Adiós Javier, el próximo entrenamiento lo pones tú
Pablo Laso
Sábado, 5 de julio 2025
Es la una del mediodía y suenan las puertas del polideportivo de Mendizorroza. Primero las de metal y luego las correderas. Sube Javier las escaleras. ... Gabardina, maletín… Viene de currar y ahora toca entrenar al Baskonia.
– ¿Qué? ¿Estáis ya con el tiro?
Alguno que se ha levantado del banquillo al oír las puertas dice: 'Llevo más de una hora tirando'. Y Javier, sin pestañear, le responde: 'Pues nada. Cuando quieras, te vas para casa'. Javier sabe perfectamente quién quiere entrenar y quién no.
– Esta tarde a tope, ¿eh?'–, deja caer. Son sus palabras para los que se van.
– Pablito, cuando termines, ven que quiero hablar contigo'–, reclama Javier a un chico que por aquel entonces tendría unos 16 o 17 años.
– ¿Qué tal la Ama, en casa todos bien? Oye, esta tarde entrena a muerte que necesito que tú marques el ritmo, ¿eh?–.
– Ya , pero Javier, que el sábado no me vas a poner–.
– Sí, eso es verdad. Pero tú vas a jugar más partidos que muchos de ellos y tienes que estar preparado–.
Así era Javier, alguien que sabía decirte la palabra justa en el momento adecuado. Mi relación con él fue más allá de ese año, entrenador-jugador. De hecho, mucha gente que le conocía terminaba preguntándome: ¿Pero a ti te entrenó Añua?
En aquella época en la que compartí tanto con Javier, éramos como una familia. Todavía recuerdo que me decía con cariño: '¡Coño, no tires, que no puedes con el balón!'.
Para Javier el baloncesto era su vida. De principio a fin, como entrenador o cuando ya tocaba ver el juego desde la barrera. Era parte fundamental de su existencia, una existencia que también llenaba con Maite, con su familia, sus amigos o su trabajo. Ha sido un referente dentro del baloncesto en Vitoria, Álava, Euskadi y diría que también a nivel mundial. Es una persona por la que tengo muchísimo respeto y admiración. Además, hay algo que me quedará para siempre: mi debut como jugador profesional fue con él. Su pérdida supone un día triste para el baloncesto. En lo personal, también es un momento de mucha pena por muchas circunstancias.
Todos en este mundillo del baloncesto tenemos alguna anécdota que contar con Javier, algún recuerdo emotivo que guardar con una persona siempre entrañable, que trataba de sacar el lado más positivo a la vida. Siempre una palabra amable, un gesto de ánimo, un apoyo a tiempo. De regalo, aquellas charlas interminables que siempre merecían la pena. Su manera única de contar aquellas aventuras en Estados Unidos, a donde viajó para aprender más del oficio de entrenador y después enseñarnos a todos.
Gracias, Javier.
El próximo entrenamiento lo pones tú.
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