La realidad del fútbol
Análisis ·
Por mucho que Elizegi le cubra de elogios, el futuro de Garitano lo decidirán los resultados de los próximos partidosEs algo muy corriente en el fútbol que, cuando el presidente de un club hace una encendida defensa de su entrenador en un momento deportivo ... delicado, sus palabras se interpreten poco menos que como un epitafio. De hecho, quienes menos se fían de los elogios cuando están en el alambre son los propios técnicos. Les huelen a chamusquina. Entendámonos: no es que prefieran escuchar censuras y reproches por parte del máximo dirigente del club, pero desde luego no les tranquilizan sus lisonjas. Entre otras razones porque los entrenadores son gente de fútbol que saben muy bien cómo se cuecen las cosas en su oficio y conocen a la perfección la delgadísima línea roja que separa la gloria del martirio. En fin, que a Garitano tampoco le habrá cambiado mucho la vida la defensa que ayer hizo de él Aitor Elizegi.
A nadie que conozca mínimamente al presidente rojiblanco le habrán extrañado sus palabras. Ni su contenido ni su tono. Elizegi siempre ha tenido la mejor opinión del deriotarra, de quien valora por encima de todo su profesionalidad. Su opinión, además, es realmente sincera, para nada un asunto de conveniencia, como podría interpretarse en el caso de que Garitano hubiera sido una apuesta suya. Pero es que no fue así. Elizegi se lo encontró en el banquillo. Y no en un momento cualquiera sino en uno crítico, ni más ni menos que con el equipo en puestos de descenso tras una temporada anterior también realmente penosa. Nada más lógico, por tanto, que su agradecimiento a Garitano por haber sacado al Athletic del pozo en aquellas primeras semanas suyas al frente del club.
Y nada más lógico también que su decisión de darle confianza en un momento complicado como el actual. En primer lugar, porque Garitano se la ha merecido. Y en segundo, porque podríamos hablar de esa confianza como un deber institucional por parte de un presidente del Athletic que no sea un saltimbanqui y actúe con seriedad; es decir, ajeno al ruido de las redes y al griterío de los furiosos que piden guillotinas y picotas a la primeras de turno. El banquillo rojiblanco, en fin, no puede ser una silla eléctrica, como tantas otras que conocemos en la Liga, en la que se achicharra a entrenadores por una mala racha. Tampoco es que pueda ser un balneario, faltaría más, pero sí desde luego un lugar en el que poder trabajar con tranquilidad.
Mantener a Garitano ha sido hasta ahora una decisión justa y seria, pero todo puede cambiar
Dicho esto, lo cierto es que Aitor Elizegi podía haber sido más cauto con sus palabras a los periodistas. Y no me refiero a las que dedicó a la grada de animación, un proyecto que le ilusiona muchísimo, casi un sueño para él, y que de prosperar si lo aprueba la asamblea de compromisarios podría ser una feliz realidad a partir de 2022. Me refiero a las que dedicó al entrenador. Y lo digo por dos motivos. El primero es que no pensó para nada en los aficionados. Oyéndole hablar, cualquiera diría que las críticas que está recibiendo Garitano son un absoluto disparate, producto de la imaginación estelar de unos extraterrestres. Y no es así. Muchas de ellas son justas y perfectamente razonadas. ¿O acaso es un invento la poca ilusión que genera el equipo o el grado de desafección cada vez mayor de los aficionados?
El segundo motivo tiene que ver con la estrategia. Aunque el presidente del Athletic sea un optimista nato, no puede obviar las realidades desagradables que van unidas a su cargo de responsabilidad con dosis industriales de 'wishful thinking'. Y una de ellas es que el futuro de Garitano se va a decidir en los próximos partidos, ya sean dos, tres o cuatro. Lo que ocurra ante el Real Madrid esta noche y sobre todo el viernes con el Huesca será muy importante. Y lo que suceda luego frente al Villarreal o la Real, decisivo. Si todo sale bien, perfecto. Todos felices.
El problema es que, tras sus palabras de ayer, el presidente se ha quedado sin argumentos objetivos para cambiar de entrenador y corre el riesgo de que sus elogios a Garitano, como los de tantos otros presidentes en situaciones similares a la suya, hayan parecido falsos.
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