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jorge sanz casillas
Lunes, 22 de febrero 2016, 01:16
Hubo un tiempo no muy lejano en que la gente entraba en Altamira como el que se planta delante del Acueducto de Segovia o el Alcázar de Toledo. Entre los años 1982 y 2001 las visitas no seguían ningún control y cada año bajaban a la cueva unas 11.000 personas (45 por día laborable). Y no parecía mal a nadie. Como tampoco fumar en los hospitales o conducir sin el cinturón de seguridad. Hoy las cosas son muy distintas gracias a la revolución pacífica de Gaël de Guichen, padre del actual régimen de visitas a la cueva.
«Cuando nosotros empezamos a trabajar, el Patronato nos pidió responder tres preguntas», recuerda este ingeniero químico francés. «Primero, después de diez años cerrada, cuál es el estado de las pinturas. Segundo, si puede absorber la presencia de humanos. Y tercero, si podemos hacer un programa de conservación preventiva para el futuro».
Varios meses después de concluir su trabajo, Altamira es un ejemplo de cómo cuidar el patrimonio cultural. La cueva no solo abrió, sino que cada semana recibe a cinco visitantes y dos expertos sin que eso suponga un riesgo para el ecosistema. «Creo que la presencia humana limitada y controlada no daña las pinturas. Las pinturas se dañan naturalmente y no podemos hacer nada. En Altamira la mitad del dibujo está dañado porque lleva 18.000 años sufriendo infiltraciones. Se daña y hay que aceptarlo. Cuando nosotros estábamos trabajando cayó una gota con un milímetro cuadrado de pigmento. ¿Qué podemos hacer? ¿Cerramos la cueva? Yo pienso que, dentro de otros 18.000 años, los españoles verán una cueva de Altamira un poco más dañada. Pero es la naturaleza. Necesitamos aceptar esto», insiste.
¿Pagar por entrar?
El principal argumento que esgrimió su equipo para reabrir Altamira fue que la temperatura y la humedad de la cueva apenas cambian con la entrada de turistas. La visita dura unos 37 minutos, de los que solo ocho discurren por la celebérrima sala de los bisontes. En ese tiempo, la temperatura asciende de 14,18 a 14,41 grados. Una variación mínima que se deshace en apenas 120 minutos, que es lo que tarda la cueva en recuperar su temperatura original.
Como las más de 500 personas que en los últimos dos años han entrado en Altamira no han supuesto «afecciones significativas», el Patronato del Museo Nacional y Centro de Investigación acordó la pasada semana estudiar en qué número y condiciones se pueden incrementar las visitas, que se reanudaron de forma experimental en febrero de 2014 tras permanecer la cavidad doce años cerrada al público.
Ahora pueden acceder cinco personas elegidas por sorteo los viernes entre quienes estén visitando el museo. Acompañados por un guía y ataviados con buzo, gorro y mascarilla, los afortunados se adentran en la cavidad durante 37 minutos, ocho de los cuales se reservan para admirar los bisontes del techo de la famosa sala de los polícromos, que da a Altamira el sobrenombre de Capilla Sixtina del arte rupestre.
El órgano encargado de analizar y determinar la ampliación de las visitas a esta cueva Patrimonio de la Humanidad es la Comisión de Seguimiento del Plan, que será coordinada por José María Ballester, nombrado por el Patronato para el cargo. Además, el experto deberá evaluar la posibilidad de abrir el sorteo en internet a personas de todo el mundo.
Revilla quiere a Obama
Asimismo, Ballester tendrá que estudiar si entre las visitas experimentales se pueden encajar accesos puntuales para personalidades de «relieve mundial», como el presidente de EE UU, dado el interés de Barack Obama por conocer Altamira, según apuntó el presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla.
Tanto el aumento de visitantes como los accesos excepcionales se harán respetando principios de acceso igualitario a la cultura y los criterios de precios que rigen la entrada a todos los museos estatales, por lo que se descartaría la subasta de entradas que propuso -y retiró ante la polémica suscitada- el consejero de Turismo de la región, Franciso Martín, integrante del Patronato.
Aprovechando el éxito de las visitas, a comienzos de año el consejero de Turismo cántabro deslizó la idea de «subastar» algunas entradas para explotar económicamente la cueva. «Hay personas dispuestas a pagar muchísimo dinero por entrar en Altamira», defendió. Esta propuesta generó posturas enfrentadas, pero Gaël de Guichen no lo ve mal siempre que la gente pueda seguir entrando gratis y no se modifique al régimen de visitas de la cueva.
«Esa idea no es nueva -explica-. Cuando iniciamos el trabajo en 2012 ya la gente decía que se podía. Se puede, ¿por qué no? Para mí, el patrimonio está para enriquecer la cultura de la gente. Yo vivo en Roma y, para un americano que llega a Roma, ver algo con 2.000 años de antigüedad es increíble. Para los europeos, algo de 2.000 años es relativamente normal. Pero algo de 18.000 años... Y con esa calidad en la pintura... La gente debería verlo sin pagar. El Estado debe mostrar esto al máximo de personas siempre que no se dañe».
Lo cierto es que el Patronato de la Cueva, en su última reunión, aprobó el planteamiento de aumentar mínimamente el número de visitas que acoge la cueva, siempre de manera controlada y experimental, y también la posibilidad de que esas entradas se puedan sortear en internet, para que no solo tengan opción los visitantes del museo que cada viernes entran en el sorteo, sino solicitantes de otros lugares del mundo.
Ejemplo de conservación
Hace una semana, Gaël de Guichen impartió una conferencia en el Instituto del Patrimonio Cultural de España en la que comparaba el estado de Altamira con el de otras dos cuevas de importancia mundial, Lascaux y Chauvet, ambas en Francia. Las circunstancias de Altamira provocan que juegue con cierta desventaja, pues se encuentra a muy poca profundidad: apenas seis metros frente a los ocho de Lascaux y los 60 de Chauvet. Esto hace que sea mucho más vulnerable a las filtraciones de agua, enemigo natural de los pigmentos que la adornan.
Son precisamente Chauvet (32.000 años de antigüedad) y Altamira (18.000) las que mejor se conservan por lo poco que se ha trabajado sobre ellas. En Lascaux instalaron un sistema de aire acondicionado que permitiera la entrada de visitantes y desató un problema de microorganismos que puede afectar a las pinturas rupestres. Trataron de combatirlos con cal viva y fue peor el remedio que la enfermedad. Hoy la cueva está cerrada al público, aunque se está realizando una copia exacta, en la línea de lo hecho por el Museo de Altamira.
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