La noche que perseguí 20 kilómetros al tipo que había robado una ambulancia
Calabor: 40 años de sucesos en EL CORREO ·
En el Bilbao de los 80 y los primeros 90 ocurrían a veces sucesos extravagantes, como que un delincuente se llevase un vehículo de la DYA al principio de un sábado nocheLuis Calabor
Lunes, 7 de junio 2021, 03:00
Una ciudad como Bilbao es una máquina de producir sucesos. Tú juntas a cientos de miles de personas y es inevitable que ocurra algo ... todos los días, pero es cierto que en los últimos tiempos los delitos se han vuelto menos sorprendentes, un poco más monótonos. En los 80 y en los primeros 90, en Bilbao pasaban cosas muy locas y, además, pasaban muy a menudo: tú salías un fin de semana y no tenías ni idea de lo que te podías encontrar en aquellas calles, llenas de gente hasta altas horas de la madrugada. A menudo, acababas teniendo una noche de acción por los motivos más peregrinos. Hoy ya no suelen ocurrir cosas tan extravagantes: no es que no nos enteremos, sino que simplemente la sociedad ha cambiado.
Me estoy acordando, en concreto, del 6 de noviembre de 1993. Era sábado y, como todos los sábados noche de entonces, yo había salido a patrullar un poco por el Bilbao nocturno. Serían alrededor de las diez cuando escuché por la frecuencia de la DYA un mensaje bastante inusual: «¡Nos roban la ambulancia!». Los sanitarios, que estaban haciendo un servicio en los alrededores de la plaza de toros, habían dejado la ambulancia en marcha y un tío se subió y se la llevó, así sin más. ¡Una buena manera de empezar la noche de sábado!
Yo estaba bajando por Juan de Garay y justo vi una ambulancia 'Mercedes' de la DYA que subía. Y no, no era una ambulancia cualquiera: era la que acababan de robar. Así que le metí tralla a mi 'Opel Kadett GSI', que era una bomba, hice el cambio de sentido en la rotonda de Zabalburu y empecé la persecución. Alcancé a la ambulancia e intenté adelantarla, porque quería ver quién iba dentro, pero el tío me bloqueó, se puso a hacer eses para que no le pasase nadie.
Cuando entramos a la autopista, adelantamos a un coche 'zeta' de la Policía Nacional. Yo me quedé a su altura y empecé a hacerles señas a los agentes, para ver si entendían lo que pasaba, pero creo que no tuve mucho éxito con la mímica. En ese momento ya éramos tres: la ambulancia, mi 'Opel Kadett' y el coche 'zeta', que echó a correr detrás sin saber de qué iba la cosa. Yo cogí el teléfono del coche, mi famoso Ericsson de cinco kilos, y llamé a la central de la DYA para explicarles que iba detrás de su ambulancia, en sentido Donostia.
Llegamos a Malmasin e intenté una vez más adelantarle, aunque tampoco sé muy bien qué pensaba hacer una vez delante. No me dejó. A la salida del túnel había unas cuantas patrullas de la Ertzaintza y se sumaron al grupo, que ya era una cosa digna de verse. Los 'zetas' también se habían enterado ya de lo que ocurría e iban con los 'pirulos' puestos. A mí me entra la risa siempre que me acuerdo de aquel resumen memorable que hizo uno de los ertzainas por la radio: «Vamos persiguiendo a la ambulancia cuatro vehículos nuestros, uno de la Policía Nacional y un 'Opel Kadett' que no sabemos quién es».
Los ertzainas le ordenaban por megafonía que parase, pero el tipo seguía adelante, con las sirenas encendidas y haciendo eses, dentro de su película. De vez en cuando cogía el micrófono y contestaba, creyendo que su voz se escuchaba por la megafonía de la ambulancia, pero en realidad estaba hablando por la emisora y, de todos los que le perseguíamos, solo le oía yo: «Bueno, dejadme en paz, que ya me voy a parar», decía con voz de agobiado. Eran aún tiempos complicados y no se sabía si el robo era la ocurrencia de algún flipado o algo más serio, así que los ertzainas empezaron a disparar al aire con las 'franchis', la escopetas que llevaban entonces.
Llegamos a la salida de Amorebieta y el tío se metió en el 'restop', donde están el bar y la gasolinera, y empezó a dar vueltas por allí. La situación parecía una de esas comedias de teatro en las que los actores se persiguen alrededor de una mesa. Al final, se estampó contra un coche de la Ertzaintza y uno de los policías nacionales le dio un buen golpe con la escopeta a través de la ventanilla, por si acaso. Era un delincuente habitual de 33 años: hay que tener en cuenta que las ambulancias, llenas de medicamentos, siempre estuvieron muy valoradas por cierto tipo de gente.
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Hoy ya no suelen pasar cosas así, aunque de vez en cuando uno se encuentra algún vestigio de aquella delincuencia desquiciada y majara. El otro día andaba por La Palanca y me vino uno de esos personajes de novela a los que conozco desde que eran críos: «Oye, que esta noche hago un atraco, ¿cuánto me das si te dejo venir conmigo?». Y creo que me lo decía en serio.
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