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Las cesiones en el fútbol las carga el diablo, cuya afición a manipular la pólvora o cualquier material explosivo es de sobra conocida. La mayoría de las veces son una moneda al aire. Nunca se sabe cómo van a salir, qué resultado van a tener, ... quién se va a beneficiar realmente de ellas o a salir perjudicado. La cesión de Villalibre al Alavés, por ejemplo, ofrece muchas lecturas variopintas, como se ha demostrado después de que el delantero de Gernika tuviera el sábado un estreno tan magnífico con su nuevo equipo, al que le dio la victoria en el derbi contra el Eibar con dos goles de 'killer' puro en la última media hora.
Planteemos las dos grandes posibilidades antagónicas que pueden darse con Asier Villalibre durante estos seis meses de 'Erasmus' en el Glorioso: que triunfe marcando más goles y ayudando a su equipo en la lucha por el ascenso, o que no vuelva a ver puerta y acabe penando en el banquillo la mayoría de los partidos. En el primero de los casos, se podría hablar de una cesión exitosa, aunque desde luego habría quienes restarían valor a los goles por ser de Segunda división y, ya que el Alavés está en la ecuación, recordarían el caso de Viguera. Pero aceptemos que es un éxito. ¿Alguien duda de que éste se vería de otra manera si el Athletic tuviese problemas con el gol en lo que resta de campeonato y esa debilidad le impidiera cumplir sus objetivos?
En ese caso, las preguntas caerían en cascada. ¿Por qué se le ha cedido? ¿No podría haber ayudado al Athletic? ¿Por qué Valverde le puso de titular en el primer partido de Liga contra el Mallorca y le fulminó a partir de entonces? Y otra pregunta de distinta índole, de calado estratégico-sentimental podríamos decir. ¿Le conviene al Athletic reforzar al Alavés y ayudarle a subir a Primera?
En el segundo caso, es decir, el de cesión fallida y decepcionante, que en el caso de Villalibre sería la cuarta de su carrera tras las vividas en Valladolid, Lorca y Numancia, la pregunta sería otra. ¿Por qué se le renovó hace dos semanas? ¿No hubiera sido más inteligente esperar a comprobar cómo rendía en el Alavés para decidir, en función de ello, si se le prolongaba el contrato?
Las cesiones son una incógnita incluso cuando no se hacen. A veces, de hecho, éstas, las inexistentes, son las peores porque al jugador potencialmente cedible que no se va y continúa purgando en el banquillo o fuera de las convocatorias se le acaba poniendo una cara mustia de derrotado, de víctima incomprendida, que luego es muy difícil quitar. En el caso del Athletic, Unai Vencedor corre este riesgo. El futbolista de Rekalde no cuenta para Valverde y tiene toda la pinta de que no va a contar en lo que resta de temporada. A sus 22 años, puede perderse un año entero, riesgo que parecía dispuesto a asumir en octubre cuando aseguró que él era «del Athletic a muerte» y que «éste era el sitio idóneo para estar».
La duda que queda es si en enero seguía pensando esto mismo. Lo del sitio idóneo, quiero decir. Que continuará siendo del Athletic a muerte no se discute. Sea como fuere, Vencedor, un futbolista joven que la pasada temporada disputó 34 partidos de Liga con Marcelino, tenía que haberse ido cedido. Que se haya quedado es un error evidente, ya sea del jugador si él se ha negado a irse o del club si no ha podido encontrarle un buen acomodo fuera. Y lo mismo podría decirse de Morcillo, al que el Athletic amplió por sorpresa su contrato en septiembre. ¿Por qué lo hizo si no contaba para el entrenador, que sólo le ha dado 45 minutos repartidos en nueve partidos de Liga y no le ha permitido ni estrenarse en la Copa, hasta el punto que ni le convocó para las eliminatorias contra el Eldense, el Sestao y el Alzira? ¿No se le debería haber buscado otra cesión? Parecería lo normal, pero con las cesiones cualquiera sabe.
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