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Tienen los seguidores del Athletic una característica común, al margen del amor a los colores y todo eso, que tal vez no se pueda extender ... a todos los casos, pero sí está muy generalizada. Es difícil catalogarla. Se podría llamar síndrome de algo, aunque no se sepa muy bien de qué, pero con una explicación sucinta seguro que los que leen estas líneas lo entenderán. Pongamos por caso que el equipo de Ernesto Valverde hubiera perdido el partido de ida de las semifinales en el Metropolitano. No por goleada, sino por la mínima. Ahora, en vísperas del partido de vuelta, el ambiente entre la afición sería de remontada, de 'a por ellos', de 'nos los vamos a merendar'. 'Ganamos seguro y estaremos en la final de Sevilla junto con el Mallorca'. Es decir, un ambiente casi eufórico, optimista, incluso aunque el Atlético le hubiera dado un baño al Athletic, salvado casi por la campana.
Pero resulta que los nuestros no perdieron, sino que ganaron en Madrid, donde no lo había hecho nadie en toda la temporada y más allá, y mostraron que son un equipo rocoso cuando hace falta y que tiene un segundo portero de garantías que descolgó todos los balones aéreos que envió el rival. Resulta también que el Atlético baja su rendimiento fuera de su campo, y por si fuera poco, el jugador más dañino con el Athletic, el formidable Antoine Griezmann, no podrá estar en San Mamés, debilitando bastante a la delantera colchonera.
Y miren por donde, si con una derrota en la ida, el ambiente hubiera sido de euforia y optimismo, con una victoria se convierte en cautela y cierto pesimismo; y a pesar del brillante partido de Liga que jugaron los nuestros contra los de Simeone, que pudieron llevarse una goleada, ya hay voces que dicen eso de que, «esta vez no va a ser lo mismo», incluso las hay que cuestionan la ausencia de Griezmann porque «es una trampa de Simeone», y en el caso de que sea verdad y no juega, «el peligro de verdad es Correa».
Esta sensación no es nueva. El Athletic ha jugado semifinales a doble partido contra el Espanyol, en 2015, y el Levante en 2021, en las que empató en San Mamés y casi nadie dudaba de que en el segundo partido remontarían. Sin tener en cuenta que, en el primer caso, el equipo barcelonés dio un recital en La Catedral y en su campo el Athletic no había ganado nunca.
En el extremo contrario, es imposible recordar un canguelo mayor que el que les entró a los aficionados rojiblancos después de aquella espectacular exhibición en la Supercopa ante el Barcelona (4-0), por lo que pudiera pasar en el partido del Camp Nou. Que sí, que era el Barça de Messi, pero ni el marcador de la ida consolaba. Solo cuando marcó Aduriz el empate, ante un rival que jugaba con uno menos por expulsión de Piqué, empezó a respirar la hinchada.
Pero bueno, si la precaución, la cautela, que es lo que deben mantener los futbolistas que salten al césped, se contagia a los aficionados, que sea para bien; para poder empujar con todas las fuerzas camino de la final de Sevilla, que por obra y gracia del Mallorca ya no será una final vasca. Esperemos que, al menos, sea periférica y no haya representantes del centro de la península.
Tal vez sea mejor así, mantener un perfil discreto, no caer en la sobrexcitación ni en la euforia desmedida. En este sentido no está de más imitar a Iñaki Williams y su enigmático lema de las últimas semanas: «Volando bajito».
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