Los pasajeros del vuelo V73528 con destino Sevilla nos dirigíamos a por nuestras maletas por el pasillo que marcaba la salida y lo primero que ... contemplamos fue a otros pasajeros, éstos sevillanos, haciendo cola en una puerta de embarque. Sólo algunos de los viajeros procedentes de Bilbao llevaban puestas camisetas del Athletic o prendas que les identificaban como rojiblancos, pero no importó. Viéndonos pasar, los sevillanos nos miraban sonrientes. «Aquí están los de Bilbao. Ya están llegando», se decían a sí mismos. Era la suya una mirada extraña, como si les hiciéramos gracia, les despertásemos curiosidad o, en el fondo, les diéramos algo de envidia viéndonos desfilar tan felices rumbo a un sueño. Poco después, junto a las cintas transportadoras, esperando a las maletas, en la sala empezó a sonar el 'Gu ere bai, harrobi' de Kepa Junkera, y entonces fuimos los propios pasajeros llegados de Bilbao los que nos dijimos «ya estamos aquí».
Se habla mucho estos días sobre el número de athleticzales que acudirán a Sevilla para ver la final, ya sea en el estadio de La Cartuja o en la Fan Zone y sus aledaños. Los cálculos fluctúan entre 60.000 y 70.000, como adelantó EL CORREO, pero la impresión general es que podemos asistir a la mayor movilización de la historia de la afición del Athletic, que es como decir del fútbol español. Nunca habíamos visto Bilbao tan engalanada de rojiblanco: edificios de vecinos, instituciones provinciales, autonómicas y estatales, hospitales, bancos, sedes de partidos, museos, empresas, polideportivos, periódicos, supermercados, estaciones, restaurantes, barcos, bares, tiendas, garajes... Tampoco un viaje, ya sea por tierra, mar o aire, ha provocado tantas conversaciones. ¿Vas a Sevilla? Si alguien no ha escuchado varias veces esta pregunta a lo largo del último mes es que no ha estado en Bizkaia o es un ermitaño que vive en una cueva sin contacto con el exterior.
Hay un buen número de razones que explican lo ocurrido, empezando por este éxodo rojiblanco a la capital andaluza. Por supuesto, han acompañado las fechas, en plenas vacaciones de Semana Santa para muchos estudiantes, jóvenes a quienes les pilló demasiado tiernos la final de 2015, la última a la que pudieron asistir. Por otro lado, aunque queda lejos, Sevilla siempre es un destino muy apetecible. Pero hay otras razones más importantes, especialmente una. Esta vez, el título se ve mucho más factible que en anteriores finales, sobre todo las cuatro contra el Barça de Messi. Y el deseo de vivir en directo un título, de estar allí, en el epicentro del terremoto, unido a la ansiedad por quitarse todas las espinas clavadas y participar en la fiesta más grande del Athletic en los últimos cuarenta años es una tentación demasiado fuerte.
Ahora bien, por la tarde, ya en la ciudad, bajo el sol sevillano, observando y escuchando a los hinchas que componen la avanzadilla rojiblanca, uno siente que es necesario desmontar un malentendido que algunos enemigos declarados y diversos habitantes de sumideros están propagando con deleite: la de que la gente del Athletic está vendiendo la piel del oso antes de cazarlo, de que la euforia le está envaneciendo, de que se advierte en ella un aire soberbio de superioridad ante un rival de menor categoría y con una capacidad de movilización muy inferior.
De todo hay en la viña del Señor, nadie lo duda, también imprudentes, vanidosos y soberbios, pero en este caso son muchos menos de los que algunos quieren hacer creer. Ya que estamos cerca de la Maestranza, valga un símil taurino: el hincha del Athletic ha sufrido muchas cornadas en estas cuatro últimas décadas como para ponerse estupendo y no respetar al máximo a su rival, que en una final, por definición, siempre es un toro muy bravo. De hecho, a medida que se va acabando la cuenta atrás y ya hay que decir 'alea iacta est, como Julio César al cruzar el Rubicón, a los 'athleticzales' el partido cada vez se les antoja más duro. De ahí, precisamente, que ellos tengan que estar allí para apoyar a sus jugadores. Como siempre.
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