En ocasiones veo a Messi. Mejor lo cuento en lunfardo, jerga tan querida por el tango arrabalero que forma parte hoy de la lengua coloquial ... rioplatense. Hay un chabón groso, con guita en su laburo, que cuando nos pilla nos monta un quilombo y salimos cachazos. Es hora de zafarse de su tiranía balompédica y cerrar el arco a sus balinazos, cambiando bandoneón por trikitixa. En un santiamén nos veremos las caras con el rosarino, posiblemente el mejor jugador de fútbol que jamás hayamos visto. Lionel Andrés Messi Cuccittini aparentaba ser un niño de 9 años cuando tenía 13, le diagnosticaron deficiencia de la hormona de crecimiento en 1995 en Newell's Old Boys, en Rosario, pero a esa edad se alistó en el Barcelona, que decidió costear su tratamiento médico consiguiendo, como en los cómics de Marvel, crear con inyecciones un superhéroe del cuero con solo 1'70 m de altura. Pequeño, veloz y con una técnica asombrosa, salta alrededor de sus oponentes como una pulga. 'La Pulga'. Nuestros leones no ganan para linimento ante tanta picadura. Si hubiese sido maletero en los ferrocarriles de Santa Fe, lanzaría con el tren en marcha las maletas a los pies de los pasajeros y las metería al maletero desde 20 metros si se lo abren.
Félix María de Samaniego, nuestro fabulista de cabecera, nacido en Laguardia como Óscar de Marcos, le hubiera dedicado esta fábula y recomendaría a los aficionados del Athletic la relectura de 'La cigarra y la hormiga' para saber qué debemos trabajar si queremos rematar un año feliz. Hay que recordar su 'Cuento de la lechera'. Quizá deliramos ante la posibilidad de ganar dos Copas sin saber disfrutar del hecho de poder jugarlas, que es en sí mismo un episodio de Hazañas Bélicas. Gran parte de los sueños para alzar la Copa 25 pasan por que no tenga un buen día el argentino y que el león que llevamos dentro se despierte y pegue un zarpazo como el de la Supercopa.
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