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El teniente de alcalde de Gernika se lleva a su hijo como traductor a un acto oficial a Auschwitz. El viaje del joven corre a cuenta del Ayuntamiento. Cuando el gasto es cuestionado por la oposición, el edil se justifica apelando al sentido práctico. Su hijo es «un buen conocedor del inglés». Y contratar a un profesional habría resultado «más caro». Atendiendo a ese criterio, en Gernika las reparaciones en las calles podrían asignársele a un primo del alcalde que fuese manitas y a la familia le hiciese precio. Estarán conmigo en que sería un poco extraño.

También lo es que en Gernika, una villa de evidente simbolismo mundial, no tengan solucionado de algún modo el asunto de los viajes y los idiomas. Pienso en algún concejal que hable inglés, en alguna clase de colaboración con el Museo de la Paz (se realizan allí visitas en inglés o francés) o en cualquier otro método que garantice que las relaciones internacionales vayan como la seda sin que el teniente de alcalde tenga que llevarse a su hijo a conocer la bonita y animada Cracovia.

Otra opción es conseguir el traductor en destino. Tratándose de una visita oficial, no parece que el Museo Memorial de Auschwitz pueda tener mucho problema en encargarse de eso. Cualquiera que haya visitado el campo sabe que en él funciona un completo e incansable servicio de guías e intérpretes. De hecho, lo que resulta muy complicado, sobre todo en Auschwitz I (el campo de trabajo original), no es que te acompañen, sino que te dejen recorrer aquello por tu cuenta.

«Es todo una maniobra de Bildu para desprestigiarnos», ha dicho el alcalde de Gernika, que es casualmente el hermano del teniente de alcalde y el tío, por tanto, del joven traductor. En los folletines no es infrecuente que se enreden de este modo las genealogías. Y la vida política en Gernika ha tenido en los últimos años bastante de folletín.

Aun así, importa más la verdad de los hechos que el motivo por los que los hechos se destapan. Es que el motivo, además, siempre es el mismo: el interés. Claro que sí. Por eso el equilibrio de intereses funciona como el motor más eficaz de nuestra vida pública. No es un motor perfecto, pero sí uno duro, obstinado, inagotable. Sirve, por ejemplo, para que en un Ayuntamiento no puedan tomarse sin riesgo decisiones propias de una pequeña empresa familiar.

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