Bilbao se queda sin tascas: Los Caracoles cerrará en septiembre
La villa perderá a la vuelta del verano la vieja y pequeña taberna de Askao, como antes sucedió con El Palas
Fin a una era. Bilbao se está quedando sin una de sus preciadas y antiguas señas de identidad: sus singulares tascas en las que se ... iba a potear, por supuesto, pero también a hacer vida social. Y a tomar algún que otro pintxo. La bodeguilla de Pozas o El Palas, como se conocía popularmente, era famosa por sus bocadillos de bonito con guindilla, porrones de clarete y botellines de cerveza. Echó el cierre en diciembre de 2023. La taberna más castiza del centro de Bilbao puso fin a casi 74 años, tres cuartos de siglo, que se consumieron siempre en manos de la misma familia: los Vallejo. «Aquí dentro no ha cambiado nada en estos años más que nosotras», proclamaban las última propietarias, Marian y Jone. El local pasó a otras manos sin recuperar la esencia de antaño. Se llama ahora La Bodega del 3.
Sin embargo, las desgracias continúan. En breve, cerrará otra taberna, la más antigua del Casco Viejo: Los Caracoles. El popular establecimiento del número 2 de la calle Askao tiene los días contados. Cesará la actividad no más tarde de septiembre, así que consume sus estertores. «Ya tengo la edad y toca la jubilación», dice Rafael Arandia, que solo lleva 15 años al frente del negocio. «Hará unos años, como siete u ocho, vino un señor diciéndome que él con 14 años había trabajado aquí con su tío. Y le pregunté '¿y cuántos tiene usted?' 86, respondió, así que saqué la cuenta. ¡Me quedé pegado!», dice asombrado.
Curiosamente, el que puso nombre al local fue su tío, Marcelino Monedero. Tasca de las auténticas donde en su momento vendían bacalao «y cosas así. Era más bien una bodeguilla», explica Arandia, que vende «mayormente» cerveza, aunque en la barra también corren con alegría los txikitos.
Pagar en efectivo
Mucha de la gente que entra es de edad y paga, por supuesto, en efectivo. Aquí no funcionan los móviles o se ven muy pocos. Y, a diferencia de esos bares atestados de turistas, clientes y hostelero se conocen desde hace un montón de tiempo. Por eso se saludan y dan los buenos días con nombres propios. A Arandia todo el mundo le conoce como Rafa. En Los Caracoles era habitual encontrar los pintxos clásicos de tortilla de patata y bacalao. «Y también es indispensable probar la morcilla». Los Caracoles es en tres palabras un «clásico y txikitero». O era, porque a la vuelta del verano, desaparecerá.
Es el triste sino de Bilbao al que se le escurren de entre los dedos sus bodegas. Afortunadamente, queda con muy buena vida Joserra. Fundada en 1924 por un tratante de vinos y resucitada hoy por un equipo alegre, esta taberna se ha puesto muy de moda. «Lo reseñable no es tanto su longevidad –cuántas casas históricas sobreviven convertidas prácticamente en un museo– sino que haya llegado a una edad tan venerable más viva y animada que nunca. Hoy muchos negocios tratan de imitar su estilo tabernario, pero es imposible recrear un ambiente tan de verdad como el del Joserra, capaz de convencer por igual a txikiteros veteranos y a la chavalada autóctona. Los turistas –tocamos madera– aún no la han tomado al asalto, será porque en su barra desgastada no hay ni rastro de pintxos pretenciosos, solo humildes bocadillos de embutidos y conservas», recordaba el compañero Guillermo Elejabeitia.
Hoy lo regenta Jose García, marido de la nieta del fundador, Magencio, que lo mantiene prácticamente intacto desde la última reforma, allá por las inundaciones. El repertorio es de abrigo: bocadillos de bonito con divisa, guindilla, anchoas o todo a la vez, sardinillas, chicharrillos, embutidos, chorizo a la sidra, queso de oveja, cabeza de jabalí... El de siempre.
La tasca del barrio
En Bodega Joserra solo tienen un objetivo: seguir siendo la tasca del barrio. «Tengo suerte de que al no haber pintxos en la barra muchos viajeros no se atreven a entrar y pasan de largo», reconoce el gerente. El establecimiento mantiene sus mesitas bajas con taburetes, un par de toneles y una báscula. A ello ayuda, sin duda, el empeño de García. «Yo no soy descendiente, lo es mi mujer», aclara.
Pero ya lleva 12 años al frente del negocio. Su hijo también le echa una mano. «Estamos en la pelea. Mi intención es seguir siendo una tasca. Es más, no tengo más intención que ser la tasca del barrio. Me costó levantarla. Al principio fue duro. Estaba bastante hundidilla. Yo he echado aquí casi 60 horas a la semana, ahora ya no porque estamos bastante más gente», reconoce. En pandemia las volvió a pasar canutas. Se temió «lo peor. No le veía salida y pasé meses viviendo de mi mujer», reconoce.
A él no le falta trabajo, pero le preocupa que Bilbao pierda sus señas de identidad y que la hostelería, y comercio de toda la vida, vaya cayendo como fichas de dominó. «Antes la gente bajaba mucho al Casco Viejo. Iba a comprar botones a 'su' mercería, luego pasaba por aquí y se tomaba un bocadillo. Todos esos negocios están desapareciendo». Teme que el turismo de masas lo cambie todo.
- ¿Qué hará?
- Mi idea es seguir aquí como un mohicano, sin cambiar nuestra idiosincrasia. Me gusta conocer al vecino y saber si fulano se ha puesto malo».
En esas anda un Bilbao que se está quedando sin tascas y que ya lamenta la pérdida de Los Caracoles.
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