Esperando a Unai Simón
Tres meses después de pasar por el quirófano, somos muchos los que echamos de menos al portero internacional
Cuando supe que la lesión de Unai Simón iba a ir para largo, es decir, cuando en el parte médico del Athletic apareció la palabra « ... escafoide» y empezaron a pitarme hasta las alarmas del microondas, algo que me ocurre siempre que oigo nombrar ese huesecito diabólico de la muñeca, me pregunté cuánto tardaría en escuchar los primeros comentarios relativizando la importancia de la baja del portero rojiblanco. Y lo cierto es que tuve que esperar bien poco. Nada, en realidad. Ya el día de la operación de Unai, de la que este viernes se cumplieron tres meses, leí y escuché numerosos comentarios optimistas en el sentido de que no había nada de lo que preocuparse porque la portería rojiblanca estaba muy bien cubierta con Julen Agirrezabala.
Como yo tampoco dudo de la calidad del joven guardameta donostiarra, me despreocupé del tema. La cosa tampoco era tan grave. Hubiera sido peor perder a otros futbolistas más difíciles de sustituir como Ruiz de Galarreta, Sancet o los hermanos Williams, me dije. Tres meses después, no digo que haya cambiado de opinión. Sigo pensando que perder a alguno de esos futbolistas –incluso a otros como De Marcos, Vivián o Berchiche– hubiera sido más dañino para la plantilla, pero la verdad es que cada vez echo más de menos a Unai Simón. Y la razón no tiene tanto que ver con el rendimiento de sus sustitutos, aunque es cierto que a Agirrezabala se le ha visto más tenso e inseguro de lo normal, no así a Padilla, que ha estado brillante. En el fondo, creo que mi añoranza tiene que ver con la jerarquía del internacional rojiblanco.
Me explico. Desde su debut el 20 de agosto de 2018 en un partido ante el Leganés, con toda la hinchada de La Catedral poniendo la lupa sobre él, al fin y al cabo un chaval de 21 años que había tenido que regresar a toda prisa desde Elche, donde estaba cedido, tras la marcha de Kepa Arrizabalaga al Chelsea y la lesión de Herrerín, me impresionó su saber estar en la portería. Parecía un veterano que lo había visto todo cuando, en realidad, todavía no había visto nada y empezaba a descubrir el mundo. Esa impresión se fue acentuando con rapidez. En su tercer partido con el Athletic, ni más ni menos que ante el Real Madrid en San Mamés, firmó una actuación extraordinaria y Eduardo Berizzo fue sincero. «Ha sido un descubrimiento para mí y para el club».
La actitud de Simón remitía directamente a Iribar. Sé que incluir a nuestro gran mito vivo en una comparación es un ejercicio complicado que requiere de cirugía muy fina, pero me arriesgo. El Chopo también debutó con 21 años en el Athletic y, desde el principio, impresionó por su templanza y saber estar. Él mismo ha dicho muchas veces que se sentía a gusto bajo presión, que lo que para muchos eran nervios y encogimiento para él eran motivación y disfrute. Hay un bonito adjetivo en euskera –plazagizon– al que no le encuentro una correspondencia exacta en castellano. Se adjudica a la persona que cuando se enfrenta a un compromiso en público, de ahí lo de la plaza, lejos de amilanarse ante los espectadores es capaz no sólo de mantener la serenidad sino de venirse arriba y brillar.
Unai Simón es un 'plazagizon' de manual, capaz incluso de cometer un grave error y asimilarlo con absoluta naturalidad, sin inmutarse, como si no hubiera ocurrido. Sencillamente, lo olvida, se mete de nuevo en faena y vuelve a brillar. De ahí, supongo, viene la gran jerarquía que acaban teniendo este tipo de deportistas. Y de ahí, en el caso del portero de Murgia, que algunos echemos de menos no sólo su talento sino sencillamente su presencia, esa agradable sensación de que, con él bajos los palos, el mundo es más seguro para el Athletic. Y, por cierto, también para la selección, por mucho que David Raya esté demostrando ser un relevo de garantías y algunos ya lo estén aupando a una futura titularidad.
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