¿Cómo se casan los vizcaínos?
Los vizcaínos encargan bodas «espectáculo» para sorprender a sus invitados. La puesta en escena de los enlaces recorta protagonismo a la gastronomía
Es evidente que las bodas ya no son lo que eran. Si hace años las ceremonias religiosas y los banquetes giraban en torno a las ... figuras de los sacerdotes y cocineros, hoy la guinda del pastel la ponen los 'wedding planners'. Es como se conoce a los responsables (mujeres mayoritariamente) de empresas organizadoras de bodas. Un negocio que prolifera como las setas, pese a que cada vez se casa menos gente. El número de enlaces anuales a duras penas alcanza los 4.000 en Bizkaia, predominantemente de carácter civil (más del 80%). Pero, indistintamente de darse el 'sí, quiero' en la iglesia o en los juzgados, la mayoría se diseñan «a la carta». Son bodas «a medida», donde profesionales como Leire Marroquín, de Bodas Live Bilbao, o Itziar Ortuondo se encargan de todo. Les lleva no menos de tres meses cerrar los contratos con «todos los proveedores», aunque reciban los encargos hasta con dos años de antelación.
Conciben los eventos como «espectáculos» en los que no faltan las exhibiciones de fuegos artificiales, la llegada de los novios (juntos o por separado) en 'vespas', 'lambrettas' y 'minis' (están ganando terreno a los lujosos Rolls-Royce) y los cada vez más estrambóticos bailes posteriores al convite. En la pista los invitados sacan últimamente su lado más salvaje ocultando sus cabezas bajo máscaras de animales. «Buscamos sorprender a los invitados con fiestas dinámicas», dice Iñaki Etxeguren, director del hotel Ercilla.
Los novios y novias proponen, pero estas empresas disponen, con presupuestos casi nunca inferiores a los 25.000 euros, aunque la cifra se puede disparar hasta donde le alcance a uno el bolsillo, para montar «una buena boda». El «show» en que se han convertido estas celebraciones ha trasladado los focos a lugares fastuosos. Han desaparecido casi por completo los grandes comedores de los años 80, de decoración recargada, para priorizar una «cuidada puesta en escena. Es casi más importante que la gastronomía, aunque ésta debe ser también de gran calidad. Los cócteles largos están cobrando gran importancia, porque la gente cada vez pasa menos tiempo sentada en las mesas», reconoce Ricardo Pérez, chef del restaurante Yandiola, en el Azkuna Zentroa. Los menús habituales suelen incluir ensaladas de bogavante y dos platos en los que rara vez falta el solomillo y el rodaballo.
«Influencia de Instagram»
El declive de escenarios como Artxanda, donde acaba de bajar la persiana el histórico Miramar -ha seguido los mismos pasos que los legendarios San Roque o el Euskal Sena del grupo Montenegro-, y el barrio baracaldés de El Regato, cuyos locales llegaban a reunir en sus inmensos salones a más de 300 personas, ha cedido el testigo a las grandes fincas. «La gente hoy se casa influenciada por lo que ve en las redes sociales, fundamentalmente en Instagram», admite Ortuondo. «De ahí que no haya boda sin que los invitados acaben pasando por el 'photocall' y el fotomatón para mostrar su lado más divertido», corrobora Marroquín.
El Palacio Ubieta de Gordexola, un edificio neoclásico de 1829 enclavado en una imponente finca de 14.000 metros cuadrados, el Jardín de Barretaguren -una villa indiana de Güeñes de tres alturas y con una carpa con capacidad para 300 comensales-, el castillo de Arteaga... Son ejemplos de una moda impulsada por rostros famosos del cine y la televisión que la gente trata de emular. «Casi todas las parejas sueñan con casarse en palacios, castillos, antiguos conventos, mansiones, los más afortunados en casas privadas con grandes jardines... Pero todo el mundo persigue la misma aspiración: que su boda sea diferente a la de los demás y, a ser posible, en una finca», explica Etxeguren. En medio de este maremágnum de grandes cambios, los hoteles urbanos sacan también tajada con una fórmula similar.
Los nuevos tiempos imponen casi los mismos ritmos. La estrella de la fiesta es, sin duda, el cóctel. Se trata de comer y entretenerse al mismo tiempo. Algunas bodas parecen montajes teatrales, ya que entre los camareros suelen colarse actores contratados para animar el cotarro. En las más 'cool' son imprescindibles desde hace tiempo las actuaciones de bandas en directo. Ya no vale unicamente con el DJ de turno, al que se reserva todo el protagonismo para el final. En Bizkaia, lo que más gusta mientras se le da al canapé son los conciertos de jazz, aunque los amantes de gustos clásicos suelen incluir la presencia de violinistas y saxofonistas.
La cuestión es «llamar la atención» y que los invitados tengan la sensación de vivir una fiesta permanente «donde todo el mundo conviva con todo el mundo». Que no decaiga el ánimo, en definitiva, en ningún momento. ¿Cómo? Las bodas parecen, en este sentido, ferias gastronómicas con la habilitación de «espacios temáticos» de corte muy diferente dentro de un mismo rincón. La historia es ofrecer una oferta variada a base de bocaditos.
Durante la hora y media que suelen prolongarse los cócteles, el público disfruta de los correspondientes 'show cooking' (muestras culinarias en directo). Los cocineros convierten las salas en fogones al aire libre con la preparación de sushis, risottos, anchoas, ostras... Tampoco faltan los cortadores de jamón, aunque ya no tengan el protagonismo de antaño. «Se busca la originalidad», coinciden los expertos. Y para aportar un toque vintage, los salones se transforman en ocasiones en aparcamientos donde se estacionan furgonetas 'food truck' que dispensan perritos calientes. «En la última boda habilitamos un 'rincón del sur' y la gente se puso fina a cucuruchos de 'pescaíto' frito selecto y manzanilla», recuerda Pérez. En el Palacio de Horkasitas de Arcentales tienen siempre en cuenta la procedencia de los invitados. En uno de los eventos más recientes, con destacada presencia de asistentes gallegos y mexicanos, se montó «una pulpería», mientras que de la música se encargaron los mariachis, recuerda Asier Antón.
Simulación de bosques
Los más tranquilos siguieron la fiesta desde las jaimas habilitadas en el exterior de la finca antes de pasar al banquete. Mesas confeccionadas, según los gustos de los contrayentes para degustar «sin empacharse». Lo último en decoración es la simulación de árboles bajo los postes de las carpas «para recrear bosques ficticios» y nombrar las mesas según las aficiones de los novios. «Si son montañeros llevan nombres como 'Serantes', 'Pagasarri'...», explica Pérez.
Aunque el presupuesto no alcance para contratar al cantante Dani Martín, como hizo Iker Muniain para sorprender a su mujer, Ortuondo asegura que «lo más de lo más» es la exhibición de efectos pirotécnicos. De ello se encarga Astondoa, con tarifas que oscilan entre los 1.200 y 1.500 euros, «sin IVA. Original, pero no tanto como el vizcaíno que realizó un brindis a seis metros de altura en una piscina subido en un 'flyboard'», recuerda Ortuondo.
En cifras
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150 invitados asisten por término medio a las bodas actuales frente a las 200 «y hasta 300» personas que antiguamente llenaban los comedores. Ricardo Pérez, chef del restaurante Yandiola, asegura que hay banquetes «tan pequeños» que en algunos casos no se llega «ni a los 15 comensales. Nos ha pasado alguna vez de aparecer un grupo de 20 ó 30 personas y no saber que venían a celebrar una boda».
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25.000 euros sale un banquete «correcto», según las empresas de 'wedding planner' más importantes de Bizkaia. Los precios de los menús más recurrentes vienen a salir en torno a los 150 euros, aunque en las bodas más selectas se disparan incluso hasta los 250.
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4 días duran las bodas en las que los contrayentes e invitados proceden de otros países. Es un negocio al que las empresas vizcaínas cada vez sacan más partido. Entre los extranjeros que se casan aquí destacan los ciudadanos de Estados Unidos, Australia e Irlanda. Las parejas locales, por el contrario, apuestan más por las bodas de día que de noche. «La gente quiere divertirse durante más tiempo», justifica Iñaki Etxeguren.
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