Bilbao Basket 95-55 Balkan

También hubo huracán en La Casilla

Vaya por delante que el margen de sorpresa era mínimo, prácticamente inexistente, tan pequeño que ni siquiera cotizaba en las apuestas más arriesgadas. Así que se trataba de ver cuánto tardaría el Surne en romper el partido y cuánta tierra de por medio era capaz de poner en el marcador. La diferencia entre los dos equipos era sideral –los propios jugadores búlgaros lo comentaban en petit comité en el calentamiento previo al choque– y todo lo que no hubiese sido una victoria contundente de los locales hubiera supuesto un sorpresón para la parroquia bilbaína. Hasta Jaume Ponsarnau dejó fuera a Zoran Dragic por aquello de los cinco cupos de la FIBA, con el esloveno tranquilo y centrado desde ya en el duelo del domingo ante el Real Madrid.

El Bilbao Basket abrió el duelo con un parcial de 13-2 que dejó las cosas claras. Un mensaje contundente para socavar la poca confianza con la que había venido el Balkan, consciente de su inferioridad. Marvin Jones trabajaba con hambre de puntos, De Ridder peleaba cada balón como si tuviera enfrente a los Nuggets de Jokic y Pantzar lo veía tan fácil que los balones se le salían del aro por falta de intensidad. Con las cartas colocadas boca arriba encima de la mesa, constatado el desigual reparto de fuerzas, el interés se centraba en ver cómo responderían a los menos habituales como Sylla y Rubén Domínguez. Este último entró enchufado y facturó ocho puntos sin fallo: dos de dos en triples y una conversión de dos. Acabó con 19 y un siete de once en tiros de campo. El ala-pívot senegalés tardó más en entrar en calor. Lo hizo en los minutos finales para meter seis puntos, coger cinco rebotes y sellar un 14 de valoración.

Los búlgaros no encontraban la manera de incomodar a los hombres de negro, ayer vestidos de rojo en honor al equipo que vio nacer La Casilla hace un cuarto de siglo, por lo que decidieron poner cruces más allá de los 6'75 y alternar aciertos con pedradas. Se fueron al descanso con 16 triples intentados y cinco convertidos, alérgicos a la pintura y el trabajo físico. Algunos detalles del serbio Gavrilovic y de Ivanov, amagos de Gerganov y Reeves y poco más. Los locales acabaron el cuarto inicial 11 arriba (27-16).

Ventajas escandalosas

Tampoco varió el panorama después. El Bilbao Basket estaba más cómodo que un turista alemán en Mallorca y Ponsarnau no paraba de rotar. Dos canastas seguidas de Ali y de Kullamae dieron la máxima ventaja a los de rojo, que se fueron al descanso 15 arriba (44-29). Todo iba sobre ruedas y dependía exclusivamente del carbón que quería meter la tropa de Ponsarnau en la sala de máquinas. Tampoco iban con el acelerador pisado a fondo y en cuanto lo tocaban un poco se disparaban enseguida.

Todo el pescado estaba vendido y cargado en el autobús del Surne, rojo, como el Bilbobus en el que llegó a La Casilla. El Balkan salió del vestuario con otro filo y firmó un parcial de 0-7 para ponerse a ocho (44-36). Hasta ahí llegó su conato de rebelión, que los bilbaínos sofocaron con un soplido. Decidieron meter la cuarta –no hizo falta recurrir a la quinta– y se pusieron 18 arriba en un abrir y cerrar de ojos (62-44) gracias al baloncesto coral de Kullamae, Frey y Gielo. Los últimos diez minutos sirvieron para apretar el botón y hacer que el Balkan saltara por los aires.

La Casilla cantaba y hasta botaba, con el Bilbao Basket abriendo distancias que se medían en millas. De Ridder y Ali prendieron la mecha y las canastas corrieron como la pólvora. Hubo un momento en el que llegó a pensarse en la victoria más amplia de la historia del club, aquel más 48 registrado ante los Caledonia Gladiators (106-58), pero al final se quedó en un +40.