Bizkaia enfrenta el reto de integrar a decenas de miles de extranjeros para evitar tensiones sociales
La mayoría gana de media la tercera parte que los nacidos en Bizkaia y la educación no logra ejercer de ascensor social para sus hijos
Este mes de octubre ha ocurrido algo que nunca había ocurrido antes: el Gobierno vasco vinculó el incremento de armas blancas en las calles con ... la llegada de «extranjeros sin arraigo». Y el alcalde de Bilbao habló de «culturas donde el valor de la vida es diferente». Esta misma semana se supo que la Ertzaintza ha cambiado su política de comunicación y pasa a informar del origen de las personas detenidas, cosa que hasta ahora era un anatema. Parece haber desencadenado todo esto, este giro en el tratamiento de una realidad incómoda, el apuñalamiento mortal que sufrió un joven magrebí en Solokoetxe a finales de septiembre, delito por el que fueron detenidos tres chicos latinoamericanos. Es como que el elefante en la habitación se haya puesto de pronto a gritar.
Delitos tan dramáticos como ese son la consecuencia más extrema de la falta de integración, cosa que evidentemente tiene más que ver con la pobreza que con el origen de la gente. No es algo desconocido. Tampoco es algo que no haya ocurrido en otros lugares antes de desembocar en escenarios muy delicados. Los estallidos sociales en Francia o en Bélgica, por citar solo dos ejemplos, son consecuencia de décadas de falta de integración, de segundas generaciones de inmigrantes que se siguen sintiendo extranjeros pese a haber nacido en Europa, de la proliferación de guetos en las grandes ciudades y de unas políticas públicas que han apostado más por ignorar los problemas que por ponerles solución.
¿No nos suena esto de algo? ¿Podría llegar a ocurrir algo parecido aquí?
Hay unos datos muy interesantes para reflexionar sobre el tema. Y el entorno en el que nos movemos es la enorme caída de la natalidad y el envejecimiento de la población, que provocan que Bizkaia tenga una gran dependencia de la gente que viene de fuera. Sectores de actividad vitales para el territorio como el cuidado de mayores, la hostelería, el comercio, el transporte y los servicios en general se nutren fundamentalmente de personas extranjeras. ¿Cuántas? Son más de 166.000, el 14,2% de la población vizcaína, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE, 2025). De ellas, más de 50.000 han accedido ya a la nacionalidad española. Y en ciertas franjas de edad, como entre los 24 y los 34 años, la gente nacida en otros países ya supone la tercera parte del padrón.
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Así que es lógico que tengan también un protagonismo crucial a la hora de contener el declive del saldo vegetativo: casi uno de cada tres bebés que nacen en Bizkaia es de madre extranjera (el 30%, según la última estadística del INE), tasa que casi se ha duplicado en la última década y que no para de aumentar.
En fin, que la población foránea crece cada año y las segundas generaciones llegan numerosas; en poco tiempo, al menos la tercera parte de la población escolar vizcaína tendrá origen extranjero. Ydecimos al menos porque, además, los colegios vascos reciben cada día a treinta nuevos alumnos procedentes de otros países, muchos de ellos por reagrupamiento familiar.
Futuro difícil
¿Y cómo se porta Bizkaia con esta gente? Esta misma semana el Instituto Vasco de Estadística (Eustat) divulgó los datos sobre renta de 2023 (último ejercicio disponible). Alguien nacido en suelo vizcaíno percibe, de media, 29.132 euros al año. Alguien nacido en el extranjero, 11.962. Si hablamos específicamente de africanos, menos aún: 9.648. Y la gente de América del Sur está todavía peor, con 7.320 euros al año de media. La cuarta parte que un nativo, que un local.
No es fácil vivir con ese dinero, así que hay que irse a las zonas más baratas y compartir piso. Con el riesgo que eso supone de guetificación. En Bilbao, por ejemplo. Los extranjeros suponen el 11,8% de la población, según los últimos estudios del Eustat (de 2024). Pero en ciertos barrios, como el de San Francisco, la proporción llega al 31,7%. Zabala, Arabella o Uretamendi también duplican la media de la ciudad.
No parece que la integración funcione muy bien por este lado. Pero siempre está la educación pública como mecanismo compensatorio, como motor del ascensor social. ¿Funciona? Pues regular. En la última prueba PISA, la referencia internacional para conocer los resultados escolares, los alumnos de origen extranjero radicados en Euskadi obtuvieron la puntuación más baja de toda España en todas las competencias. Además, el sistema vasco arrojó la mayor brecha del país entre los resultados de los escolares autóctonos y los foráneos. Distintos expertos sostienen que el sistema de inmersión lingüística en euskera penaliza seriamente la formación de unos chavales que proceden, muy mayoritariamente, de países hispanohablantes. Como consecuencia, sólo el 4% del alumnado de Bachillerato es extranjero, mientras que los jóvenes foráneos acaparan el 30% de las plazas en la FP básica. Frente a ello, el Departamento de Educación defiende que el euskera es un vehículo para la integración al margen del entorno sociolingüístico en el que vivan los chavales.
Hasta aquí, algunos datos sobre la situación actual.
La pregunta es, ¿puede llegar a ser una situación inestable? ¿Puede llegar, quizás, a alimentar la formación de bandas de jóvenes desencantados? Estos grupos son como una prueba del algodón para determinar si hay o no integración social. Y son también los que llevan años echando gasolina a los conflictos sociales en distintos puntos de Europa. Julia Shershneva, directora del Observatorio Vasco de Inmigración (Ikuspegi), comienza alertando de que «cuando hay colectivos que se sienten rechazados a nivel escolar, o laboral, o en el vecindario» pueden acabar formando parte de grupos problemáticos. «Cuando alguien se siente marginado, cuando no encuentra referentes en la sociedad, se busca grupos de referencia, y a veces no son buenas referencias». «Es una forma de resistencia ante las desigualdades», añade.
Pone como ejemplo de caso extremo algo que ha ocurrido en Francia. «Cuando no te sientes aceptado por tu comunidad y percibes que la sociedad de acogida te rechaza necesitas reivindicar una identidad». Eso se ha traducido en el país galo en el regreso de las segundas y terceras generaciones al Islam en su formato menos tolerante. «Reivindican la identidad de sus abuelos, es una especie de repliegue cultural». Ahí llegan las tensiones. «La sociedad lo ve como una falta de integración, pero buena parte de la culpa es de la propia sociedad».
Segundas generaciones
¿Estamos aquí en ese punto? «No, a día de hoy no veo síntomas de que pueda pasar lo mismo que en Francia». Pero sí insiste la directora de Ikuspegi en que es muy importante «la cohesión social». «La discriminación no consigue que la gente se vaya, sino que produce frustración». Eso sí que existe en nuestro entorno, un cierto grado de frustración. ¿En los hijos de los inmigrantes? «Más que en las segundas generaciones pensaría en los chavales que han sido reagrupados y que han llegado con 10 ó 12 años, edades delicadas». Edades en las que tienen una historia a sus espaldas en su país de origen, en las que en ocasiones «no cuentan con referencias» en la sociedad de acogida y pueden sentirse víctimas de «exclusión social». Como cualquier persona necesita «un grupo de referencia», ese hueco lo llenan, a veces, las bandas juveniles. «Hay que estar pendiente. No sé hasta qué punto en Euskadi se pueden convertir en un problema».
Algo problemático ya es y cada vez preocupan más a las policías por su impacto en la seguridad ciudadana. Sin embargo, hay matices. Una cosa es «la banda organizada, el grupo criminal, con sus organigramas y roles», explica César San Juan, profesor de Psicología Criminal en la UPV/EHU y miembro del Instituto Vasco de Criminología. Esta tipología «no puede decirse que sea un fenómeno mayoritario ni en alza» en Euskadi. Sin embargo, «sí nos podemos encontrar con grupos informales provenientes de subculturas delincuenciales, que comparten actividades rutinarias, incluidas acciones delictivas».
Hay pruebas de la importancia que están adquiriendo estas bandas. Según revela San Juan, el 40% de los casos de menores que llegan al Sistema de Justicia Juvenil han cometido los delitos en grupo. Eso sí, en ese grupo «puede haber también adultos y, en muchos casos, de diversos orígenes». Hay muchos nacionales también porque los factores más determinantes para ingresar son «los amigos y el consumo de tóxicos». Y tienen sus peculiaridades: «Los delitos que cometen son frecuentemente más violentos que aquellos perpetrados por un único individuo, son más expresivos, es decir, no utilitarios en el sentido estricto. Involucrarse en trifulcas, ajustes de cuentas, robos violentos no planificados, etc.». «La razón de esta desinhibición de la agresividad es que, en grupo, la responsabilidad individual se neutraliza y la culpa se diluye».
Primeras señales
Aunque el experto asegura que Bilbao sigue siendo una ciudad segura, sí cree que la presencia de este fenómeno ha impactado en la sensación de inseguridad. Eso genera un caldo de cultivo muy peligroso porque el sentimiento de una amenaza provoca el auge de discursos xenófobos. Y un fenómeno nuevo y particular: la eclosión de partidos de izquierdas con mensajes antiinmigración. En Centroeuropa ya tienen su importancia. Aquí, en Euskadi, ha surgido Ezker Nazionala, organización abertzale de izquierdas, anticapitalista e internacionalista que «rechaza las políticas de inmigración masiva promovidas por intereses económicos» para «debilitar a las clases trabajadoras». Es minoritaria, anecdótica, pero su presencia es sintomática. Chispas más pequeñas han provocado incendios.
En cualquier caso, este estado de ánimo, el rechazo al foráneo, juega en contra de esa integración tan necesaria para que la convivencia no salte por los aires.
Problemas para atraer perfiles formados que necesitan las empresas
La imagen que parte de la sociedad tiene de la inmigración está a menudo condicionada por el estrato social de la gente que llega para mejorar su vida. Eso genera ciertos estereotipos. Una forma de romperlos es facilitar la llegada de jóvenes formados, de esos que tanto necesita el tejido productivo vasco. Pero no es fácil. Garbiñe Henry, directora de Innovación de la Universidad de Deusto, se duele de que están gestionando la atracción de «perfiles 'stem' (ingenieros, matemáticos...) para hacer un postgrado, pero es muy difícil» por las trabas legales a la hora de conseguir permisos de estudios y de trabajo. «Tengo 167 solicitudes de personas muy formadas y sólo he conseguido traer a 22», lamenta.
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