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'¿De qué vas a vivir?', le preguntó Tarancón ante su decisión de aparcar un poco las misiones de la Curia. Y él le respondió, '¡ ... Señor Cardenal, voy a poner una taberna!'. Y lo hizo. De hecho montó un imperio hostelero y creó un conglomerado empresarial que merecería libro y película. De lo primero hay. De la segunda, si hubiera nacido en EEUU habrían hecho una saga. Pero nació en Amurrio y se crió en Bilbao. Ha muerto Luis de Lezama. Quienes tuvimos la suerte de conocerlo vimos al hombre más allá del alzacuellos. Era nuestro padre Flanagan. Solo que en lugar de la Ciudad de los muchachos deja un legado mayor. Pocos paisanos merecen tanto un homenaje. Así que empezaremos por el día en que nació. 15 de junio de 1936.
El hijo de Luis y doña Evi era un niño de ojos vivos. Al llegar a Bilbao, con 8 años, devoraba con la mirada todo aquello que comprendía su mundo. Indautxu. Vivía en Manuel Allende, cerca de los Jesuitas donde hincó codos y se dejó la piel de las rodillas jugando al fútbol. La elección del centro no fue casual. Su tío Pedro estaba en él. Y allí siguió hasta que fue a hacer sus estudios universitarios a Madrid. Es entonces cuando entra en el seminario. Quería ser cura, pero a su manera. No pretendía llenar la iglesia, sino llevarla a los barrios abandonados. Allá donde hasta el viento pide permiso para entrar.
Cuenta Jon Urrutia, nieto de Asun la tía de Luis, que a todo el que veía le hacía un trato. Si aprendía a leer y a escribir, le ayudaría a llegar donde quisiera. Para ello contaba con la ayuda de su madre, que impartía las clases. De esa forma logró que críos de duro presente y peor pasado pudieran labrarse un futuro. Y cuando no podía solo, pedía ayuda. Es algo que vivieron muy de cerca paisanos como Iñaki Azkuna, Pedro Luis Uriarte y Begoña Salinas. Gente que, junto a otra, reunía en los llamados diálogos de Iruaritz. Donde lo mismo estaba el alcalde de Bilbao, que el ministro de finanzas de Japón, el Presidente del Fondo Monetario Internacional Camdessus o Enrique Iglesias, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.
De hecho, este último quedó impactado al conocer «al vasco loco» que había montado una taberna en Washington, delante de su edificio. Era tal su capacidad de atracción que el caserío de Amurrio se quedó pequeño y pasaron a montar las reuniones en la Ermita de San Prudencio. Siempre terminaban con una visita al Botxo. Caminando o, más de una vez, por la ría. Viajaba mucho, pero siempre que podía iba a San Mamés. Poca gente sabe que Luis de Lezama casó en secreto, durante unas navidades, a Julen Guerrero o que ofició el enlace de Enrique Ponce y Paloma Cuevas. Nada es casual. Le gustaba el fútbol y los toros. En su empeño por ayudar a los chavales fue apoderado de Teodoro Librero Ruíz, el Bormujano, y mantuvo una gran amistad con los Ordóñez. De ahí que su familia lleve días recibiendo llamadas desde todos los rincones del mundo.
Poco antes de charlar su sobrino con nosotros, lo ha hecho con Roberto Canessa, uno de los supervivientes del accidente aéreo de los Andes. Otros ya no están. Como Agustín Martínez Bueno, alma del Ercilla, hotel en el que se hospedaba cuando visitaba Bilbao. Y si no podía, se lo llevaba. Podía ser en carne y hueso, pidiendo a Macías de las pastelerías Mara que fuera a dar clases a sus estudiantes de hostelería de Sevilla, o en forma de carolina. En uno de sus cumpleaños, celebrado en el centro de Santa María la Blanca de Montecarmelo en Madrid que él levantó, le dijeron que podía pedir lo que quisiera. Y dijo: 'Dar una carolina a cada uno de los 2.300 alumnos, para que sepan cómo sabe Bilbao'.
Así era el sacerdote, empresario, periodista y hombre de mundo. Genio y figura, hasta mucho más allá de la sepultura. No lo duden. Porque el legado de Luis de Lezama es tan variado como eterno. Agur, querido cura tabernero.
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