Reacciones vergonzosas en los estadios de fútbol
Más grave que el insulto racista de un idiota es que miles de aficionados, con sus silbidos, intenten convertir a las víctimas de la agresión o a quienes la denuncian en unos provocadores
Está visto que no hay jornada de fútbol en la que no nos encontremos con un lío montado por los árbitros, ya sea desde el ... campo o la sala VOR, o con un episodio de racismo en alguna grada. Esto último, por supuesto, es lo más grave e inquietante. Al fin y al cabo, lo de los árbitros es un circo que los clubes podrían resolver fácilmente si se empeñaran de verdad en hacerlo, es decir, si dejaran de pelearse como niños sobre quién de ellos sufre más daños, oprobios e injusticias por parte de los miembros de ese estamento tan malvado. Sin embargo, evitar que algún descerebrado grite de repente «puto negro» a Ben Hamed, como sucedió en el Cultural-Amorebieta de la semana pasada, o «puto moro» a Maroan, como vimos el domingo en Cornellá-El Prat, es mucho más complicado.
Publicidad
Todos somos conscientes de que la complicación reside en algo tan sencillo como que el mundo hay un porcentaje de idiotas muy superior al que sería deseable y, dentro de un campo de fútbol, donde las pasiones se desatan a veces de una manera tan descontrolada, esa gente se convierte en una bomba de relojería. Que a veces estalla, claro, provocando mucha vergüenza. Ahora bien, creo que esa cuestión porcentual deberíamos analizarla de otra manera. Digamos que más cruda, menos indulgente con nosotros mismos. Y es que lo fácil es centrarnos en esa cuota inevitable de descerebrados a quienes muchas veces los aficionados de su equipo miran con más resignación que repudio sincero. Como a un hijo tonto, vaya. Es muy cómodo refugiarse en la excepcionalidad que represen tan. Lo difícil es mirar a nuestro alrededor y mirarnos a nosotros mismos en determinadas situaciones que nos ponen a prueba.
Digo esto porque todos estaremos de acuerdo en que, tanto en el caso de Ben Hamed en el estadio Reino de León como con Maroan en Cornellá-El Prat, lo más grave no fueron los gritos racistas aislados de dos aficionados sino la reacción de un sector importante del público contra los jugadores que los denunciaron. En ambos casos, fue la misma, Igual de lamentable. Como se recordará –está todo muy reciente–, García Riesgo en León y Cuadra Fernández en Barcelona detuvieron los partidos y activaron el protocolo antirracista. Estaban obligados a hacerlo. Pues bien, cuando el juego se reanudó, un amplio sector del público la tomó con el propio Ben Hamed y, en el caso del Espanyol-Athletic, con Iñaki Williams, que fue el que denunció los hechos. Ya no dejaron de pitarles cada vez que tocaban la pelota, una reacción lastimosa que sólo tenía una traducción posible: Hamed y Williams no eran unas víctimas sino unos provocadores. Este era el tremendo mensaje detrás de los silbidos.
Óscar de Marcos lo denunció al acabar el partido. «Es algo totalmente incomprensible. A los hay que pitar es a los que han insultado. Es algo horrible y que va en contra de la propia afición», declaró. El capitán rojiblanco se mordió un poco la lengua y no quiso extenderse más, pero podía haberlo hecho recordando que, en ese mismo estadio, Iñaki Williams sufrió en 2020 un ataque racista que se convirtió en el primer caso de este tipo que se judicializó en el fútbol español. (Por cierto, como las cosas de palacio van despacio –sobre todo, las de palacio de justicia– todavía no se ha celebrado el juicio).
Publicidad
Llegados a este punto, es decir, al territorio de esa señora que lleva los ojos vendados y una espada en una mano y una balanza en la otra, reconozco mi desconcierto en lo que se refiere a las cuestiones judiciales del fútbol. Como me pasa con la aplicación del VAR, nunca he acabado de entender bien su funcionamiento, su lógica interna. Tampoco su propósito, sobre todo si éste va más allá de un escarmiento puntual más o menos demagógico, de cara a la galería. Y me explico. Los comités encargados de impartir justicia pueden cerrar un campo uno o dos partidos porque un lerdo ha lanzado un mechero y le ha pegado en la cabeza a un linier. Lo hemos visto alguna vez. Es decir, no hay ningún problema para que 40.000 justos –por dar una cifra– paguen por el desvarío de un solo pecador. Y, sin embargo, no se contemplan multas o cierres porque miles de aficionados piten a un futbolista que ha sido víctima de insultos racistas o los ha denunciado. Sospecho, en fin, que la justicia caerá de nuevo sobre los dos descerebrados de la Cultural y del Espanyol. Si es que cae algún día antes de que las ranas críen pelo, se entiende. Es lo fácil. El verdadero peligro, sin embargo, está en los otros.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión