Cierra el Corto Maltés, un clásico de la hostelería bilbaína
Baja la persiana tras casi 20 años como uno de los reyes de la noche ante la imposibilidad de asumir la compra del local
Era un clásico de los combinados y destilados bilbaínos pero también ha bajado la persiana. El Corto Maltés, un histórico de la noche, ha cesado ... la actividad. El pub de María Díaz de Haro ha cerrado sus puertas, como tantos otros negocios de la villa, víctima en parte de los efectos de la pandemia y de los alquileres desorbitados de una ciudad que va quedándose sin referentes que marcaron toda una época.
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El establecimiento estaba próximo a cumplir 20 años -abrió el 15 de diciembre de 2002- y siempre fue de la mano de Gorka Argul, un hostelero que hizo nombre primero con la Compañía del Ron de Alameda Urquijo durante seis años, desde 1996 hasta 2002, tras «heredar» el negocio de Josu, «el único jefe que he tenido», dice, propietario de la Antigua Cigarrería de Astarloa, y montar su local en el número 20 de María Díaz de Haro.
Arrasó desde un principio apoyado por un Indautxu que entonces se comía toda la noche. Convirtió su negocio en el epicentro de los tragos largos (long drink), «sello característico» de la casa, y los cócteles. Y de los «mejores whiskies, champagnes, con más de 70 referencias, y cigarros habanos», de sus más de 100 vitolas diferentes, cuando todavía «se podía fumar en los bares», recuerda Gorka, que explotaba el Corto Maltés en régimen de alquiler. «Era un establecimiento gourmet», resume con cierta añoranza. Empleaban en sus elaboraciones fruta deshidratada y hielos con sabor en busca de «la copa perfecta». A la hora del aperitivo servían selección de ibéricos Joselito, caviar, anchoas y, por supuesto, vermús preparados.
Cifras disparadas
Con el contrato de arrendamiento a punto de vencer, los dueños del inmueble trasladaron la opción de compra a Gorka, que encargó una «tasación externa» con el propósito de alcanzar un acuerdo razonable, que se ha revelado, sin embargo, imposible. «Ellos siempre tuvieron la intención de vender y encargué la tasación para conocer la realidad del mercado, pero mi propuesta quedó a años luz de lo que los dueños pedían y de las cifras recogidas en el informe de tasación. Era inviable», asevera. Ante la imposibilidad de cualquier tipo de aproximación, optó por el cierre, aunque los titulares del edificio reconsideraron nuevamente la alternativa del alquiler, si bien supeditada en todo momento a una compra definitiva. Al final, no ha quedado más remedio que la «liquidación».
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El «último día de facturación», asegura Gorka, coincidió con el concierto de Fito, en San Mamés, el pasado 11 de junio. Una fecha redonda que recordó los llenos históricos de un pub erigido en uno de los imprescindibles de la noche. A Gorka, próximo a cumplir 51 años, la pandemia también le pasó factura, «como a casi toda la hostelería» de la ciudad. «A todo el mundo le ha afectado. No corren los tiempos de entonces, pero podíamos haber seguido», confiesa. A su negocio le quedaba un margen de recorrido por la fidelidad de una clientela que nunca le dio la espalda. Ni siquiera desde el estallido del coronavirus, pese a reconocer que la «noche ha cambiado mucho». Y no, precisamente, «a mejor».
Argul no se va triste, pero sí «nostálgico», porque prefiere quedarse únicamente con los «momentos buenos e inolvidables», que han sido «un montón. El día de la inauguración mi hijo mayor tenía 50 días y estaba en el carrito a las puertas del Corto Maltés», ya historia de una hostelería que lucha con uñas y dientes para evitar la pérdida de más referentes.
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