 1929 y ayer murió en un hospital romano a los 86 años. «Mi padre ha muerto pacíficamente. No padeció, estábamos todos con él y su última palabra fue gracias», expresó su hijo Giuseppe. Volvamos a los cines con olor a pipas. A Bud Spencer y Terence Hill les descubrimos en los westerns paródicos de la serie Trinidad. Pasaron luego a la sátira del cine policíaco con Dos superpolicias. A la manera de Cantinflas, alternaron oficios y hasta les vimos de curas en Dos misioneros. A veces, Spencer le ponía los cuernos a Hill y formara pareja con otros galanes, como el Giuliano Gemma de También los ángeles comen judias, que vieron por cierto dos millones de españolitos.

En su muerte, este comediante de las tortas no recibirá los parabienes de Vittorio Gassman ni Massimo Troisi. Lo suyo era extraer comicidad de las hostias, un mecanismo que después reivindicaron Tarantino y la postmodernidad. La violencia en sus películas resultaba divertida, máxime si Spencer siempre se mostraba inalterable hasta extremos dignos de Buster Keaton. «Al público no le gusta que yo sea inteligente, quiere que mis comportamientos sean predecibles: ahí radica la clave del éxito», confesó a este periodista en 2004, cuando el Festival de Peñíscola le homenajeó. «Todo el mundo sabía que nuestras bofetadas eran de mentirijillas, no había sangre ni muertos».

Pedersoli vivió intensamente antes de ponerse por primera vez delante de una cámara. Hijo de un industrial del acero, tonteó con las carreras de Químicas y Derecho, pero los viajes de su familia interrumpían su vida universitaria. Trabajó en una cadena de montaje en Brasil, de bibliotecario en Argentina y hasta de secretario en la embajada de Italia en Uruguay. La natación fue su ocupación más constante: nadó durante diez años como campeón nacional y representó a su país en los Juegos Olímpicos de Helsinki, Melbourne y Roma.

La piscina se le quedaba demasiado pequeña a este Sansón, el primer italiano que bajó del minuto en los cien metros libres. Figurante en Quo Vadis, trabaja en una empresa que construye la autopista panamericana hasta que a principios de los 60 regresa a Roma y se casa con Maria Amato, hija del productor de La dolce vita y madre de sus tres hijos. Compone canciones, escribe bandas sonoras y produce documentales para la RAI antes de que, en 1967, un viejo amigo, Giuseppe Colizzi, le ofrezca un papel en Tú perdonas... yo no.

Carlo Pedersoli se convirtió en Bud Spencer, Bud por la cerveza Budweiser, Spencer por Spencer Tracy, el actor favorito del italiano. Con Terence Hill perpetuó el rol del cachazas que saca de los líos al pícaro a tortas: Y si no, nos enfadamos, Dos superpolicias, Y en Nochebuena ¡Se armó el belén!... Siempre fue un justiciero accidental, un paladín refunfuñón: Pies negros, Zapatones, El sheriff y el pequeño extraterrestre... «He lesionado algunos extras y los caballos salían corriendo cuando me veían», confesaba en Peñíscola esta mole benigna, que juraba recordar cada una de sus 105 películas y que solo había ejercido la violencia cuando jugaba al waterpolo. «En nuestra cultura latina, cuando alguien no tiene nada que decir da bofetadas».

     

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