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El fútbol, además de ser la cosa más importante entre las cosas menos importantes, es un mundo que convive con la urgencia. De nada vale lo que has hecho ayer, porque solo importa lo que pasa hoy. El Athletic, que había completado una primera vuelta ... brillante, se había sumergido en un mar de dudas en los primeros días de enero. A la paupérrima exhibición en Logroño le siguió un triste paso por la Supercopa y la eliminación de la Copa terminó de abrir un profundo bache en el ánimo rojiblanco.
El aficionado al fútbol es ciclotímico por naturaleza, capaz de pasar de la euforia desatada a la melancolía en cuestión de horas. También la crítica, por qué negarlo, analiza muchas veces el rendimiento orientada por la veleta del marcador. Quienes se veían en dos finales y con un billete para la Champions en el bolsillo ya miraban con otros ojos el calendario y a los rivales; los elogios habían mutado en preguntas que requerían una respuesta inmediata antes de que las dudas acabaran siendo un lastre insoportable.
Vigo no era un Rubicón pero al Athletic le convenía atravesarlo con solvencia para evitar que la siguiente cita en San Mamés no se convirtiera en una estación de penitencia. Y el equipo supo responder de forma que, ahora mismo, los que miraban la distancia que le separaban de sus perseguidores contemplan orgullosos que el casillero rojiblanco marca los mismos puntos que el del Barcelona.
Había que salir de dudas, comprobar con hechos que el tropiezo copero ante Osasuna fue solo un desgraciado accidente. Y por lo visto en Balaídos, efectivamente aquello fue un contratiempo, irreparable por la misma naturaleza de la Copa, pero perfectamente compensable en una Liga que acaba de empezar su segunda parte con el Athletic sólidamente instalado en el grupo de cabeza.
No vamos a decir que el equipo hizo un partido brillante en Vigo. Pero sí jugó lo suficiente para imponerse con solvencia y claridad a un Celta que concede poco en su campo. Con seis cambios respecto al jueves, Valverde presentó una alineación fiable que vuelve a hablar muy bien del fondo de armario del que dispone. Es verdad que sigue habiendo futbolistas que han perdido el estado de gracia que han disfrutado hasta hace unas semanas, pero con todo, el bloque sigue siendo lo suficientemente fiable para esperar partidos y victorias como esta ante el Celta, labrada desde el trabajo y desde la convicción.
El partido no pasará a la historia, como no pasarán la mayoría de los que se disputan a lo largo de la temporada. Esto no es una cuestión de brillo sino de eficacia, regularidad y oficio, y el Athletic añade a estas virtudes la constancia, la solidaridad y la entrega incondicional. Si no hay inspiración queda el trabajo. No estuvieron especialmente acertados los Williams durante toda la primera parte, pero no renegaron de ayudar atrás siempre que hizo falta. Y lo mismo puede decirse de Berenguer y de Unai Gómez.
El trabajo colectivo sirvió para maniatar a un Celta que necesitó prismáticos para ver a Unai Simón. La pelota y los espacios fueron siempre rojiblancos. Que les costara una hora larga mover el marcador es otra cuestión. Los porteros también juegan, y cuando a Nico le salió un churro que casi acaba en la red, o Prados afinó el punto de mira, ahí estuvo Guaita para salvar a su equipo.
El Athletic perseveró. Los Williams, poco clarividentes hasta el descanso, estuvieron en la génesis del primer gol, marcado por un Berenguer que siempre está cuando se le reclama. Después fue Gorosabel, que apenas se estaba atreviendo a pasar de la medular, quien entró hasta la cocina para dar el centro previo al segundo tanto, que debió abrir la puerta de una goleada. Pero el tropezón inoportuno de un Adama Boiro que estaba completando un buen partido dio algo de vida a los locales. Son las cosas del fútbol, que en esta ocasión no tuvieron más consecuencias porque este Athletic tuvo oficio para anular a un Celta con mucha más voluntad que fútbol.
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