Una leyenda en paz
La coherencia en su ideario y su capacidad de persuasión han sido claves en la carrera de Valverde
El 26 de julio de 2003, Ernesto Valverde dio su primera entrevista a este periódico como nuevo entrenador del Athletic. Releyéndola hay una sensación que ... se impone de inmediato: la de que todo lo que dice en ella podría repetirlo cualquier día de estos en Lezama, 21 años después. La única excepción, lógica por otra parte, serían los comentarios que nos hizo a propósito de sí mismo y de su falta de experiencia en Primera. «Entiendo el escepticismo porque yo sea un novato, pero lo único que puedo decir es que yo no tengo ninguna duda de mi valía», dijo entonces, cuando no podía ni imaginar que se convertiría en el entrenador con más partidos en la historia del Athletic.
El resto de su discurso, en cambio, mantiene una vigencia absoluta. Un solo ejemplo. A la pregunta de cuál iba a ser el estilo de juego de su equipo, Txingurri contestó lo siguiente: «Quiero que juguemos con ritmo, con intensidad y con ese punto más de ambición que todos queremos, no sólo para jugar en San Mamés, sino también fuera. En casa juegas resguardado por el público, pero a mí lo que me gusta es que el equipo dé la sensación de que podemos ganar en cualquier sitio. Y para eso hay que arriesgar».
Puestos a descifrar las claves que explican el éxito de Valverde, su lenta conversión en una «fucking legend» del Athletic, como le calificó un amigo inglés cuando en 2017 superó la cifra de partidos de Clemente, es obligado incidir en esa coherencia ideológica, llamémosla así, unida por supuesto a una capacidad innata para convencer a sus jugadores. Esto último, la importancia vital de la persuasión, también lo destacó en aquella primera entrevista de 2003. «La parte más difícil del fútbol es convencer a los jugadores de que el camino que marcas es el conveniente para todos», aseguró.
En realidad, coherencia y persuasión suelen ir muy unidas. Ningún entrenador convence tanto a sus jugadores como el que cree ciegamente en lo que dice y luego sostiene sus principios contra viento y marea. Y al revés: ninguno es menos persuasivo que el que cambia de principios con la alegría gamberra con que lo hacía Groucho Marx. El futbolista detecta a los impostores a kilómetros de distancia, como los buitres la carroña. Valverde lo sabe bien. Fue cocinero antes que fraile y, además, se formó con entrenadores tan dispares que, de haber sido menos inteligente, podría haber acabado con la cabeza como un cencerro, sin saber qué pensar de tantas ideas contrapuestas. Lejos de ello, supo metabolizarlas y construir su ideario. Y lo que es también muy importante: ha sabido transmitirlo a sus jugadores con calma y manteniendo una distancia de seguridad, cada vez más férrea, con los distintos entornos del fútbol.
Si estas son las grandes fortalezas del técnico rojiblanco también hay que destacar su debilidad, que no es otra que el propio Athletic. Volvamos a la hemeroteca, al 28 de mayo de 2005. Valverde nos dio una entrevista a modo de despedida tras dos años en el club y fue muy claro. «No sé lo que va a pasar, pero me voy con todas las consecuencias. Me voy para no volver. Puede haber una segunda era Valverde, pero es muy posible que no sea así. Esto no es 'me voy al bar de la esquina y vuelvo'», aseguró.
Txingurri no sólo volvió sino que volvió a volver. Quién le hubiera dicho en 2005 que estaría de regreso en 2013, y quién le hubiera dicho en 2017 que estaría de vuelta en 2022, y que en esta tercera etapa iba a alcanzar y a superar los 400 partidos. Puede que Valverde fuera sincero cuando dijo que lo suyo era un verdadero adiós. Siempre se ha sentido muy presionado en el Athletic. Presionado por sí mismo, por el afán de agradar a sus vecinos, a la gente que considera su verdadero público. Y ese afán de agradar al final ha sido más fuerte que sus agobios de persona tímida y reservada. Si Valverde no se ha resistido a la tentación de volver al Athletic no es sólo porque haya sido para él una fantástica opción, sino porque siempre había tenido la espina clavada de hacer historia con un título que le había sido esquivo.
Ahora que vamos a celebrar sus 400 partidos, y recordando la final de Copa y su gesto cuan do se confirmó el triunfo, me viene a la cabeza el maravilloso final de 'Los 400 golpes'. Veo a Antoine Doinel huyendo del reformatorio, justo después de hacer un saque de banda en el partido que jugaba en el recreo, su larga carrera a través de prados y bosques para cumplir su sueño de ver el mar, y su mirada enigmática de plenitud cuando llega a la orilla y siente el agua en sus pies. Estaba en paz. Un poco como Valverde en el estadio de La Cartuja a las 0.47 horas del pasado 7 de abril.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión