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Llevamos 80 años pisándola. La baldosa de Bilbao trasciende de lo urbanístico para erigirse en símbolo de la ciudad. Nos distingue para bien. Y nos ... referimos a la cuestión más práctica, no a la estética. «Dicen que se pensó para la lluvia y una de sus bondades es, efectivamente, que no resbala». Fernando Valladares es investigador del CSIC y la referencia en cuestiones de cambio climático en España. Pone en valor esta circunstancia de nuestra mítica baldosa, que tapiza la ciudad con cuadrados de 30 por 30 centímetros y grosores que varían de los 4 centímetros en las zonas peatonales a los 8 de los lugares que soportan actividad de carga y descarga, limpieza...
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Valladares destaca otra cuestión: «El diseño de esta baldosa permite frenar la velocidad del agua en caso de inundación». Eso es importante hoy y lo será más en el futuro. Porque no es que llueva más, pero sí llueve de otra forma. «El calentamiento de la atmósfera trae consigo más vapor de agua y, por tanto, hace que el agua caiga más de golpe. Las lluvias torrenciales serán cada vez más frecuentes en todas partes, también en Bilbao», vaticina el experto.
Inundaciones cuyo impacto se puede minimizar. Y no hay que mirar al cielo, sino al suelo. «Estamos laminando las ciudades con enormes baldosas lisas y bonitas que se limpian de un manguerazo pero que en caso de inundación aumentan la velocidad del agua, con el peligro que eso conlleva». En este sentido, la baldosa de Bilbao «tiene ventajas hidrodinámicas», advierte Valladares. «Gracias a todo ese reticulado, ese diseño en flor y esa rugosidad es capaz de frenar la velocidad de la lámina de agua, que no es poca cosa». Se refiere a los surcos que forman el dibujo y que, a su vez, permiten desaguar.
La rugosidad de baldosas y asfaltos es una de las cuestiones que contribuyen a frenar el discurrir del torrente en caso de riada, pero hay otra más determinante aún: la capacidad del suelo para absorber el agua, el 'efecto esponja'. Lo hace de manera natural la tierra –Valladares recuerda que «las zonas de Valencia con suelo de tierra aguantaron mejor el impacto de la DANA»– y se puede lograr también con algunos materiales.
«No es el caso de la baldosa de Bilbao, que es impermeable como casi todas, pero existe asfaltos porosos capaces de asimilar parte de ese agua, aunque sea una pequeña parte. También son interesantes las baldosas con agujeros en medio a través de los cuales se ve la tierra que hay debajo, de modo que el agua de la lluvia se filtra por ahí». Reconoce el especialista que estos pavimentos no son aptos ni para carretera ni para calles con tráfico, «pero sí pueden colocarse en zonas de aparcamiento por donde se conduce a poca velocidad». De hecho, en Bilbao se ven este tipo de baldosas en los perímetros de algunos arbolados o para habilitar pasos que no se embarren en zonas verdes, entre otros puntos.
Pero el suelo que pisamos no solo tiene capacidad para reducir el impacto en caso de inundación, como sucede con la baldosa bilbaína. También puede aliviar la calima. Las olas de calor, cada vez más frecuentes, cada vez más largas, cada vez más intensas... son la otra cara del cambio climático. Y en la reducción o incremento de su efecto también tiene mucho que ver el pavimento.
Lo tiene más que comprobado Valladares. Este pasado verano midió la temperatura en la Plaza de España de Madrid un caluroso día de agosto. «El suelo rondaba los 60 grados, te abrasas si te da por sentarte sin un pantalón que te proteja por completo». ¿Y ese efecto 'sartén'? Culpa del pavimento -no es que la baldosa de Bilbao nos libre del calor, pero no tampoco absorbe tanta temperatura como las lisas, que hacen casi el efecto espejo-.
Jordi Mazón, teniente de alcalde de Viladecans (Barcelona), hizo una comprobación similar. Salió a la calle con el termómetro un día de comienzos de verano: 23 grados... pero más de 26 a solo cincuenta metros. ¿La razón de este abismo climático entre dos calles próximas? «Que en la zona fresca el suelo es de tierra y tiene vegetación y en la otra es de hormigón y no hay árboles», explica Mazón, físico de formación, quien avanza una obra ya aprobada en su pueblo para acabar con las islas de calor. «Hay una plaza de hormigón donde nadie puede estar en verano porque te abrasas. Vamos a retirar el asfalto para que aflore la tierra que hay abajo y añadiremos luego tierra dura que haga el efecto de prensa y que no sea un barrizal en invierno. Ahora hay cuatro árboles pero pondremos más de cien, de modo que esa zona servirá de refugio climático en verano y aliviará el estrés térmico a los vecinos que viven en los edificios que la rodean».
En Viladecans han emprendido, así, una lucha contra el calor. Y también se han propuesto frenar el impacto de la lluvia. Más que eso, se han propuesto aprovecharla. «Tenemos una red alternativa de 28 kilómetros de cañerías pluviales que canalizan el agua de lluvia y la inyectan al acuífero. Se han habilitado cinco puntos en la ciudad donde poder sacar ese caudal acumulado. Lo utilizamos para regar jardines y arbolado y para la limpieza de las calles», explica su teniente alcalde. «Venimos de una cultura en la que el agua sobraba, pero hoy es un tesoro y no se puede despilfarrar. Ni siquiera en Bilbao», zanja Valladares.
En Bélgica hay pueblos que compiten entre sí por ver quién es capaz de arrancar más baldosas. Quitan el cemento para que asome la tierra que hay debajo. No van por libre, forman parte del movimiento global 'Depave', surgido en 2008 para 'naturalizar' el suelo de las ciudades por una cuestión medioambiental: el pavimento contribuye al aumento de la temperatura en verano en la urbe y, en caso de inundación, hace que el agua discurra más rápido, con lo que el impacto y el destrozo es mayor. Chicago, Londres, París, Ámsterdam, Melbourne... ya han sustituido en algunos puntos asfalto y cemento por tierra y vegetación. En estos años se ha despavimentado una superficie equivalente al tamaño de Cataluña.
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