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Soy el viejo que se enfrentó a vosotros la noche de este jueves. El de la barba blanca, la gorra del Athletic y la ... bufanda rojiblanca. El que acababa de salir de San Mamés con la garganta rota por animar a los nuestros, soñando con una final en Bilbao. El que está harto. Desde hace mucho. Pero ayer no pude más. Os cabreó que los seguidores de Rangers, esos fascistas que la iban a liar, fuera gente que, si le pones nuestra camiseta, parece de Mundaka. Bebieron, animaron y se fueron a su casa. Punto. Pero eso no os cambió el plan. Lleváis odio en las venas. Os lo vi en la mirada. Como en esta historia solo estábamos vosotros y yo, voy a contarla aquí.
El Atelier es un pub de Rodríguez Arias, cercano a Sabino Arana. Allí estábamos debatiendo sobre si Demar, Lekue y Jaure habían sido los mejores o si el héroe era el elefante Maroan, que cambia los partidos a base de penaltis y rojas. Una de esas noches en las que te abrazas con gente desconocida. Pero entonces llegasteis. Primero, un petardo. Luego un cohete. Y después el baile de contenedores. La gente os miraba con esa desazón que produce ver cómo están a punto de destrozar tu ciudad. No había nadie del equipo rival. Era gente de aquí. Aunque luego matizaremos. Otro día me hubiera metido en el bar. Pero me encendí y fui hacia el lugar en que estaba a punto de liarse la batalla. Primero me acerqué a la Ertzaintza. «Señor, tenga cuidado y apártese», me dijeron al aproximarme a la fila que habían montado con sus cascos y escudos. Pero no me aparté. Les dije que entiendo las leyes y que si ahora sacan una porra, tienen que hacer un informe más largo que el Quijote y que tiene que empezar a arder un contenedor o que les lancen botellas para que actúen. Pero, mientras tanto, la estaban liando. Así que recorrí 50 metros de María Díaz de Haro hasta llegar donde ellos. Donde vosotros.
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Estabais parapetados tras los contenedores que habíais volcado y me mirasteis como si llegara a hablaros un loco. Os vi la cara. A pocos. La mayoría la lleváis tapada. Con la bufanda del Athletic, que es lo que me jode. Y os pregunté la razón de esa violencia absurda. Teníais una media de 20 años. «No somos nosotros, son esos», os excusabais señalando a los que estaban a unos cinco metros a mi izquierda. Como si fuerais simples espectadores de una sokamuturra. Así que fui hacia los otros. Me dijeron que no habían empezado. Que eran los putos zipayos y que estaban allí por Cabacas. Como si hace 13 años alguno hubiera estado cuando lo mataron. Es la excusa. Y la pena. Ni Iñigo ni la familia se merecen que manchéis su nombre. Os pregunté qué pretendíais conseguir rompiendo Bilbao en una noche así. Y ni uno solo supo responder. Ni uno. Una chica os dijo lo mismo. Mediría 1,60 y llevaba su pelo moreno recogido en una coleta. Era de los vuestros y le preocupaba que me agredierais. Se lo agradezco. Pero estaba de acuerdo. Ese no es el camino. Fue entonces cuando llegó otro niñato y me increpó diciendo que soy el periodista fascista que les llama subnormales. Le aclaré que jamás he dicho eso. Les he llamado cretinos, macarras, mierdas, basura, excremento humano y varias cosas más. Pero nunca he utilizado esa palabra. Y entonces te diste cuenta. «Eres Jon Uriarte».
Te lo confirmé y pregunté tu nombre. «No te lo digo», respondiste. Y te llamé cobarde. Lo eras, porque te fuiste. Como no había forma de que alguien dijera una cosa coherente, me fui hacia el Martxo. Veinte minutos después intentasteis liarla en esa zona. Pero al pretender volcar los contenedores, unos viejos de más de 50 tacos, os hicimos frente. Allí me encaré con otro de vosotros. Tú. Ese al que le pregunté si su vida era una mierda para desahogarse de esa manera y me dijo que sí. El que llevaba una botella en la mano y en su paranoia decía que la Ertzaintza se la había tirado. Al que le pegué en el pecho dos veces y, viéndome que no me iba, se fue con el rabo entre las piernas. Allí no había policía. Solo ciudadanos hartos. Y os paramos.
Cuando os largasteis, volví a entrar en esos bares que habían estado con la persiana bajada para evitar que los rompierais. Y conocí a un athleticzale de Ponferrada y a otro de Badalona que recorrían un carro de kilómetros para acudir a San Mamés. Les invité a tantas rondas que cuando mi mujer vea cómo está la cuenta, me cruje. Porque también saqué cervezas a unos escoceses que, tras perder, deseaban que ganaramos la Europa League. Porque eso es ser vasco, vizcaíno, bilbaíno y athleticzale. Y no la mierda que hacéis vosotros. No representáis a nada ni a nadie. Os lo he preguntado a la cara. Allí, donde ardían los contenedores. Y no habéis sabido responder. Por eso hay que pararos. Esto se tiene que acabar. Sois como esa boñiga que pisas y no hay forma de quitarla del zapato. Se queda pegada. Y huele.
Una hora más tarde coincidí con Makua. Le pedí que, junto a otros presidentes y jugadores de ayer y de hoy, escribiera un manifiesto de repulsa. Está de acuerdo. Toca dar la cara. Que quede claro que esa gente no es del Athletic. La mayoría no había estado en San Mamés, alguno tiene vetada la entrada y otros no saben ni cómo es un balón. Entre ellos vi a un chaval con una camiseta azul que lucía un escudo del FC Barcelona. Ese es el nivel. Su partido no se juega en un campo. Sino en la calle y con la cara tapada. No podemos seguir poniéndonos de perfil. Os lo dije allí y lo digo aquí. Ya no me meto en los bares hasta que pase el vendaval. Exijo que gente de mi club y de mi ciudad haga lo mismo. Dar un paso al frente y miraros la cara. Aprovechais el fútbol, es verdad. Pero el fútbol somos nosotros. Por eso debemos pararos. Porque, perdonen la expresión, estoy hasta los cojones de esta gentuza.
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