'Palacios' con pasado obrero
49 de las 57 'Casas Baratas' que se construyeron en Bizkaia de 1911 a 1936 forman parte de un importante periodo de la historia y son un codiciado artículo de lujo
Itsaso Álvarez
Domingo, 17 de julio 2016, 03:52
Entre 1911 y 1936, hasta que la Guerra Civil dio al traste con todo, se construyeron en Bizkaia 57 barriadas en doce municipios cuyo objetivo ... era cobijar a los empleados de las fábricas y sus familias, las clases menos pudientes, que permanecían alojados en buhardillas, sótanos y barracones sin luz eléctrica, agua corriente ni tan siquiera un retrete. Hoy se conservan 49 de estas urbanizaciones en perfectas condiciones a a las que solo puede acceder la demanda de mayor poder adquisitivo, pues en algunos casos estas casas con pasado obrero se han revalorizado hasta el millón de euros. Además de ofrecer una bella estampa, forman parte del patrimonio cultural de un importante periodo de la historia de Bizkaia que merece la pena recordar.
En aquella época, el Gobierno otorgó una cantidad de dinero y una serie de exenciones fiscales a través de la Ley de Casas Baratas para que los propios obreros construyeran sus viviendas y éstas acabaran siendo de su propiedad por un precio asequible. Lo único que tenían que hacer era constituirse legalmente en sociedades cooperativas, con sus estatutos y sus reglamentos aprobados por el Ministerio de Trabajo, comprar un terreno con sus ahorros, contratar a un arquitecto y levantar las casas con sus propias manos al salir del trabajo. Así lo hicieron los que pudieron. Buscaron zonas en la periferia del núcleo urbano donde el suelo era más barato y contrataron a los arquitectos que trabajaban para la burguesía vizcaína para que les diseñaran inmuebles pareados, adosados o unifamiliares relativamente cerca de los puestos de trabajo siguiendo todas las recomendaciones de los médicos higienistas de la época. Con un jardín delantero y un patio o huerto trasero, con sótano y ático, todas las habitaciones bien ventiladas con ventanas y con un mínimo de tres dormitorios. Lejos por completo de cualquier concepto de vivienda social que nos pueda venir a la mente. Como las ayudas estatales tardaban hasta cuatro años en llegar, la Diputación ofreció a los obreros una primera hipoteca para la edificación de las viviendas. La institución foral acaba de reunir en libro titulado 'Bizkaia, la imagen de sus casas baratas' la historia de estas urbanizaciones.
«Estas barriadas se utilizaron de forma similar a lo que ha ocurrido con el Guggenheim, como muestra y demostración de la riqueza, el progreso y la pacificación social que disfrutaba Bizkaia. Los obreros y los mineros vizcaínos habían protagonizado varias huelgas, pero con estas casas se indicaba que hasta ellos disfrutaban de una alta calidad de vida en Bilbao y los aledaños industriales. Y unido a este aspecto, iba ligado otro de suma importancia para las clases dominantes. Poder poseer en propiedad una casa moderna, cómoda e higiénica obligaba al obrero a preocuparse prioritariamente del pago de la hipoteca, distanciándolo de las ideas marxistas, enfrentadas con el poder», explican Ana Julia Gómez y Lorea A. Ruiz, las dos historiadoras bilbaínas encargadas de esta labor de investigación. El profesor Javier Ruiz ha documentado gráficamente el estudio.
La importancia de las Casas Baratas vizcaínas recae en parte en el alto número de barrios construidos respecto a otros núcleos urbanos españoles. Así, mientras que aquí se edificaron 57, en Madrid sólo se construyeron 52. A los obreros y empleados del territorio histórico se les debe la construcción de 46 que, a comienzos de 1935, sirvieron para alojar a 1.663 familias. El resto, once, se levantaron a través de cuatro promotores: el Ayuntamiento de Bilbao, la patronal vasca, empresas constructoras privadas y el Partido Socialista, que fundó la cooperativa Pablo Iglesias. «Pero si la cantidad de casas edificadas fue importante, aún se reconoció más su calidad», indica Ana Julia Gómez, hasta el punto de que las revistas especializadas las presentaron como «paradigma a seguir». Porque por dentro todos los inmuebles eran muy similares, pero por fuera «dependía de si eran nacionalistas o socialistas». En el primer caso, los obreros pidieron a los arquitectos que sus viviendas simularan la estética del caserío. En el segundo, exigieron líneas simples, contundentes y sin matices ornamentales.
Muchas de estas llamadas 'Casas Baratas' siguen habitadas por sus primeros moradores y por los descendientes de aquellos empleados con visión de futuro que cuando salían de las fábrica iban a explanar terreno, cimentar, hacer labores de carpintería en sus futuros hogares. «Eran los años 20, había una crisis brutal de viviendas y toda esta gente se reunió por amistad. Se creó una infraestructura cooperativista magnífica que en ningún otro lugar de España se ha llevado a cabo de esta manera nunca. Se organizaron en pequeños grupos y estaban dispuestos a dejar sus ahorros en comunidad, algo increíble», subrayan las investigadoras.
Santa Ana | Bilbao
«Aquí hay casas arregladas que no tienen nada que envidiar a chalés de Neguri»
48 socios aportaron diez pesetas mensuales durante años para pagar los terrenos y la construcción de cada uno de los adosados
A finales de 1927 un trabajador de astilleros Euskalduna, Manuel Ochoa Pérez, decidió fundar una sociedad cooperativa con otros compañeros para la construcción de Casas Baratas. Vivían en Olabeaga y en cuanto se corrió la voz por el barrio otros muchos se sumaron a la lista. Entre ellos, el padre de Heliodoro Pascual, que vive en el número 9 de la «calle primera» (son tres, primera, segunda y tercera) con su mujer, Rosalía Gómez, el primero desde hace 85 años. El número de socios se fijó en 48. Eligieron una finca bastante regular y de ligera pendiente frente al Hospital de Basurto que pertenecía a los herederos de Ana Gil, viuda de Valle, Marqués de Torrecilla.
El precio era carísimo, a 1,15 pesetas el metro cuadrado. Consiguieron que se lo bajaran a una. Los cooperativistas se organizaron para aportar diez pesetas mensuales y bautizaron la urbanización como Santa Ana. «Lo esencial de todo es que aquí ha habido paz, nunca hemos tenido ningún problema entre los vecinos», indican. «Un año hubo un huracán de viento que se llevó todos los tejados de toda la hilera de casas», recuerdan. «Aquí hay viviendas que no tienen nada que envidiar a los chalés de Neguri, pero es muy solitario y la gente joven se marcha de aquí al centro», apunta Rosalía. No es el caso de sus vecinos del número 25, María Aróstegui y Javier Buces, que llegaron a Santa Ana hace una década y reformaron la casa por completo. «Vivíamos en un piso pequeño sin ascensor y buscábamos otra cosa. A mi marido le gusta correr y un día, haciendo deporte, las vio. El sitio nos enamoró. Abrir la puerta para que mi hijo pueda jugar al balón en la calle sin peligro no tiene precio», dice Aróstegui. «Cuando vinieron a acuchillar la madera de las habitaciones y de la escalera nos dijeron que era pinotea, la madera que retiraban de los barcos en los astilleros de Euskalduna, de muy buena calidad».
La barriada de Santa Ana ha pasado por momentos difíciles. Desde 1989 se empezó a ver amenazada por el Plan General de Ordenación Urbana de Bilbao, que contemplaba su derribo, ya que se necesitaban nuevos viales para entrar a la ciudad que, sí o sí, iban a atravesar Santa Ana. Tras años de incertidumbre, en 2008 los vecinos tuvieron noticia de que se modificaba el planeamiento y sólo se derribarían seis casas. El conjunto se salvó. Corrió mejor suerte otros que han desaparecido en Bizkaia.
La Esperanza | Erandio
«Pagamos las calles, ahora vamos a arreglar las aceras»
Teresita Bilbao y Maritxu Ordeñana no tardan en reunir a un grupo de vecinas para hablar de «lo felices que hemos sido siempre aquí. Este es el sitio más bonito de Erandio», aseguran estas residentes en el Grupo La Esperanza, situado en la colina de Alzaga. «Mi padre trabajaba en la Franco Española y mi abuelo, en Euskalduna. Formaron una cooperativa y aquí estamos. Pagamos nosotros las calles y todos los gastos que conlleven. Ahora vamos a hacer los sumideros y las aceras. ¿Sabes cómo se llamaban antes estas tres calles?», preguntan. «Una era Diputación, porque nos dio dinero. Otra era Ayuntamiento, por lo mismo. Y la tercera, Juan José Velilla, que fue quien nos vendió el terreno», responden enseguida. Saben de otros detalles curiosos. Que las multas por faltar al trabajo que ponían a los obreros, sus abuelos, eran de una peseta, y que como reconocimiento a su labor pusieron a la carretera que sirve de acceso a la cooperativa el nombre de Cuesta del Triunfo.
La Aurora | Sestao
«Llegué en el año 72, aquí se respira tranquilidad»
Pedro Vaz Rebollo ve llegar al cartero y le coge la correspondencia por la ventana mientras charla con un vecino que acaba de aparcar la furgoneta. En el patio trasero tiene dos tortugas y una perdiz y varias plantas y un árbol frutal a la entrada de casa, una de las cuarenta del barrio, compuesto por tres hileras paralelas de casas adosadas, de cuyo proyecto se encargó el arquitecto Santos Zunzunegui. «Llegué el 9 de octubre del 72. En renta, me cobraban 1.800 pesetas. En el 86 pude comprarla. Había estado ocho años navegando por el mundo con barcos de petróleo americano y decidí que ya era hora de asentarme», explica.
Dice que le han contado que los primeros habitantes eran sobre todo obreros de Altos Hornos y La Naval, donde él acabó trabajando. Pedro Vaz muestra con orgullo cada planta. Hall, sala, cocina, baño y despensa, las tres habitaciones del piso superior y los dos balcones, uno en cada fachada. «Aquí se respira tranquilidad», asegura.
La Unión | Güeñes
«Mis hijos salían a la calle en pijama, es todo muy familiar»
Manoli Uriarte llegó en el año 28, con la inauguración de la urbanización ubicada en la calle Batasuna, junto al río Cadagua, que levantaron los obreros de la Papelera de Aranguren unidos en sociedad. Es la más longeva del barrio. La acompaña su nuera, Raquel Cámara. «Aquí he criado a mis hijos. Salían a la calle en pijama y yo iba detrás de ellos con el plato de la comida. Aquí ha sido siempre todo muy familiar», relata. El porche de la casa conserva la baldosa original, con motivos florales. El arquitecto Faustino Basterra Zabala-Urtena, al ver el privilegiado entorno, no dudó en diseñar unas casas llenas de encanto. Manoli recuerda que en el patio trasero tenían gallinas y una burra. En otros tiempos, ella llegó a vivir ahí con dos de sus hermanos y sus familias. Cada uno ocupaba una habitación. El año pasado, la crecida del río les dio un buen susto. «El agua subió hasta la altura de las primeras escaleras del jardín», de 44 metros cuadrados. El patio trasero es el triple de grande.
La Dinamita | Galdakao
«Son casas frías, pero el sol entra desde primera hora»
«Yo nací en esta casa. Mis padres y mis aitites eran trabajadores de La Dinamita. Mi madre se encargaba de hacer pólvora, como muchas mujeres», evoca Javier Borbolla, vecino del número 22 del Barrio Obrero Santa Bárbara Tximelarre, una sociedad cooperativa creada por antiguos trabajadores de la antigua fábrica de La Dinamita. Asier Santa María vive enfrente y cuenta que «son casas hechas a la antigua usanza, sin cimentación. Prácticamente, todos los vecinos hemos emprendido reformas para solucionarlo. Son casas frías, con muros de sesenta centímetros de piedra, pero en las que entra el sol desde primera hora de la mañana». Los arquitectos José María Basterra Madariaga y Calixto Emiliano Amann firmaron en 1926 el proyecto de este conjunto pintoresco de tendencia neovasca con jardines de estilo inglés formado por casas bifamiliares y trifamiliares con garaje y parcela, que hoy se cotiza en el mercado inmobiliario a unos 400.000 euros.
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