Para que exista el sentimiento Athletic la alegría debe de ser participada. De nada vale tener un palacio si no invitas a nadie para disfrutarlo, ... las buenas noticias para que se ganen ese adjetivo las tienes que compartir con alguien, con la excepción de que se trate de tu propio palacio de la memoria rojiblanca, ese que cuando cierras los ojos para coger el sueño a veces te sorprende con un cabezazo de Aduriz desde la estratosfera o un gol de Sarabia a pase de Argote que controlaba la pelota con la puntera mientras tocaba el acordeón, en lo que puede ser la precuela de la trompeta de un búfalo 'enfadau'. Y es que las victorias del Athletic, no hablemos ya si se produce en una final, obran milagros, tienen un efecto balsámico. Si tienes el típico fin de semana del autónomo en que siempre te duele algo es mano de santo, si estás resfriado y gana el Athletic el lunes estarás pletórico; que un miércoles ganan los leones en San Mamés, dormirás del tirón, del tirón, el Athletic es campeón.
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Por el contrario, si pierde parece que la jornada siguiente trabajas en las afueras de Mordor, ese lúgubre paraje de 'El señor de los anillos', el cielo tiene color panza de burro, te pone perdido un coche al pasar y hasta te baja la tensión. El principal síntoma es que ni apetece tomar un refrigerio con la cuadrilla para no hablar del estropicio moral y menos encontrarte con el típico psicólogo o un tertuliano pesimista de taberna. Lo decía el otro día el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto: el Athletic es la mejor vacuna. El antídoto para la depresión y la píldora de la risa en estos tiempos tan 'larris' que padecemos. El Athletic es la alegría de la huerta y tenemos grabado a fuego en nuestro ADN que antes de jugar un partido no nos gana nadie, aunque tengan más plantillas que un zapatero.
Recuerdo a un amigo inmortal en mi corazón, con quien compartí mil programas de radio y televisión, cuyas últimas palabras fueron: '¿qué ha hecho el Athletic?' Su hermano, como buen athleticzale, le dijo que ganar 3-1. Habíamos perdido en La Catedral, pero se fue esa misma noche feliz visualizando los goles que le había narrado de forma tan fraternal. El Athletic es una forma de vida que vale más que todo el oro del Perú.
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