La tormenta perfecta: 12-1 al Celta
Recuerdos en rojo y blanco ·
El 18 de mayo de 1947 San Mamés vivía uno de los más grandes partidos de su historia, la inolvidable goleada al conjunto gallego en la Copa con 8 goles de GainzaA lo largo de la década de los cuarenta, el Athletic ganó cuatro Copas y una Liga. Fue un buen botín, sin duda, pero claramente inferior al que podría haber correspondido, por su calidad y potencia de fuego, a aquel equipo histórico. Si el palmarés de los rojiblancos en aquellos años de postguerra no fue más granado ello se debía a una doble cuestión de desequilibrio y mentalidad. Por un lado, los pupilos de Urquizu eran defensivamente un bloque endeble, sin grandes estrellas. Estas se concentraban en la delantera, en torno a una serie de figuras legendarias que acostumbraban a esmerarse a conciencia delante de su público y no tanto lejos de él. Hablamos, pues, de un Athletic irregular, una especie de ogro ciclotímico al que su hinchada le exigía muchísimo y al que sus rivales tenían un respeto enorme. Sabían que, cuando tenían su día, aquel equipo se convertía en una fuerza arrasadora, capaz de cualquier cosa. Pues bien, esto es justo lo que sucedió el 18 de mayo de 1947.
El Celta visitó San Mamés para el partido de ida de los cuartos de final de la Copa. Eran un buen equipo los gallegos, dirigidos por un mito como Ricardo Zamora. De hecho, venían de eliminar en octavos al Valencia, el reciente campeón de Liga. El Athletic era favorito en la eliminatoria, pero nadie se atrevía a lanzar las campanas al vuelo. Como escribía un cronista de la época, «ni el más calenturiento secuaz» del Athletic podía imaginar una victoria de su equipo «por más de dos o tres goles de ventaja»». Sin embargo, sucedió lo imposible. Veámoslo como un fenómeno meteorológico. Todos los astros se alinearon del modo preciso y único, los vientos confluyeron en el lugar indicado y la presión atmosférica se detuvo en los milibares exactos. En San Mamés nadie lo sabía, pero todo estaba preparado para la tormenta perfecta.
El Athletic salía arrollando y no dejó de hacerlo durante los noventa minutos. Manu Barrenechea cogía la manija con la autoridad de un capitán de barco. El de Plentzia iba a jugar ese día quizá el mejor partido de su carrera. En torno a él, la delantera rojiblanca no tardó nada en desplegarse con vértigo e inteligencia. Zamora había cometido un grave error táctico, producto de su miedo a Panizo, que estaba en un magnífico estado de forma y venía de marcar seis goles al Levante en octavos de final. 'El Divino', que solía tener muchos «ataques de entrenador», movía las piezas de su once y ordenó una doble vigilancia al de Simondrogas. Y aquello fue un desastre. Más que nada porque permitió jugar todo el partido con espacios, un poco a su aire, a Gainza. La imprudencia fue gravísima, como abrir la jaula de un león hambriento. 'Piru' estaba suelto e Iraragorri, veterano de mil batallas, no dejó de buscarle. Más de un aficionado rojiblanco comenzó a olerse la escabechina.
El pobre Mesa
La crónica del partido es el relato de una avalancha de goles. Todo comenzó a los 9 minutos, cuando Gainza recibía un gran pase de Barrenechea y batió a Simón. El guardameta del Celta iniciaba así su particular 'via crucis', con sus doce pasos, sus doce estaciones, en dirección al interior de la portería. Nunca olvidaría aquel partido, aunque fue de largo el mejor de su equipo y le libró de una goleada todavía más sangrante. A los 11 minutos, Zarra hizo el 2-0 de cabeza tras un golpe franco de Nando. A los 25, Iriondo haría el 3-0 de tiro cruzado y a los 42, Gainza firmaría el 4-0. Lejos de relajarse por la ventaja lograda, tras el descanso, el Athletic se lanzó a degüello. Iriondo hizo el 5-0 a los 50 minutos y 'Piru' firmó otros dos en un pispás. Su marcador se llamaba Mesa y, según la crónica del partido que publicó este periódico, para ese momento, ya con 7-0, el hombre «estaba desriñonado y loco».
Mejor ni pensar ánimo acabó el lateral vigués y, en general, toda la defensa del Celta. Porque la avalancha continuó. Panizo hizo el 8-0 de penalti, Pahiño marcó el gol del honor en el minuto 67 tras recoger el rechace de un disparo de Retamar que había pegado en el larguero, y luego llegó la gran traca final. El encargado de prenderla fue el 'gamo de Dublín' -el sobrenombre se lo pondrían a Gainza dos años después tras una exhibición portentosa en Dalymount Park con la selección- que marcaría cuatro goles más entre el 71 y el 78. Los tres últimos llegaron en tres minutos fulgurantes, entre el 76 y el 78. Lo nunca visto. Hay que imaginar el regocijo de las gradas, donde comenzaron a aflorar las discusiones sobre la cifra exacta de goles. Y es que el marcador se había quedado sin números y el 12 hubo que escribirlo malamente con tiza y no se veía bien.
Kolosal, con K
El partido terminó sin más quebrantos en la portería del Celta gracias a un par de buenas intervenciones de Simón. El árbitro Azón Roma pitó el final y San Mamés dedicó una ovación atronadora a sus jugadores, que habían logrado repetir la goleada histórica de 1931 al Barcelona, y otra muy sentida a los futbolistas del Celta, que habían aguantado el chaparrón con un 'fair play' exquisito, sin un mal gesto de rabia o desesperación. J. de la Maza no se olvidó de ponderar la actitud del equipo visitante en las páginas de EL CORREO. «Bien, muy bien, caballerosos deportistas del Celta. Vaya en vuestro honor un hurra estrepitoso de la afición futbolística bilbaína, que lógicamente entusiasmada por el triunfo de los suyos, tuvo para vuestra ejemplar conducta calurosísimos elogios. Los que os merecíais», escribió.
No hace falta decir que el cronista bilbaíno, que curiosamente no citó a Gainza entre los jugadores que más le gustaron del partido pese a sus ocho goles sino a Barrenechea e Iraragorri, no escatimó los elogios al equipo de Urquizu. «Respecto a la actuación del equipo blanquirrojo se pueden emplear cuantos adjetivos encomiásticos se deseen. Y siempre en superlativo. ¿Superior? Pues superior. ¿Enorme? Pues enorme. ¿Kolosal? Pues kolosal, con k y todo».
La goleada provocó todo tipo de reacciones. Juanito Urquizu era un ondarrés modesto, sencillo y parco en palabras que no sacaba pecho ni a punta de pistola. Estaba contento tras el partido, sin duda, pero apenas lo demostró. Aquella tarde, además, dos amigos le esperaban para ir juntos a Ondarroa y tenía algo de prisa. El caso es que sus declaraciones no pudieron ser más frías y telegráficas.
- Buen partido.
- Buen primer tiempo, sobre todo.
- ¿Qué táctica había ordenado?
- La de ganar, si se podía.
Mundo se consuela
El que tenía ganas de hablar era Edmundo Suárez de Trabanco, Mundo, el gran jugador del Valencia, que estaba ya de vacaciones y había vuelto a casa, a Barakaldo. El delantero ché tenía buenos amigos en el Athletic -de hecho, él había fichado por el club bilbaíno antes de que la Guerra Civil le condujera al frente de Levante y acabara jugando en el Valencia-, y no quiso perderse el partido ante el Celta. Abrumado por la exhibición que acababa de presenciar, Mundo se reía de aquellos que, antes del partido, se quejaban del mal estado de forma del equipo de Urquizu. «Siempre igual, siempre llorando. Que si el equipo estaba mal, que si no tiene juego. ¡No sé qué queréis! ¡De buena nos hemos librado!», suspiraba, recordando que, de haber eliminado al Celta en octavos, hubiera sido al Valencia al que le hubiera tocado enfrenarse al Athletic.
La prensa se volcó con los rojiblancos. En su columna 'Murmullos', Monchín recordaba la cantidad de telegramas de felicitación que estaban llegando a la sede del club y bromeaba al respecto sacando a colación uno de sus personajes preferidos. «El presidente del 'Tontómetro', Don Valentín Canín Isoso, ausente en viaje de estudios, ha enviado al club el siguiente mensaje: Protesto indignado ante derroche insólito de materia tan rara como es el gol. Con once hubiera bastado. Que se repita y que yo lo vea. Stop».
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