Una tarde para la depresión

La regresión del Athletic fue espeluznante en todos los sentidos. Hubo acciones individuales de juzgado de guardia en un equipo que está en el sótano de la tabla. Me refiero a las continuas pérdidas de balón; al descontrol por falta de materia gris; al pobrísimo nivel de algunos jugadores -Berchiche convirtió a Orellana en Garrincha-; a la desaparición insultante de otros -Muniain ni rascó bola y encima se fue mosqueado-; y sobre todo a la manera tan blandita y monjil de ir a las disputas. Esto último no había ocurrido hasta la fecha. Suponemos, por tanto, que Berizzo habrá tomado buena nota. Y es que la diferencia de actitud en los quites entre los futbolistas de Mendilibar y los suyos fue brutal; en algunos casos, de vergüenza ajena, de las más irritantes que este cronista recuerda. Diop llegó a parecer un gladiador nubio que se estaba jugando la vida de sus hijos mientras a su lado tenía a unos niños consentidos haciendo globitos con el chicle.

Todo salió mal desde el principio en un derbi que, desde la perspectiva rojiblanca, comenzó con una sorpresa que nadie esperaba y muy pocos entendieron. Herrerín salió en lugar de Unai Simón. Que el portero castreño acabara siendo el mejor no logra deshacer la injusta paradoja: los malos resultados los acababa pagando el que venía siendo el mejor jugador y la noticia más grata de la temporada. En fin, cosas veredes, amigo Sancho. La tremenda pobreza del juego, sin embargo, nos hizo olvidar enseguida el caso Unai Simón. La verdad es que fue muy triste ver cómo la tropa de Berizzo renunciaba de repente a los principios que le habían alumbrado y se metía en su campo dispuesta a atrancar todas las puertas y a buscar de vez en cuando a Williams a base de balonazos. Toda la admirable valentía que los rojiblancos mostraron en el Benito Villamarín o en el Camp Nou quedaba reducida a cenizas ante un Eibar ejemplar; como lo viene siendo desde hace mucho tiempo y, especialmente, desde que lo dirige José Luis Mendilibar

Dominadores desde el pitido inicial, los armeros se adelantaron en el minuto 17 gracias al VAR. Fue una jugada dudosa que Gil Manzano dejó seguir y los jugadores locales, salvo Enrich que estaba en su obligación porque era la víctima, tampoco protestaron demasiado. Pudo ser penalti de Iñigo Martínez sobre Charles, efectivamente, pero desde luego no fue uno clamoroso, que en teoría son los únicos que debe pitar el VAR. Los chicos del videoarbitraje, sin embargo, decidieron intervenir por su cuenta y riesgo. Lo cual demuestra que en esta historia no existe un solo criterio sino tantos como árbitros se ponen a analizar las jugadas en el campo y en las pantallas de televisión.

Que el Athletic empatara cuatro minutos después de que Charles convirtiera la pena máxima podría hacer pensar que el equipo mejoró su funcionamiento y reaccionó. Pues no, en absoluto. Los rojiblancos no daban un pase seguido y su centro del campo naufragaba de mala manera. Consumido por un extraño síndrome en su regreso a casa -¿sería el de Estocolmo?-, Dani García estuvo desconocido y Unai López, titular de nuevo, desaprovechó la oportunidad. Otra más. El 1-1 llegó de una acción aislada, tan vieja como el fútbol, que al Athletic le salió perfecta: saque en largo del portero, prolongación de cabeza (de Raúl García) y el delantero (Williams) que marca en carrera. Fue el único remate de los vizcaínos en la primera parte. En la segunda hubo dos más, en la recta final, ambos de San José. Eso fue todo. Aduriz, por ejemplo, no llegó a rematar y volvió a dar la triste sensación de que no está para jugar desde el principio.

El Athletic echó de menos a su delantero centro y el Eibar, en cierto modo, también al suyo, al que no tiene. La falta de pegada y dos o tres buenas intervenciones de Herrerín impidieron la victoria de los armeros, que encajaron el golpe del empate con la prestancia de un equipo con personalidad. Continuaron a lo suyo, mordiendo, tocando el balón con velocidad en busca de las bandas, tirando centros y dominando por completo a un rival acomplejado que se pasó toda la segunda parte deseando que Gil Manzano decretara el cese de las hostilidades. Y tampoco es de extrañar dado el espectáculo deprimente que estaban ofreciendo. En realidad, todo fue deprimente; incluso las declaraciones de Eduardo Berizzo al final del choque, ese innecesario y helador «necesitábamos puntuar y hemos puntuado» que hizo inevitable recordar, con un escalofrío en la espalda, el famoso «clasificación, amigo» de Caparrós.