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Por Julen Guerrero, por Aritz Aduriz, por Ismael Urzaiz, por Carlos Gurpegui, por Aitor Larrazabal, por Genar Andrinua, por Ander Garitano, por Cuco Ziganda, por ... Josu Urrutia, por Joseba Etxeberria, por Bittor Alkiza, por Fran Yeste, por Tiko, por Pablo Orbaiz, por Andoni Iraola, por Dani Aranzubia, por Mikel San José, por Markel Susaeta, por Ander Iturraspe, por Xabi Etxeita, por Igor Gabilondo.
Por todos ellos, y por muchos más, que darían para llenar varias columnas como esta, todos futbolistas que han defendido la camiseta rojiblanca desde 1985 y nunca pudieron subir al Olimpo de los elegidos, que lo intentaron con todas sus fuerzas, pero no lo lograron. Este es un pequeño homenaje a su ardor, a su entrega, a su indudable amor a los colores del Athletic. Porque aunque nunca sintieron en sus carnes la sensación de levantar una Copa, de experimentar la sensación de levitar dos palmos sobre el suelo después de haberse convertido en héroes para la gloria eterna del club rojiblanco, contribuyeron haciendo camino, dejando un legado que ayudó a que ahora miles y miles de aficionados festejen en las gradas de La Cartuja, en la explanada del Athletic Hiria, en el abarrotado San Mamés y en las calles y plazas de todos los pueblos de Bizkaia y más allá, porque reluce como el sol el escudo de la torre románica de Trujillo, suenan los cohetes en Minglanilla, o atruenan las celebraciones en algunos pubs de Londres o Nueva York.
No ha sido un camino fácil, pero los aficionados lo han disfrutado. Siempre los hubo, siempre apoyaron, en Rubí primero, en Cayón después, en Eibar, por supuesto, y luego ya en San Mamés ante el Alavés y el Barcelona. Y en semifinales contra el Atlético de Madrid, el penúltimo escalón. Y no digamos en Sevilla, donde a muchos se les saltaban las lágrimas al ver el fervor de quienes, por tierra, aire, e incluso mar, llegaron a la capital andaluza, muchos de ellos sin entrada, miles también sin otro vínculo con el Athletic que ese sentido de pertenencia que va más allá de que el fútbol esté entre sus prioridades.
Esos nervios del principio, los que atenazaron a los aficionados la noche anterior, que no permitieron dormir a muchos, que daban vueltas y más vueltas en la cama, se fueron soltando hasta el feliz desenlace, ese entrar en la gloria después de la victoria del Athletic ante un digno rival.
Y ahora sí, hablemos de la gabarra. Ya no me importa nombrarla, porque incluso es necesario después de 40 años en el dique seco. Que surque la Ría el jueves, del Club Marítimo del Abra en Getxo al Ayuntamiento de Bilbao, y si tiene que dar la vuelta al mundo, que lo haga. Ahora es el momento de hacerlo, aunque no tenga motor, como la nao Victoria de Juan Sebastián Elcano, cuya reproducción está atracada en los muelles del Guadalquivir, por donde pasearon en las vísperas del partido miles y miles de aficionados rojiblancos, tal vez una premonición. Disfrutemos, festejemos; si bebes no conduzcas, pero demos rienda suelta a la alegría.
El Athletic se lo merece, su grandísima afición se lo merece, los jugadores, Ernesto Valverde, el cuerpo técnico, quienes trabajan en silencio en Lezama en esa labor fundamental del día a día, los empleados, los directivos. Hasta los periodistas que seguimos al Athletic y que sufrimos como cualquier mortal en los malos momentos, aunque algunos no se lo crean, también nos lo merecemos.
Y después, con una sonrisa de oreja a oreja, que todo vuelva a la normalidad, que no podrá ser, seguro, porque el sábado 6 de abril es un punto de inflexión, un antes y un después en el devenir del Athletic. Hace años que dejó de ser una costumbre acumular títulos de Liga o Copa, que casi se caían de los bolsillos. Ahora ya no es así, pero este trofeo hace un efecto llamada a todas esas generaciones que nunca habían visto algo así. Sobre todo a los jóvenes, que podrán darse cuenta de que a pesar de la singularidad de un club como el Athletic, tan limitado en algunas cosas, ganar es posible, festejar es posible, porque competir contra cualquiera es posible.
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