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Cuarenta años no pueden pasar en balde. La ría no es la misma, Bilbao no es el mismo. La sociedad vizcaína no es la misma ... que celebró aquellas Ligas y aquella Copa. El paisaje ha cambiado mucho y, por qué no decirlo, el paisanaje también. Tenemos puentes que antes no había y ya no hay industrias que antes teníamos. Los viejos tonos grises y marrones han estallado en una espectacular paleta de color. ¿Todo ha cambiado? No. El sentimiento que despierta el Athletic permanece intacto. Pasan los años y las generaciones pero este club sigue siendo el catalizador capaz de unir a todos más allá de la economía, el credo o la ideología.
También por eso es único en el mundo. Lo comprobamos en Sevilla y ayer lo volvimos a ratificar. Confieso que tenía mis dudas ante la avalancha de medidas de seguridad, vallas y limitaciones. Nunca segundas partes fueron buenas y aquella explosión de alegría de hace cuarenta años parecía irrepetible. Error. La tercera edición de la gabarra no solo no desmereció sino que, probablemente, estuvo por encima de lo vivido hace cuarenta años.
La gabarra navegó con más orden y menos improvisación, sí; con inscripción y previo pago de los acompañantes ahora, cuando entonces cualquier objeto capaz de flotar fue bienvenido sin hacer preguntas, pero con idéntico espíritu que hace cuatro décadas. Con los jugadores algo tímidos y contenidos al principio, como expectantes y preguntándose qué les esperaba más adelante, si todo lo que les habían contado sería verdad; desatados y liderando la fiesta a medida que fueron sintiendo el calor que les llegaba desde las dos orillas.
Y ¡cómo estuvieron las dos orillas! Cada metro teñido de rojo y blanco por una multitud que ocupó, sin dejar un solo centímetro libre, todos los kilómetros entre el Abra y el Ayuntamiento. Fue una fiesta magnífica, como solo lo puede ser una celebración tan largamente esperada. Fue algo así como la renovación de los votos rojiblancos por parte de las viejas generaciones y el bautismo con agua del Nervión de las nuevas, que ¡por fin! han podido vivir y disfrutar en persona lo que tantas veces les contaron. Ya pueden decir yo estuve allí.
Habrá que tomarle la palabra a Sancet y confiar en que la gabarra no vuelva a estar tanto tiempo en el dique seco para que los que ayer contemplaban al festejo con los ojos como platos y la boca abierta, desde los hombros de sus padres, puedan disfrutar muy pronto de su propio viaje iniciático.
Hace cuarenta años elegí un adjetivo a la medida de la experiencia vivida para describir aquel viaje de la gabarra. Lo más sencillo es repetir la elección porque lo de ayer, como lo de hace cuarenta años, volvió a ser ¡inconmensurable!
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