Viendo cómo le está afectando al Athletic de Garitano la obligación de jugar dos partidos por semana a raíz del comienzo de la Copa -desde ... entonces no ha sido capaz de ganar en Liga-, he acabado celebrando que la pasada temporada no se clasificara para la Europa League. Recuerdo que, en aquel momento, me molestó mucho no alcanzar ese objetivo porque el equipo llegó a acariciarlo y sólo dos partidos particularmente irritantes en Valladolid y Sevilla le dejaron sin un premio que hubiera sido un soberbio colofón a una remontada histórica. Ahí es nada jugar el primer partido de 2019 en puestos de descenso y acabar en Europa. Ahora, sin embargo, pasado el tiempo y visto lo que está ocurriendo esta temporada desde que el Athletic comenzó su aventura en la Copa ante el Intercity, no quiero ni imaginar cuál sería la situación del equipo de haber tenido que jugar aquellas previas europeas en verano y una liguilla de grupos. Que conste que no digo que fuese catastrófica. Eso nunca se sabe en el fútbol. Sólo digo que prefiero no imaginarla.
Dicho esto, también digo que no me importa demasiado que el título de Copa lleve aparejada la clasificación directa para la fase de grupos de la Europa League y el billete para la Supercopa en Arabia Saudí. Entiendo que sería un premio gordo para la cuentas del club -casi veinte millones entre una cosa y otra- y su proyección internacional, pero a mí lo que me emociona realmente de ese título 36 años después es la alegría inmensa que viviremos y el alimento espiritual que supondrá para varias generaciones de rojiblancos. Los menores de cuarenta años recibirán el premio a su fe inquebrantable tras algo parecido a una travesía del desierto. Y miles de niños nunca volverán a dudar. Tras ver la gabarra -o el Bilboboat sería mejor decir-, ya no tendrán remedio. Como no tuvo remedio Obélix al caer en la marmita de la poción mágica siendo un niño. Siempre serán del Athletic. Que es de lo que se trata.
Sería una maravilla, efectivamente, y pondría a este cuerpo técnico y a esta plantilla en un lugar de privilegio en la historia del club. Vendrían a ser, se me ocurre ahora pensando en aquella película de Annaud, como los héroes que, al cabo del tiempo, vuelven a su tribu prehistórica portando la llama del fuego. Ahora bien, este agradecimiento infinito no debe influir en la valoración del equipo, que debe ser fría y racional, sin forofismos ni autocomplacencias. La que corresponde a unos profesionales muy bien pagados. El título nos haría inmensamente felices, pero en modo alguno evitaría la necesidad de plantear un proyecto de renovación a corto y medio plazo de esta plantilla. Sencillamente, se trata de pensar en el futuro de un equipo que, hoy por hoy, sufre serios problemas estructurales. ¿O alguien cree que es casualidad que el Athletic lleve nueve partidos sin ganar en Liga desde el momento mismo que empezó sufrir el desgaste de la Copa entre semana? ¿O que sólo haya marcado cuatro goles en Liga desde que empató con el Eibar el pasado 14 de diciembre?
Reconoció Garitano el domingo que estaba preocupado. Fue una confesión sincera y pertinente observando las extremas dificultades de su equipo para ganar cuando no lo hace lanzándose a degüello de sus rivales, con un despliegue físico tan espectacular que puede llegar a provocar lo que le sucedió al Granada la semana pasada: que no tocó el balón entre el minuto 11 y el 45. Lo que ocurre, evidentemente, es que los buenos equipos deben saber regularse. No pueden vivir permanentemente con semejante desenfreno. Y si vive sólo de esa combustión tan potente es que tiene un problema futbolístico grave por resolver, un problema que tiene que ver con la calidad de los jugadores en las zonas del campo que requieren más creatividad y con la riqueza y variedad de su fútbol ofensivo. Esto es lo que hay que trabajar a conciencia pensando en un futuro que ojalá tenga como hito inaugural la imagen de Iker Muniain levantando la Copa en el estadio de la Cartuja.
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