Las directivas del Athletic deben dar más explicaciones a los socios
Las juntas de Urrutia, Elizegi y Uriarte no han estado por la labor de contarnos lo que hacen ni por qué
Uno que es anglófilo confeso (y si no lo declaro ahora) nunca he disfrutado más con un personaje de ficción que con sir Humphrey Appleby, ... el alto funcionario del Gobierno del Reino Unido que ejerce su influencia y extravagancias al lado del primer ministro, y luego premier, el honorable Jim Hacker. Hablamos de la mítica serie de la BBC, tan divertida como instructiva de lo que se cuece en las bambalinas del poder político, en este caso de la democracia británica, llena de tradiciones admirables y de criticables prácticas.
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Appleby es un cínico y hábil dominador de la cosa pública, que manipula al ingenuo y mediocre ministro de Su Majestad, quien llegará a presidente de rebote y con un bagaje más que deficiente. Si algo intenta el ínclito sir es que no trascienda lo que se produce puertas adentro de la Administración y así se lo hace ver continuamente al político, que vive de medidas populistas a veces descabelladas. Appleby pretende que se olvide de la promesa electoral del «gobierno abierto», y lo hace con una demoledora justificación: «Si el pueblo sabe lo que hacemos, sabe lo que hacemos mal, y lo que no hacemos y tendríamos que hacer». Puro sarcasmo, tentador y habitual para quien llega a la cúspide de cualquier organización y se le olvida todo aquello de la transparencia y la comunicación con los electores (cuando los hay), a los que acabará dando la información con cuentagotas y sacada con fórceps.
¿Para qué más? ¿Para que conozcan la cruda realidad y lo hagan, además, a través de los pérfidos medios, que sólo buscan el caos y condicionar el juicio sobre los ungidos por mandato popular? Todo esto afecta, por supuesto, a los clubes de fútbol, entre ellos a los que conservan una forma asociativa que permite mantener la propiedad de sus socios y el sufragio de sus dirigentes. Sin ir más lejos al Athletic, donde (cuando menos) las últimas presidencias y directivas, con sus aciertos y errores, han compartido una común tacha: la opacidad. El pensar, al parecer, que dar información de sus actos les condena, y más hacerlo a través de los medios de comunicación tradicionales, convertidos casi en enemigos. Olvidando así que, entre elección y elección cuatrienal, aparte de los obligados cónclaves anuales de socios y socias compromisarios, existe el peaje estatutario de mantener a los (en teoría) dueños del club al día de la situación deportiva, económica e institucional, de la coyuntura que es objeto de debate entre los athleticzales, a veces desorientados ante la falta de explicaciones en decisiones relevantes y en posicionamientos de la entidad.
No hay manera. Sin retrotraernos demasiado en el tiempo, ni las directivas de Urrutia (que llegaron a presumir de que la mejor política de comunicación era la inexistente), de Elizegi (quien, con sus indudables logros, pecó también en los canales con el socio), ni parece que la actual de Uriarte esté por la labor de contarnos lo que hace y por qué lo hace, de satisfacer las mínimas exigencias de información de un club cuyo latido, por fortuna, es seguido diariamente por su fiel y amplia afición.
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Se equivoca la actual directiva (como las anteriores) en prescindir de una portavocía, de una relación fluida con la masa social a través de los medios. Yerra al despreciar el cara a cara con la Prensa, que es el mejor vehículo, todavía por delante de las redes sociales y de los comunicados oficiales, para hacer partícipe al seguidor zurigorri de la vida del club.
Jon Uriarte habría de darle una vuelta al tema. Después de su amplio triunfo electoral no debería facilitar que se instrumente y retroalimente una oposición a la que se sumen los desencantados y hartos de no conocer criterios y posturas de la entidad, cuando no los datos imprescindibles para poder sopesar el alcance de las decisiones tomadas. Los qués y también los porqués. Sobre todo cuando las cosas salen mal. No se puede seguir dando cobijo en el Athletic a las tesis del ladino Appleby.
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