La bilbainada del cura Laba
Le llamaban 'El del horno' por nacer en un local donde cocían el pan, y murió tras alcanzar el cielo. Del infierno a lo más ... alto. Se llamaba Juan José Aguirre Elexoste Urriolabeitia. Nació en Markina-Xemein el 25 de octubre de 1839. Más o menos donde luego se ubicaría el 6 de la Avenida de Arretxinaga. Lo cuenta, mostrando datos, uno de sus descendientes indirectos. Que se sepa, hijos no tuvo. Lo cual podrán entender, si siguen leyendo. Porque era cura. Que nos gusten estas historias y que su pariente quiera poner negro sobre blanco su historia, nos llevó a compartir un aperitivo a base de Aperol preparado con champán. Al fin y al cabo hay personajes que exigen glamour, que dirían los franceses. Es el caso. Porque, en la vida de ese paisano, hay osadía, habilidad y txirenada bilbaína. La culpa de todo la tuvo la pelota.
Hasta que Txikito de Eibar logró ganarle, fue el pelotari más famoso de mediados del XIX. Cómo y porqué acabó de soldado de Dios poco se sabe. En cambio hay muchos datos sobre sus aptitudes deportivas. Le daba a todas las disciplinas y lo hacía bien. Desde el lanzamiento de barra al frontón, pasando por la lucha libre o lo que fuera menester. Pero su mano golpeaba la pelota con tal maestría que muy pronto su fama se extendió por nuestra tierra y más allá. Visitaba nuestra villa la Reina Isabel II, a la que le gustaba la fiesta más que a un pájaro volar, y nuestros antepasados decidieron organizar una serie de actos que incluían partidos de frontón con la presencia del pelotari de la sotana. Pero había un problema. Contar con él implicaba dejar a la parroquia sin cura. Eran solo unos días. Así que los organizadores bilbaínos enviaron la petición de una excedencia puntual al Obispado. Todo parecía ir bien y no imaginaron una posible negativa. Elexoste jugó dos partidos y los ganó. La monarca, encantada con el espectáculo y el campeón, pidió recibirlo en su palco.
La cosa terminaba de manera satisfactoria para todos. Pero, pasadas dos semanas, Elexoste recibió un mensaje oficial del Obispado donde le comunicaban que, por su inaceptable participación en el campeonato, iba a ser desterrado de su parroquia y enviado a otra de Las Encartaciones. Enterado del desagradable desenlace, el Ayuntamiento de Bilbao intenta solucionar el desaguisado. No hubo forma. Así que recurrieron a la Reina. Ella, ante la cerrazón de la diócesis, le ofreció la de la capital del Reino. Pero Madrid no encajaba en su horizonte y declinó la invitación. Los bilbaínos insistieron en su perdón, hasta que se solucionó el tema. Lo enviaron de nuevo a la parroquia de Santa María de la Asunción de Markina. Combinó su trabajo pastoral con la pasión deportiva y logró algo muy poco habitual. Que hasta no ganando partidos fuera el más aplaudido y alabado. Lo querían. Y se convirtió en leyenda.
Ayudó a ello que, según cuentan las crónicas de la época, inventó la dejada. Y que, siendo fuerte y de aspecto fornido, se pusiera rojo como un tomate desde los primeros tantos, dándolo todo desde el principio y mostrando esa épica que tanto nos gusta por estos lares. Pero si hay otro hecho que lo encumbró al altar de las bilbainadas fue la de la increíble gesta de Valencia. Al saber que se celebraba en la ciudad del Turia un campeonato manomanista, decidió acudir. Pero a su manera. Caminando desde Markina hasta Valencia, jugando dos partidos, ganándolos y volviendo de la misma manera. A pie. Lo contaron en su momento los cronistas de entonces y lo recogió en sus txirenes artículos el gran K-Toño Frade. Elexoste vivió el resto de sus días en Markina-Xemein y murió el 29 de diciembre de 1889. Pero sigue vivo en la memoria de sus parientes, que quieren que no lo olvidemos. Por un lado es la demostración de que las bilbainadas no son solo cosa de la capital. Y por otro, que dirán mucho de París pero hay curas que también merecen más de una misa.
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