«Fui a la conservera con 7 años y no llegaba ni a la mesa»
La muestra 'Beti eskamak kentzen' saca a flote las historias de mujeres que han trabajado desde niñas limpiando bonito y anchoa en Ondarroa
Mirari Artime
Jueves, 4 de septiembre 2025, 15:50
Mari Carmen Azkarate comenzó a descabezar anchoas y limpiar bonito con 7 años y recuerda que no llegaba ni a la mesa de trabajo con el resto de mujeres. «Me ponían una piedra para estar a la altura y el primer día aproveché la media hora que nos daban para merendar para escaparme porque no podía soportar el olor», relata una de las protagonistas de las cientos de historias que han sido rescatadas en el trabajo 'Las mujeres de la conserva. De vocación conservera' realizada por las investigadoras Amaia Apraiz y María Romano Vallejo.
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También se incluye una exposición titulada 'Beti eskamak kentzen' -'Siempre quitando escamas'- y un vídeo que estarán en la galería municipal de Ondarroa hasta el próximo domingo día 14 con los testimonios de nueve mujeres de la localidad costera.
Al igual que otras niñas, Mari Carmen estudiaba por las mañana y a la tarde acudía a la fábrica. «Pedíamos permiso al director de la escuela para ir a trabajar, a quitar cabezas a las anchoas, aunque no nos cotizaban y si te hacías daño tenías que ir con el seguro de otro», explica.
«Era muy duro», refrendan tanto María Dolores como María Rosario. «Era muy penoso. Limpiábamos las tripas del bonito de rodillas sobre cajas de madera mientras la máquina cortaba las rodajas que luego había que empacar en las parrillas».
Otras como Margarita Urbieta recuerda que empezó algo más tarde; con 12 años. Quitaba la cabeza a las anchoas hasta pasar a pescados más grandes como el chicharro o los túnidos. Todo ello a pesar de que por ley estaba prohibido el trabajo infantil en las fábricas hasta los 14 años.
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Canciones
Sin embargo, tal como cuenta otra de las entrevistadas, Emilia Sistiaga, las niñas se tenían que esconder cuando aparecía algún inspector. «En las temporadas en las que había mucha necesidad había menores y cada vez que venía un inspector teníamos que escondernos hasta que se fueran y eso también pasaba en otros pueblos como Bermeo; pero no se podía decir», explica.
También guardan recuerdos bonitos y alegres. «La merienda era un momento muy especial, todas con la batas verdes sentadas en el puente o cuando cantábamos mientras trabajábamos», detallan.
«La fábrica era el sitio el espacio donde íbamos a trabajar, pero también se reivindicaba, se pelaba, se vivía y se hacían amigas», revive Urbieta quien luchó por los derechos de laborales como enlace sindical en varias conserveras consiguiendo que las empresas les aportaran un uniforme seguro, entre otras mejoras.
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«Hoy en día, gracias a Dios, no tiene nada que ver, aunque hasta históricamente los salarios han sido bajísimos por la mentalidad que se tenía que el sueldo de una conservera es para acompañar y complementar al del marido», coinciden tras recalcar que forman parte de un sector clave en la economía de los municipios costeros.
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