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A la plantilla del Baskonia le pone bastante más caminar con zapatos elegantes sobre la alfombra roja de la Euroliga que calzarse las babuchas de andar por la casa de la ACB. Al margen de cuestiones objetivas, como un calendario abrasador y las relevantes ... bajas médicas en Girona, la actitud azulgrana guardó la misma relación del domingo al martes que el agua del grifo y el vino de Rioja Alavesa. Aquel grupo penitente encima de la pista catalana sin nervio, lento y descuidado para rebatir los tiros rivales y obtuso adelante, cedió el testigo a un bloque valiente y con el carácter del eslogan, pleno de afán competitivo, arremangado atrás y mucho más fluido adelante que de costumbre. Virtudes innegociables para tutear a un equipazo coral que paga sueldos de alto nivel a jugadores como Williams-Goss, McKissic, Fournier y Vezenkov entre otros. Y por la necesidad de convertir el estéril engrudo de ataques que suelen concluir en decisiones individuales próximas a agotar las posesiones en la recuperación del pase como un precepto obligado. Nada menos que veintiséis asistencias así lo atestiguan, casi el doble del pobre promedio vitoriano este curso.
Una derrota cruel para un conjunto local que llegó a gobernar hasta por diez puntos mediado el segundo cuarto y con una renta de siete a cuatro minutos del tiempo reglamentario. Y todo ello sin el irregular Howard, pero arma disuasoria al fin, y la solidez de una viga maestra como Sedekerskis. Otra caída en el filo de una velada emocionante y extensa que aleja aún más el meritorio propósito de repetir presencia en el 'play in'. Un objetivo que queda ahora a tres partidos de distancia con sólo trece compromisos por disputar. Un anhelo complicado según la inconsistencia propia, menor en el continente que dentro del mapa nacional, y la enorme exigencia de una Euroliga salvaje. Sin apenas posibilidad de resuello tras ceder ante el líder del torneo llega al Fernando Buesa Arena el vigente campeón. Puertos encadenados de alta montaña.
Los números no blanquean al Baskonia, desde luego. Sumando las dos competiciones su balance es de 15-22. Definitivamente, el club de Betoño dispone de un plantel corto en términos reales por el papel casi testimonial de Raieste y otros dos canteranos -Savkov y Ndiaye- que viven al fondo del banquillo. Y quienes cuentan para Pablo Laso parecen focalizar mucho más su atención entre semana, cuando brilla el fulgor de los escudos adversarios, que en domingos tomados como fiestas de guardar. De ahí el enorme fiasco que representa la cuarta incomparecencia a la Copa, segunda consecutiva, en seis años. Algo impensable en el código genético de una hinchada que tiene al torneo del k.o. en un retablo y que tanta gloria ha procurado a la entidad vitoriana.
Así que la visita del potentísimo Olympiacos, claro candidato a la 'Final Four' y a pelear el título, ha servido para recobrar sensaciones extraviadas en el último cajón de la mesilla. Unos brotes verdes que exigen continuidad para que sean tomados como una tendencia considerable. Sin Howard -más lejos del protagonismo este ejercicio que en los dos anteriores- ni el fiable capitán, surgió Luwawu-Cabarrot como el hombre de confianza para el técnico. El elegante alero francés, autor de un arranque de campaña cautivador para decaer luego con una lesión de por medio, vuelve a mostrar su catálogo de jugador completo y buen conocedor del baloncesto. Y Rogkavopoulos llama tan fuerte a la puerta que la amenaza de derribo. Un valor emergente a falta de quitarle el tapón para que, con más minutos sobre la pista, inocule todo el veneno que porta en su dinamismo y veloz lanzamiento exterior.
Por fin una labor coral del Baskonia por aportaciones diversas a la causa común. Desde el ardor defensivo de Jaramaz en el perímetro hasta las mejorías atrás de Moneke y Hall más allá de efectos visuales tan llamativos como los tapones. O la superadísima reválida de Samanic, un talento ofensivo de primer orden a partir de sus fundamentos con capacidad para atacar desde el arco o dando la espalda desde el poste bajo. También el crecimiento de Baldwin, toda vez que Forrest no aviva el ritmo ni genera con la cancha doblada por la mitad. Ciertos bocetos redentores dentro de una campaña desvaída.
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