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El 6 de abril de 2024 quedará grabado para siempre en el libro de oro del Athletic. Cuarenta años después, el club volvió a hacer ... historia al conquistar la Copa del Rey frente al Mallorca tras una angustiosa tanda de penaltis en una noche de ensueño para la hinchada rojiblanca. Una victoria largamente ansiada en una final al límite, sufrida hasta el último instante y que hizo justicia al brillante juego desplegado para llegar a ella, con el que eliminó a poderosos rivales como el Barça y el Atlético de Madrid. Un éxito que ha sumido en un éxtasis colectivo a la afición rojiblanca. Tanto a las decenas de miles de seguidores que dieron alas ayer a su equipo desde las gradas de La Cartuja y las calles de Sevilla como a los que vibraron con él desde Bizkaia entera y desde el resto del país. Los 25 títulos de ese tipo que ya suma en sus vitrinas dan fe de un esplendoroso pasado que es, a su vez, un presente repleto de ilusión al confirmar el carácter competitivo y la calidad de una plantilla capaz de alcanzar altas metas incluso en un fútbol tan condicionado por el poderío económico como el actual.
La interminable espera desde que el Athletic alzó por última vez un trofeo en el que ha escrito algunas de las páginas más brillantes de su centenaria trayectoria refuerza el extraordinario valor del triunfo cosechado de ayer. Con él aprueba una asignatura pendiente durante demasiado tiempo. Además, rompe una racha negativa en la que, tras un prolongado paréntesis, había disputado cinco finales de esta competición y una de la Europa League desde 2009 sin que pudiera imponerse en ninguna de ellas. Las dos Supercopas conquistadas en ese periodo tienen un mérito indiscutible, pero su proyección palidece ante la gesta culminada anoche.
Con esos antecedentes, levantar de nuevo la Copa del Rey era una imperiosa necesidad por fin satisfecha. No solo porque permite a las nuevas generaciones disfrutar por primera vez de las mieles de un equipo campeón, que conecta con los recuerdos transmitidos por sus antepasados de unas épocas tan gloriosas como irrepetibles. También para reforzar el vínculo de los más jóvenes con un club singular, cuya filosofía constituye, aparte de una particularidad no sujeta a discusión, una herramienta que intensifica la adhesión a unos colores, activa el afán de superación en los momentos delicados y no tiene por qué estar reñida con los triunfos deportivos. Es cierto que alcanzarlos bajo los singulares principios que representan el alma del Athletic conlleva una dificultad añadida en un fútbol mercantilizado hasta el extremo. Pero, sin dejarse tentar por ensoñaciones irrealizables, ni es un imposible ni existe mejor garantía para alimentar el sentimiento rojiblanco y un próspero futuro de la entidad. Así lo ha demostrado el brillante juego desplegado esta temporada por una plantilla sabiamente gestionada por Ernesto Valverde y su cuadro técnico bajo la presidencia de Jon Uriarte.
Está más que justificada la desbordante alegría de una Bizkaia feliz y orgullosa de su equipo. De unos colores que representan el principal nexo de unión de una sociedad plural; un sentimiento común compartido por personas de distinta condición, ideologías dispares y con diferentes orígenes, edades y sensibilidades. El sueño de ver la gabarra surcando la ría se hará realidad, por fin, el próximo jueves. De una afición ejemplar cabe esperar que en los festejos para celebrar la Copa sean, además de multitudinarios y una mayúscula explosión de felicidad, un modelo de comportamiento responsable.
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