Los jugadores rojiblancos celebraron eufóricos sobre el césped la victoria ante el Atlético de Madrid. Efe
Semifinal de la Supercopa | Atlético 1 - Athletic 2

¿Quién dijo miedo?

El Athletic volvió a ser lo suficientemente grande para obrar el milagro y ya se prepara para el más difícil todavía el domingo

Jueves, 13 de enero 2022, 23:27

Cuando peor estaban las cosas volvió a aparecer el Athletic que saca lo mejor de sí mismo cuando se mueve en el alambre. A Nico ... Williams le tocó convertirse esta vez en el héroe inesperado, como hace un año lo fue Villalibre con aquel gol sobre la bocina. Pudieron haberlo sido su hermano o Iñigo Martínez, pero Oblak les negó el honor. No importó. En alguna parte debía estar escrito que el campeón va a defender su título en la final.

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Costaba creérselo antes del partido, por el nivel del rival y la historia reciente, durante un encuentro jugado por los dos equipos con más cautela que un grupo de sioux rodeados por el Séptimo de Caballería y, sobre todo, después del indefinible gol de Joao Félix.

Tampoco los cambios que hizo Marcelino animaban al optimismo. Tocaba buscar la remontada y el Athletic se quedó con Vesga y Dani García como medios centros, la pareja con peor estadística de resultados de todas cuantas puede elegir el técnico, y con Raúl García como delantero más adelantado, ocupando la posición de un Sancet que había destacado en la primera parte, pero se estaba diluyendo tras el descanso. La salida de Yuri, después de nueve meses de inactividad tampoco prometía milagros precisamente.

El as en la manga fue Nico Williams, que ocupó la posición del otra vez desangelado Berenguer, y llegó a tiempo para convertirse en el protagonista de un partido con muchos actores de reparto. El chaval le echó el desparpajo habitual y acabó colocando el interior de su bota izquierda con sutileza para llevar junto a la base del poste un balón que le llegó rebotado de Dani García tras un cabezazo de Iñigo. Fue una carambola ganadora.

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Al margen de la emotividad y del chute de euforia que supone volver a estar en una final, el partido fue más difícil de tragar que un bocadillo de polvorones. Los pocos aficionados locales pudieron asistir a un clinic de fútbol control, de primacía del orden sobre la genialidad, de rendición de la espontaneidad a la táctica. Estaba siendo uno de esos partidos que gustan solo a los entrenadores, aunque hagan gestos y pongan caras en el banquillo. Más ajedrez que fútbol a la espera del detalle, del dichoso detalle que decida el choque.

Dicen esos mismos entrenadores que tanto disfrutan dibujando líneas, organizando apoyos y cerrando espacios, que el fútbol es un juego de errores. De acuerdo con su idea, si no hubiera fallos todos los partidos acabarían con empate a cero. Desdeñan la genialidad o el chispazo de inspiración, imposible a su juicio si el defensa está en su sitio y haciendo su trabajo.

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Partidos como este avalan la teoría. Durante una hora no falló nadie. Todo el mundo estuvo en su sitio y no pasó nada, más allá del susto inicial que se llevó un Athletic que salió menos intenso que el rival. En cuanto los de Marcelino le cogieron el aire al partido, el choque se fue espesando hasta lo indigesto. Apostar en el descanso por una prórroga no era nada descabellado.

Pero llegó el primer fallo. Ni Dani García ni De Marcos supieron evitar el cabezazo de Joao Félix que se coló tras tocar en el poste y en la espalda de un Unai Simón que se lanzó tarde. Simeone estaría satisfecho porque el plan le salía redondo y a Marcelino le llevaban los demonios al constatar que, efectivamente, un detalle desafortunado le estaba arruinando el partido.

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Pero puestos a fallar, los colchoneros se emplearon más a fondo. Yeray y Nico Williams voltearon el marcador rematando dos saques de esquina consecutivos en cuatro minutos. Si se hubiera puesto a nevar sobre el estadio hubiera sido menos raro que remontarle al Atlético con dos goles a balón parado, en una noche en la que Oblak estaba siendo el MVP del partido. Pero el Athletic volvió ser lo suficientemente grande para obrar el milagro y ya se prepara para el más difícil todavía del próximo domingo. ¿Quién dijo miedo?

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