Cierra el Museo del Vino de Ledesma, que nunca servía txikitos
El local, perteneciente a la misma familia que explota el Antomar y Aizari, cesará este viernes tras más de 38 años de actividad
Tal como vino se fue. El Museo del Vino de Ledesma, un clásico de la hostelería bilbaína, será historia a partir de esta Nochevieja. Bajará ... la persiana un día antes tras abrir sus puertas hace más de 38 años. Con aire de taberna andaluza, echó a andar el 20 de agosto de 1984 con una particularidad que seguramente le privó, sobre todo en los primeros años de actividad, de una enorme clientela. Solo servía vinos, los mejores caldos, pero nada más -la cerveza nunca ha hecho acto de presencia-.
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Y tampoco los servía de cualquier manera. Su dueño, José Antonio Burgo, jamás sacó txikitos a la barra. Ni a las mesas del comedor, con capacidad para 40 personas, donde los comensales se chupaban los dedos con recetas de toda la vida, como bacalao al pil-pil, ensaladilla rusa y raciones de jamón ibérico de bellota cortado a cuchillo con pulso fino. El tabernero solo acercaba a sus fieles botellas en tres tamaños: de tres cuartos, tres octavos y en formato mágnum. Vinos nacionales, fundamentalmente de Rioja y Ribera del Duero, pero también italianos y franceses.
Por eso nunca fue un bar que respondiese a los cánones del tradicional poteo, aunque a los dos años de la apertura ya era uno de los destinos en los que los parroquianos hacían paradas de más duración que en el resto de establecimientos de la zona.
El empeño de José Antonio por prescindir de los pequeños tragos constituyó una losa en los albores. Al público le costó asimilar «durante mucho tiempo» que en el Museo del Vino no había sitio para los vasos pequeños. Respondió con la peor de las respuestas: pasando de largo. «Monté algo muy diferente y no entraba nadie. Costó arrancar el negocio», reitera. Hasta que su arriesgada apuesta empezó a calar y a convertirse en lo que ha sido durante prácticamente toda su historia, un imprescindible de El Ensanche.
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Pero el tiempo de este establecimiento toca a su fin. Con 64 años, el hostelero roza con la yema de sus dedos la jubilación por falta de relevo generacional. «Me ha pasado lo que a tantos negocios de Bilbao: la falta de continuidad», resume. A partir de ahora, José Antonio Burgo se dedicará a lo que acostumbra hacer en vacaciones, «pero durante todo el año. Descansaré».
Han sido muchos años al frente de un local que jamás trabajó los fines de semana. Cerró todos los sábados y domingos, aunque ha metido horas a destajo. Abría a las diez de la mañana y, salvo un pequeño descanso a media tarde, pocas veces cerraba antes de la una de la madrugada. «Eran otros momentos. La hostelería está cambiando de una forma muy rápida. Ahora, era difícil que trabajásemos más allá de las diez de la noche», admite.
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Poca tristeza y nostalgia
En su inminente despedida, a Burgo en absoluto se le ve triste, ni siquiera nostálgico. «Ha llegado la hora», se sincera. Sin embargo, los clientes más veteranos no pasarán página tan fácil al recordar los chuletones, las croquetas de bacalao y muy especialmente el 'más-mix', un plato «mítico» que llevaba ventresca de bonito, anchoas del Cantábrico, alegría riojana y cebolleta con vinagre de Jerez. Tampoco olvidan el cuadro de 'El borracho', de Emilio Campos Goitia e inspirado en un holandés, colocado a la entrada del local.
Con la retirada de José Antonio Burgo, hijo del popular Antonio -fallecido el pasado mes de marzo- Ledesma pierde uno de los eslabones de una de las grandes sagas de la hostelería bilbaína. Su hermano Jorge sigue al frente del Antomar, mientras que Roberto lleva las riendas del Aizari. El Ledesma, de su hermana Begoña, lo alquilaron hace años, como probablemente sucederá con el Museo del Vino. Una calle que ya en 2014 se quedó sin otra de sus grandes enseñas con la desaparición de la Taberna Taurina.
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