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Que San Mamés celebre por todo lo alto un empate ante Osasuna a última hora define cómo están las cosas ahora mismo. El Athletic ha perdido muchas de las virtudes que le han traído hasta aquí en el tramo final de la temporada, además de ... a un montón de jugadores que han sido claves durante todo el curso, pero lo que no ha perdido es la fe y el orgullo. Incluso en tiempos de dificultad como estos en los que la victoria se resiste en San Mamés nada menos que desde el 16 de marzo, el equipo se niega a rendirse y pelea hasta el último segundo rebelándose contra una derrota que parecía inapelable cuando nada más volver del descanso Osasuna hizo el segundo gol.
Con Sancet, Paredes, Guruzeta, Ruiz de Galarreta y Yeray viendo el partido desde el palco y Prados en el banquillo, donde tampoco pudo estar Valverde, no sería justo exigir demasiado a un Athletic que lo intentó siempre pero acusó tanta improvisación obligada que incluso llevó a Lekue al eje de la defensa, lo que le convierte en el más firme candidato al premio comodín del año, después de pasar por los dos laterales. Volverá al izquierdo el miércoles que viene porque Yuri acumuló su cuarta amarilla anoche.
Tampoco Osasuna está para tirar cohetes. El equipo navarro lleva prácticamente un mes cerrado por reforma, una vez amarrada la permanencia y lejos de cualquier objetivo que no sea el tener un buen pasar en este tramo final del curso, con el entrenador haciendo las maletas y todo el mundo pensando en la próxima temporada. Si el Athletic podía lamentar sus bajas, Osasuna se presentó en San Mamés con siete dorsales por encima del número 25 y dejando dos asientos libres en el banquillo.
Por si el elevado número de ausencias no fuera suficiente, al Athletic le abandonó ayer hasta esa dosis de suerte siempre tan importante en el fútbol, y no digamos en este fútbol moderno en el que las decisiones se toman de una forma tan aleatoria. El partido hubiera podido ser otro bien distinto si Berenguer decide esperar el pase del compañero con el cuerpo enhiesto, como posando para Instagram. Pero prefirió agacharse y el culo se le quedó en fuera de juego. Literal. Todo Berenguer desde la coronilla hasta el talón, estaba en posición legal salvo esa parte donde la espalda pierde su honesto nombre.
De nada valió que luego perseverara para robarle el balón a Rubén García en la línea de fondo y le pusiera el gol en bandeja a Muniain. Nadie había visto nada salvo el que traza las líneas en el VAR, que descubrió la posición tan desairada del delantero. De celebrar el gol, se pasó a maldecir su anulación y, sin solución de continuidad, a lamentar el gol de Osasuna. Todo en un minuto cuando la primera parte estaba terminando.
También se podrá quejar Osasuna de un pisotón de Yuri a Rubén García dentro del área en la segunda parte, que en este caso nadie vio. Lo que el VAR te quita el VAR te lo da. Cuando los entrenadores dicen que el fútbol es un juego de errores no se refieren precisamente a esto, pero que sean equitativos al menos es un triste consuelo.
Un error de Herrera en el círculo central propició el segundo gol de Osasuna. Un golpe en frío nada más empezar la segunda parte, que pareció decantar el partido del lado rojillo porque no se veía la manera de que el Athletic pudiera revertir la situación. Últimamente los rojiblancos están volviendo a encajar prácticamente con nada y les cuesta un mundo golear, como en los viejos y olvidados tiempos que, de pronto, vuelven para castigar a un equipo que merecía rubricar un final de temporada más brillante, y que ve que los puntos se le escurren entre los dedos en San Mamés, donde acumula tres empates desde que la gabarra navegó por la ría.
El ambiente festivo con el que arrancó la noche, con homenajes a los socios que cumplen medio siglo en el club y a Raúl García, se tornó un tanto áspero a media que transcurría el partido, sobre todo porque Osasuna no se sumó a la fiesta y prefirió disputar el choque con cara de derbi.
Tuvo algo de justicia poética que el portero Herrera tuviera las manos de mantequilla en la penúltima jugada del partido para que el reaparecido Villalibre estableciera un empate que se celebró por todo lo alto. A falta de otras virtudes, no está nada mal que el equipo conserve su orgullo y ese espíritu competitivo que le lleva a alcanzar lo que tantas veces parece imposible.
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