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Cuando Xavi Hernández paseó la ikurriña por el césped de Mestalla, la madrugada del 14 de mayo de 2009, después de vencer al Athletic en ... la final de Copa, los más bienintencionados seguidores rojiblancos se tomaron el gesto como un síntoma de la excelente relación entre las aficiones de los dos clubes, olvidadas aparentemente ya las rencillas de los años ochenta, con Maradona casi siempre de por medio. Sin embargo, los escépticos se preguntaban qué hubiera sucedido si aquella desigual relación de poder fuera al revés, con un Athletic potente y un Barça disminuido, y no se olvidaban de los gritos de «¡A Segunda!», que, habían escuchado en el Camp Nou apenas tres años antes, en 2006, en el denominado bienio negro, coreados por la mayor parte de las tribunas a un rival con el agua al cuello.
De hecho, muchos seguidores del Athletic nunca comprendieron esa extraña fraternidad artificial trazada entre ambos clubes y que parecía obedecer más a los vínculos que tendía el sentimiento de pertenencia a dos territorios, Euskadi y Cataluña en su común oposición a la 'bota de Madrid', que decía Xabier Arzalluz, que a la rivalidad futbolística desarrollada durante casi cien años. Durante mucho tiempo, el nacionalismo futbolístico convirtió a la capital de España, y al Real Madrid más concretamente, en el enemigo común, cuando las reivindicaciones soberanistas iban en aumento. Los medios de comunicación de la capital, que eran la Brunete mediática, según el dirigente nacionalista, eran confrontados a diario por los de Barcelona, y no, sin embargo, por los de Bilbao.
Esa extraña confraternización, más de ida Bilbao-Barcelona, que de vuelta, no la corroboraron casi nunca los dirigentes que iban pasando por el palacio de Ibaigane, que siempre consideraron al Real Madrid como un club mucho más empático con el Athletic que el Barça, y recuerdan casos como el de Eskurza o Ezquerro, además de citar otras ocasiones en las que el comportamiento de la dirigencia madridista resultó impecable. Habrá quien se acuerde de la negativa de Florentino Pérez a que las últimas finales de Copa con Athletic y Barcelona se jugaran en el Bernabéu, pero no está de más alegar que el dirigente madridista lo que temía era la escena de una vuelta de honor barcelonista en su feudo, en una época de relaciones muy tensas. Posiblemente, si el Athletic hubiera jugado aquellas finales frente a otro rival, las obras de los baños se habrían terminado a tiempo.
Las relaciones tirantes entre Athletic y Barça son casi tan antiguas como la competición. Ocurrieron otros episodios más allá de los del domingo. En la temporada 1955-56, el Athletic era líder a falta de dos jornadas, con un punto de ventaja sobre el Barcelona. Debía jugar en Mendizorroza y recibir al Valladolid, y en Barcelona vigilaban cualquier movimiento extraño. En Vitoria la expectación era enorme. El Alavés había vendido 17.000 localidades de pie y completó un aforo de 23.000 espectadores. Demasiados, sobre todo teniendo en cuenta que el aforo oficial de Mendizorroza estaba fijado en 10.000. El público invadió el césped. El árbitro suspendió el partido, que se jugó al día siguiente y ganó el Athletic (0-3). Algunos medios barceloneses comenzaron a lanzar mensajes de duda. El Correo Catalán elucubró sobre la posibilidad de que la suspensión del partido hubiera estado pactada: «El plan era claro. Se imponía suspender el partido y la única forma era vendiendo más entradas de las permitidas, haciendo imposible que se jugara el partido». Y se preguntaba el mismo diario: «¿Por qué? Sencillamente si hubiese perdido el Barcelona, el Atlético de Bilbao seguramente hubiera dado 'facilidades' al Alavés en ese partido realmente comprometido».
Históricamente, el Barcelona no recibió mejor trato que el Real Madrid en San Mamés, pero durante los años ochenta, cuando en la lucha por el poder liguero se colaron entre los grandes el Athletic y la Real Sociedad, en círculos azulgrana el club bilbaíno empezó a verse como el enemigo a batir. El episodio de la lesión de Maradona fue el comienzo de una época muy hostil para el Athletic en el Camp Nou; la pelea barriobajera de la final de Copa de 1984 fue el cénit.
Luego se creó un clima un tanto artificial, de una fraternidad que nunca llegó a ser real del todo. Durante años, el Athletic no fue rival deportivo para el Barça, se atemperaron las rivalidades y se extendió la afinidad por motivos seudopolíticos, que llegaron a su culminación con el paseo de la ikurriña de Xavi y Puyol en la final de 2009. Pero muchos aficionados del Athletic nunca dejaron de tener la sensación de que esa amistad sólo era coyuntural, mientras el Barça pudiera sacar beneficio. Detalles como conseguir que la final de Copa del 2015 se jugara en el Camp Nou, o que mientras Gurpegui recibía la Supercopa ganada en ese mismo escenario, resonara a todo volumen el himno del Barça, contribuyeron al desengaño de miles de aficionados más, que hasta entonces habían estado seducidos por esa simpatía que todavía generaba.
Hace un par de años, la mayoría de los que todavía empatizaban con el Barcelona se unieron en un partido de la Liga al clamor de San Mamés que gritaba «¡a Segunda!», después de las revelaciones del 'caso Negreira'. Si quedaba algo de amor, el gol anulado entonces a Iñaki Williams lo acabó de quebrar. Pero todavía restaban más capítulos. La persecución del pasado verano a Nico Williams para que vistiera de culé, la inscripción de Dani Olmo permitida por el CSD justo antes de la Supercopa y que molestó tanto al presidente Jon Uriarte y las últimas declaraciones del asesor de Laporta, Enric Masip, no han hecho sino confirmar que esa relación ha saltado por los aires. Lo dejaron biel claro los pitos dedicados a los de Flick en el pasillo realizado por el Athletic el pasado domingo. A buen entendedor...
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