Las asambleas del Athletic acostumbran a ser partidos de pronóstico incierto. Es verdad que algunos años se pudo vaticinar que serían muy polémicas y otros, ... en cambio, que serían plácidas como la siesta en un balneario, con la directiva pasando el rodillo y obteniendo mayorías búlgaras sin despeinarse. Pero en general siempre queda la duda sobre cómo van a transcurrir. Es la duda del melón, que no se sabe muy bien lo que contiene hasta que se abre. No es extraño que entre los periodistas la palabra cónclave se haya impuesto con tanto éxito como sinónimo de asamblea. ¿O acaso los compromisarios no tienen algo de volubles cardenales rojiblancos?
En el caso de esta asamblea de 2020 hay, además, un interrogante nuevo y de envergadura desconocida. Hablamos, por supuesto, de su formato telemático ante la imposibilidad de celebrarla de forma presencial debido a la pandemia. ¿Funcionará bien el experimento? Se supone que sí. En la del Real Madrid, por ejemplo, no hubo ningún problema. Pero lo cierto es que la inquietud siempre está ahí. La directiva no tiene nada que ganar. Si la cosa sale bien, el mérito se lo llevará la puntera tecnología de la empresa Indra. Y si sale mal, las críticas por la chapuza se las llevará la junta directiva de Elizegi por contratarla. C'est la vie.
Más allá del formato, la duda es cuál será la reacción de los compromisarios, en su gran mayoría elegidos durante el largo mandato de Josu Urrutia. Y cuando hablo de reacción me refiero a si optarán por una estrategia combativa o, por el contrario, considerarán justo y necesario, casi una forma de cortesía parlamentaria, dar una tregua a la junta en vista de lo excepcional que ha sido este ejercicio 2019-2020. Esto último se antojaría lo más apropiado en esta compleja coyuntura, cuyo final todavía se desconoce.
El Athletic, sencillamente, no está en este momento para guerras internas ni para aumentar la inestabilidad con un bombazo como sería echar abajo el balance de la pasada temporada y el presupuesto de la actual, ambos completamente mediatizados por la pandemia. Esto obligaría a convocar de inmediato una asamblea extraordinaria, algo que ya ha ocurrido otras veces y siempre con resultados paradójicos. Y es que los compromisarios siempre acaban aprobando al cabo de unas semanas algo muy similar a lo que rechazaron en primera instancia, como si su verdadera intención sólo fuera mostrar sus galones. A Fernando García Macua, de hecho, llegaron a aprobarle un segundo presupuesto cuya única diferencia con el primero rechazado fue que se le añadió el importe del nuevo alquiler del palacio Euskalduna para repetir la asamblea.
Esto no significa, por supuesto, que haya que rehuir el debate. Hay temas que han generado controversia y que merecen ser discutidos. Hablamos del famoso 30% que se cobrará de las cuotas, del proyecto de la grada de animación, con su reguero mayor o menor de afectados, o de la situación deportiva del equipo, que aunque parezca más estabilizada todavía está lejos de provocar ilusión entre los aficionados. Temas interesantes, sin duda, pero tampoco como para desatar una tormenta en un momento como el actual. Ya habrá tiempo para ello, si es necesario. Para desatar tormentas cuando haga sol, quiero decir. Ahora llueve demasiado.
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