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Ahí se ve claro, en el cuadro, y los datos casi no necesitan de más comentario. El 30% de las bilbaínas entre 18 y 29 ... años se siente sola y es el colectivo de la ciudad que más padece esa sensación. Mientras, entre los hombres de esa edad la proporción se reduce al 21%. Sólo el 14% de ellas dice no sufrir problemas emocionales, es decir, el 86% sí los padece, el porcentaje más alto en todos los grupos de edad. En los varones jóvenes quienes están bien son casi el triple, el 36,4%. En cuanto a la salud en general, solo el 76,4% de las chicas están satisfechas con ella, frente al 92,8% de los chicos. Igual es por falta de sueño, porque el 35,6% de ellas no descansa lo suficiente, proporción que entre ellos se queda en el 25,1%.
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En esa edad, entre los 18 y los 29 años, es en la que se dan las mayores diferencias entre géneros y en varios indicadores las mujeres jóvenes son las que padecen las peores situaciones. Es decir, en otras franjas de edad hay mucha más igualdad entre hombres y mujeres.
Otros indicadores relevantes y sintomáticos son el tabaco y el alcohol. El 64,3% de las chicas tienen consumos intensivos de bebidas alcohólicas (cuatro o más unidades en cada ingesta) y son el colectivo que más bebe de este modo en Bilbao. Los chicos de la misma edad lo hacen en una proporción bastante menor, el 48%. Ellas también fuman más: el 20,7% frente al 13%. Todos estos datos aparecen en un estudio realizado por el Ayuntamiento el año pasado llamado 'Hábitos y estilos de vida saludable en la población de Bilbao', y coinciden con la tendencia ya apuntada por otras encuestas a nivel autonómico y estatal.
Que después de décadas de avance hacia algo parecido a la igualdad ocurra ahora esto denota o un estridente retroceso en logros que se creían medio consolidados, o que esos logros realmente nunca habían llegado. Y tiene además que ver todo esto con el hecho también constatado de que en edades tempranas regresa con cierta furia el discurso más machista, propulsado por el combustible funesto de las redes sociales.
Como siempre, la clave está en la educación. «En esto, en la educación, estamos fallando», se duele José Miguel Fernández, presidente de la asociación Clara Campoamor, referente en la militancia por la igualdad. «Se educa de manera diferente a chicos y chicas y no solo en los colegios; también, y sobre todo, en la sociedad, en la familia, en internet...». Como derivada extrema está el aumento de las agresiones sexuales «cada vez contra chicas más jóvenes y por parte de conocidos», y también crece la violencia de género «en parejas jóvenes».
Las responsabilidades de que esto pase están muy repartidas. En el sistema educativo hay una crisis de «autoridad» y «los profesores tienen miedo a que les pongan una queja, una denuncia, al papeleo... Cuando se sanciona a un crío lo primero que se hace es poner en duda al docente», que para «evitar problemas» adopta una posición próxima a la indolencia. «Se está abandonando la juventud a su suerte».
También en casa se falla, con unas familias que delegan parte de la educación en los abuelos, que en ocasiones tiran de roles de género tradicionales. Y, lo que es peor, a veces hacen esa delegación «en las tablets y los móviles», cuyo uso aplaca mucho los ímpetus de niños y adolescentes.
Al final, cuando llegan a la mayoría de edad, resulta que buena parte de la socialización de los jóvenes se ha hecho y se sigue haciendo «por internet», de modo que las redes sociales se convierten en «las grandes fuentes para crear su personalidad». El problema es que no son fuentes buenas porque proliferan los contenidos en los que se exageran los roles de género y «se convierten en 'mainstream' culturas que no han avanzado como la nuestra en materia de igualdad».
Es que no todas las partes del mundo han llegado a una conciencia de género como lo ha hecho Europa. Y lo que ocurre ahora es que son esos países, en los que la cultura y la religión tiran hacia modelos que creíamos superados hace tiempo, los que generan mayoritariamente contenidos que consumen los jóvenes bilbaínos, vascos y españoles.
«Hay una tendencia para desacreditar a las chicas», apuntala Ana Estévez, profesora de Psicología en la Universidad de Deusto y directora del Máster en Psicología General Sanitaria. Menciona modas que se difunden en Tiktok e Instagram como «las 'chicas km. 0', que son las que no han tenido parejas, o las 'tradwives', que son mujeres tradicionales».
La cuestión es que a partir de la adolescencia hay cambios. «Hasta los 13 o 14 años la incidencia de la depresión en chicos y chicas es similar; pero a partir de esa edad ellas tienen unos niveles mucho más elevados tanto en depresión como en sintomatología depresiva y tristeza». En buena medida, porque «a las mujeres la sociedad nos exige mucho más, por ejemplo, en cuanto a imagen física». Al final eso tiene los mencionados resultados anímicos, pero también en consumo de sustancias. «El alcohol es un anestesiante, y si ellas están más deprimidas, beberán más». Y el consumo de tabaco, a menudo, «está vinculado con la ansiedad», lo que también explicaría que ellas fumen más.
De fondo también está al reflejo de «parecerse a los chicos, consumir como ellos», y al final el péndulo regresa con más fuerza aún y se les va la mano. «Se ve también en los trastornos vinculados a los juegos de azar», en los que las mujeres jóvenes caen con cada vez más frecuencia, apunta la psicóloga.
Al final, volvemos a lo de siempre. «Se nos pide que seamos buenas en todo», comienza Miren Elgarresta, directora de Emakunde. «No se nos permite ser agresivas ni independientes», y «el mito del amor romántico y la presión por ser madres» supone una presión adicional. También se refiere a «la dictadura del canon de belleza y la hipersexualización de las mujeres y de las niñas», además del hecho de que los cuidados recaen, esencialmente, en ellas. «Todo ello hace que las mujeres vivan en un conflicto constante que hace mella en su autoestima y en su salud mental».
Ahí llega lo que en Emakunde llaman «malestares de género», como «el sentimiento de soledad y estados de depresión y estrés». Unos cuadros que ahora, a estas alturas del siglo XXI y contra todo pronóstico, están golpeando más a las chicas jóvenes que a sus madres y a sus abuelas.
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