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Con 17 años, Michale Kyser empezó a contar la historia de su vida en la piel que envuelve su 2'08. Estaba en un entrenamiento y llevaba tiempo pensando en la aguja y la tinta, que tiempo atrás habían entrado en los cuerpos de sus tres hermanos mayores. «Mi primer tatuaje es el nombre de mi abuela», comenta medio tumbado en la silla del 'Made Ink Bilbao', estudio al que el pívot del Bilbao Basket acudió con la imagen de su hija pequeña para que Joseba calcara su rostro en el muslo de su pierna derecha. En el local cuelgan camisetas de Rafa Luz y Damien Inglis, dos exhombres de negro que también inmortalizaron sus momentos en este lugar, donde el arte habla y transmite. Sonríe cuando se le dice que ya no queda sitio para más dibujos. «It's done (está hecho)», responde, dando a entender que está todo contado y el trabajo acabado.
Kyser impresiona de lejos y de cerca. Sin querer, los ojos no paran de recorrer las imágenes, dibujos y escritos que tapan su piel. Torso, espalda, piernas, brazos, manos, cuello. Quedan pocas zonas mudas, las que no relatan su experiencia vital. «Tengo 140 tatuajes», revela el pívot. El primero -recuerda- es el de una mujer que marcó su vida. «Mi abuela Lilly May acogió a 120 niños en Victoria, Texas, lugar en el que nací. Era una mujer relevante en su comunidad, una líder, con fuerte implicación social. Así que tengo su nombre aquí (se señala el pecho) y luego me tatué su imagen en la espalda». Referencias familiares, religiosas y deportivas componen una obra de arte de más de un centenar de piezas que pretenden encajar por su significado y contar el camino recorrido por un hombre que encontró un refugio en el baloncesto. «Me salvó la vida», afirma el texano.
No habla mucho y cuando lo hace su tono es pausado, reflexivo, con referencias a las dificultades superadas y una personalidad distinta. ¿Por qué hay tantos litros de tinta bajo su piel? «No soy el tipo de persona que sigue al resto, tampoco un gran orador, pero mis amigos saben de mi energía. Mis tatuajes cuentan mi historia. Dicen quién soy. Probablemente, mucha gente me juzgará, pero no me conocen. Cada tatuaje que llevo representa un paso que he tenido que dar en mi vida. No soy como los demás, soy yo mismo», explica mientras el rostro de su hija pequeña asoma poco a poco en su carne. Es el primero que se hace desde que está en Bilbao, y según insinúa será el último. Redondearía 14 años de historia contadas en 140 imágenes, escritos, dibujos.
Cuenta Kyser que su tatuaje preferido está en su costado izquierdo, donde tiene hecha su casa natal. «Estaba al lado de la de mi abuela. Cada vez que pienso en de dónde vengo mi tatuaje me recuerda mis raíces. Dice 'conócete a ti mismo'». Con 13 años, el pívot del Surne dejó su Victoria natal y se mudó a Dallas con su familia. Así lo decidió su madre, preocupada por el «elevado índice de criminalidad en la zona disparado a raíz de la muerte de mi abuela. ¿Infancia. Nadie tiene una infancia del todo en paz. Crecía entre un montón de traumas, con una madre soltera que ha hecho muchas cosas para cuidar de mí y de mis hermanos. En Dallas empecé a jugar al baloncesto. Todo lo que hago es para que mi madre se sienta orgullosa». Solo él triunfó bajo los aros y ahora cuida de los suyos.
Cuando se le pregunta por si había coqueteado con otros deportes, el 'cinco' del Bilbao Basket saca del baúl de los recuerdos sus escarceos con el atletismo. «Ese verano -en alusión al momento de irse a Dallas- corrí y fui uno de los mejores del país en los 400 metros con un 49'88. ¡Era una bestia en la pista! Pero elegí el baloncesto porque crecí y creí que se me iba a dar mejor. El baloncesto es mi vida. Me salvó la vida y la cambió. Entré en la Universidad -College Louisiana Tech- y fui uno de los mejores taponadores de Estados Unidos. Me eligieron los Raptors y luego me cortaron. Entonces empecé con mi aventura en el extranjero».
Kyser recuerda que su primer equipo en Europa fue el Enosis Neon Paramlini, de Chipre. «Vivía en pensiones y cobraba 1.000 euros mensuales». De ahí dio el salto a Grecia, Letonia e Israel, antes de que el Surne le trajera a la «mejor liga del continente. Estoy muy agradecido. El camino ha sido duro. He sido cortado por varios equipos y me he encontrado con muchas cosas y distinta clase de personas». Malas y buenas, y una de estas últimas fue Janis Blums, exMiB. «Es una de las razones por las que estoy aquí. Me dijo que Bilbao era un gran lugar», desvela este hombre que creció admirando a Kevin Garnett. «Llevaba el 21 (en Minnesota) y mi número es el 12. Quería ser como él, pero en otra versión». La suya, con una piel que se lee.
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