Robert Navarro cae tras chocar contra un jugador rival Luis Ángel Gómez

Una tarde tétrica en La Catedral

Sábado, 25 de octubre 2025, 21:33

Con el primer fresquito otoñal y una suave e intermitente lluvia, había quedado una tarde estupenda para ir al cine. Sin embargo casi cuarenta y ... ocho mil almas rojiblancas prefirieron acudir a La Catedral a cumplir con el precepto. Almas rojiblancas, o almas cándidas cabría decir, no sabían lo que les esperaba. Pero la fe rojiblanca es inquebrantable y ni el sobreesfuerzo del equipo tres días antes, ni su tono grisáceo en lo que llevamos de temporada, les hizo sospechar lo que podía suceder. Al contrario, los tres goles del miércoles europeo habían alimentado la esperanza de un despegue en la Liga y el personal acudió a San Mamés con ganas de cerrar con una celebración una semana muy exigente para los suyos. La alineación que presentó Valverde, sin apenas cambios, anunciaba una bonita tarde de fútbol. Pero nuestro gozo en un pozo.

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El Athletic salió pesado, con plomo en las piernas y algodón entre las orejas. Sin chispa, sin ideas, sin alma. Fue un equipo vacío a merced de un Getafe que no se podría creer lo plácido que transcurría el partido en un escenario que generalmente suele ser un infierno para quienes lo visitan. Sería ventajista abrir ahora, con el resultado sobre la mesa, la discusión sobre si Valverde hubiera debido introducir más de los cuatro cambios que hizo, uno obligado por la lesión de Iñaki Williams, para refrescar el equipo titular. El técnico tomó la decisión en la que más creía y le salió mal. Con más cambios y resultado similar, tampoco faltarían los defensores de mantener a los titulares hasta la extenuación. En el fútbol la distancia entre una opinión y la contraria se mide en el centímetro que define si la pelota entra después de tocar en el palo o se va fuera.

Los datos dicen que el Athletic perdió en Valencia tres días después de caer ante el Arsenal; que ganó con muchos apuros al Mallorca en San Mamés tras perder por goleada en Dortmund, y que ayer volvió a morder el polvo después de ganar el miércoles al Qarabag. El desgaste de la competición europea es innegable.

Lo que tampoco admite discusión es que no se atisbaban soluciones mientras la tarde se iba tornando más tétrica a medida que corrían los minutos, aunque las correcciones del técnico fueran constantes. La lesión de Lekue a la media hora, una más este año, contribuyó a oscurecer más el ánimo general, que ya era taciturno para entonces. Fue uno de esos partidos en los que hasta las cantinelas de la grada suenan más a letanía somnífera en su monotonía que a gritos de ánimo. Hasta el árbitro colaboró con entusiasmo en el desastre picando como un pardillo en todos los trucos de los jugadores del Getafe, trucos por otra parte innecesarios tal y como iban las cosas, pero parece que, como en el cuento del escorpión y la rana, está en la naturaleza de este conjunto.

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Ningún equipo puede aspirar a nada que no sea un empate sin goles cuando jugando en casa su primer y único remate de todo el partido llega en los minutos de prolongación antes del descanso. Así que si el Athletic alcanzó al tramo final con la esperanza de salvar un punto fue debido a que el Getafe no terminaba de creerse su papel de dominador nada menos que en San Mamés. Los de Bordalás se encontraron ante la tesitura de tener que jugar contra su propia naturaleza, fabricando fútbol, moviendo la pelota de lado a lado y manteniendo la posesión y la iniciativa ante un Athletic que se sostenía a duras penas por su propio corazón y la incredulidad del rival.

El Athletic ya perpetró un partido igual de penoso el día del Girona. Entonces Valverde hizo cuatro cambios en el descanso porque, según explicó después, el equipo necesitaba un electroshock. Ayer los electrodos fueron Vesga, Maroan y Navarro, aunque se activaron más tarde, sobre la hora del partido, momento en el que el técnico suele hacer sus cambios habitualmente. Pero no debía de haber corriente en el banquillo rojiblanco, porque los que entraron no mejoraron a los que se fueron. El Athletic siguió siendo un equipo apagado que iba perdiendo hasta la fe según avanzaba el reloj porque ninguna de sus piezas funcionaba a un nivel mínimamente exigible. Ni siquiera Unai Simón que tantas papeletas similares ha salvado estuvo a su altura en la jugada del gol.

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El último cambio de Valverde resume el despropósito. Recurrió a Izeta, un futbolista absolutamente marginal en sus planes, para retirar a Sancet, uno de los supuestos líderes del equipo. El otro, Nico Williams, se quedó hasta el final, solo para confirmar que lo de volver al cien por cien, como anunció en sus redes sociales después de los silbidos del miércoles, será otro día.

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