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Si bien es cierto que España se ha ganado por derecho propio el reconocimiento como la gran fábrica de entrenadores del mundo (Guardiola, Arteta, Emery, ... Luis Enrique o Xabi Alonso, entre otros muchos, así lo atestiguan), posiblemente sea aún más meritorio el caso de Portugal, que con una población cinco veces menor ha ido poco a poco surtiendo a las diferentes ligas del continente de una notable cantidad de grandes técnicos. Quizás no todos ellos tan reconocidos como sus homólogos españoles, pero de primer nivel en cualquier caso. A la larga lista en la que aparecen entre otros Marco Silva, Nuno Espirito Santo, Vitor Pereira, Sergio Conceiçao o Paulo Fonseca, hubo que añadir recientemente a Ruben Amorim, cuyo fulgurante inicio de carrera en el Sporting de Lisboa hizo pensar que podría superarlos a todos.
Su trabajo no pasó desapercibido en la Premier y después de ser tanteado por equipos como el West Ham o el Liverpool terminó siendo el elegido por el Manchester United para afrontar la enésima reconstrucción de un club que sigue huérfano de Alex Ferguson doce años después de su retirada. Amorim nació en Lisboa, pero pasó su infancia en Ribatejo, un región a escasos 50 kilómetros de la capital. Su padre, Virgílio, poseía una tienda de llaves, y su madre, Anabela, era contable. Una de sus profesoras de primaria recuerda como desde pequeño mostró la capacidad de liderazgo de la que luego ha hecho gala como entrenador. Llegada la hora del recreo el joven Amorim colocaba a sus compañeros en las diferentes posiciones del campo, y ellos le obedecían sin rechistar. Comenzó su carrera como futbolista en uno de los históricos clubes de la capital portuguesa que vive a la sombra de los dos grandes, el Os Belenenses, donde todavía recuerdan la impresión que causó cuando jugó el partido de prueba para acceder a su academia con un brazo roto.
De ahí dio el salto al Benfica, donde jugó durante seis temporadas con un breve paréntesis en el Sporting de Braga. Se retiró tras un año en Catar y comenzó a obtener la titulación para convertirse en entrenador. Su primera experiencia en los banquillos llegó en el Casa Pia, un club surgido en un orfanato creado para acoger a la gran cantidad de huérfanos que provocó el terrible terremoto de Lisboa en 1755. En 2020 llegó a la élite del fútbol portugués. Se hizo cargo del Sporting de Braga con la temporada ya comenzada. Su impecable trayectoria en la liga (ocho victorias y un empate en nueve partidos) y la conquista de la Copa de la liga le valieron el fichaje por el Sporting de Lisboa en el mes de marzo, previo pago de diez millones, la cifra más alta abonada por un entrenador en la historia del fútbol luso.
En su primer curso completo, Amorim rompió la maldición y conquistó el título con autoridad. Lo hizo, además, con un fútbol vistoso, creando un equipo que dominaba todos los registros: presión alta, salida de balón, transiciones vertiginosas... No pudo revalidar el campeonato las dos siguientes temporadas, pero sí lo logró en 2024. A pesar de los insistentes rumores que le situaban en Inglaterra, Amorim decidió quedarse en el Sporting para esta campaña, aunque finalmente la oferta del Manchester United le hizo abandonar Lisboa en noviembre. Atrás dejó un equipo que en diecisiete partidos entre ligas, copas y Champions sumaba dieciséis victorias y un empate, posiblemente el más en forma del continente en aquel momento.
Observar el rostro del joven técnico después de que su Sporting golease al Manchester City y compararlo con alguna imagen dos meses después resulta un ejercicio esclarecedor para entender la capacidad del Manchester United de minar la moral y la confianza de sus entrenadores. La lista de sucesores de Ferguson es ya tan extensa como la sombra que dejó el escocés, bajo la que todos sus sustitutos han palidecido. Ninguno de ellos ha logrado replicar en la parte roja de Manchester los éxitos logrados en otros clubes. Ya le pasó a Erik Ten-Hag, que no dejó ver nada del fútbol de campanillas que caracterizó a su Ajax y lo mismo le ha sucedido, hasta el momento, a Rubén Amorim. Su equipo ha sido un drama en la parte defensiva, condicionado por una línea de tres que en Lisboa sumaba y en Manchester sólo ha restado, y los mecanismos ofensivos que tan bien tenía integrados su Sporting no se ven con la asiduidad necesaria en el United.
La Europa League se ha convertido en la única esperanza para Amorim de salvar una temporada infausta y lograr la clasificación para la Champions, y en ella ha centrado sus esfuerzos. A pesar del mal juego del equipo no conviene olvidar, como sucedió entre los sectores más optimistas de la afición del Athletic, que este United cuenta con jugadores de talla mundial y tiene capacidad para hacer daño a cualquiera.
No obstante, también conviene reseñar su capacidad para inmolarse y encajar goleadas, varias de ellas sonrojantes en su estadio, convertido no ya en el teatro de los sueños sino en el de las pesadillas. A esta esperanza se agarra el Athletic para frustrar los planes de un Ruben Amorim que no quiere que su aventura inglesa termine casi antes de haber comenzado.
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