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Euforia en Bilbao, Bizkaia... Éxtasis en las gradas de San Mamés. Más de 52.000 pares de ojos acaban de ver al Athletic meterse en su sexta final de Copa en la última década y media. Estaban secos de tanto evitar parpadear y no perderse ... ni un detalle de una batalla que acabó con la cabellera del Atlético colgada del cinturón del león, que rugió en su guarida en una noche memorable. Era imposible perder en el templo rojiblanco, quedarse por el camino, donde la temperatura ambiente superó el punto de ebullición y calentó el corazón de un equipo que bombeó sangre suficiente como para tapar todas las heridas sufridas en el pasado. Los hombres de Ernesto Valverde regalaron una alegría inmedible a su afición, que desde ya piensa en el viaje a Sevilla, en cómo conseguir una entrada, dónde alojarse y, sobre todo, ver a los suyos levantar un título que tras cuatro décadas de espera debe volver a las vitrinas rojiblancas.
El partido empezó a jugarse el día anterior, con la afición en Lezama arropando al Athletic. Hasta los cadetes del club cantaron el himno como si fuera un conjuro contra las maldiciones, que anoche andaban en otra parte. Contra Valencia y Osasuna tocó tragar bilis, convivir con un dolor intenso que cada de uno gestionaba de una forma particular e intransferible, pero ahora el equipo vuelve a estar en una final y va a por todas. El autobús rojiblanco fue escoltado por una pared humana hasta San Mamés, epicentro de la pasión rojiblanca, entre gritos de ánimo, bufandas al aire, bengalas y humo. Humo tan intenso en algunos tramos del trayecto que hasta dificultaba la visión, al igual que el gentío que se dejaba gargantas y palmas al paso del autocar. Hubo aficionados que incluso hicieron noche en los aledaños de La Catedral en busca de una última entrada. Ojos que tampoco querían parpadear y perderse la construcción de la pasarela hacia La Cartuja. Será allí, por tercera vez desde 2021, donde el Athletic intentará ser mejor que su rival (Mallorca) y proclamarse campeón de su torneo preferido.
Porque hay gente casada, soltera, divorciada, con o sin hijos, que lleva cotizando más de 20 años, que ha visto los Juegos Olímpicos de Barcelona, la llegada del Guggenheim, del metro y la desaparición de la peseta, su sustitución por el euro que lleva más de dos décadas en circulación; ha visto a España entrar en la Unión Europea –con los ojos de bebé–, caer el Muro de Berlín y el nacimiento de Internet, la era de la tecnología, además de asistir a la construcción del nuevo San Mamés en el mismo lugar en el que desapareció La Catedral. Pero sigue sin ver al Athletic levantar una Copa 40 años después, desde que lo hiciera por última vez aquel 5 de mayo de 1984 en el Bernabéu. Ahora volverá a la carga, una vez más, con la ya no ilusión sino obligación de acabar de una vez por todas con una espera que ha marcado generaciones enteras. Los hombres de Ernesto Valverde eliminaron al Atlético en un estadio hecho caldera y estarán el 6 de abril en la capital andaluza. Ya no se trata de la final, sino del título.
Conviene remarcar que será la sexta vez en los últimos 15 años que el equipo juegue por conquistar su trofeo preferido. En las cinco anteriores se estrelló contra un Barcelona intratable y una Real Sociedad que supo sacar petróleo de un partido malo de solemnidad, en el que los rojiblancos deambularon por el campo reducidos a escombros por el peso de la responsabilidad. «Los jugadores lo tenían como el encuentro de sus vidas. Fue un palo muy duro», admitiría un par de años más tarde Marcelino, quien reconoció que aquella derrota partió por dentro a sus hombres. Ahora, después de tantos intentos infructuosos y bilis tragada, llega el momento de abrir las vitrinas y alojar la 25º en el museo de San Mamés. Ya no es suficiente con ponerse el traje de finalista, una indumentaria frecuente desde 2009, sino que se impone la victoria para dar sentido a todo el camino recorrido y demostrar que en tiempos de gigantes también hay sitio para el último romántico de Europa.
«Tenemos que ganar algo». La frase se oía casi a diario en la plancha del entonces candidato Jon Uriarte, quien en junio cumplirá dos años en la planta noble de Ibaigane. El presidente sabe que un título –importante– es necesario a la hora de fortalecer el proyecto deportivo, multiplicar su atractivo y lanzar el mensaje de que no es necesario hacer las maletas y marcharse para ser campeón. Y también para atraer a jugadores de fuera de Euskadi con una propuesta seductora a todos los niveles, tanto económica como futbolística e institucional. Levantar una Copa, regresar a Europa y competir con frecuencia en los torneos continentales es un reclamo poderoso avalado además por la centenaria marca Athletic. No hay nada como sentirse y ser ganador para consolidar la certeza y la convicción de que la singularidad no está reñida con el éxito. El equipo dispondrá de una nueva oportunidad de demostrarlo en apenas cinco semanas vestido de favorito en su duelo con el Mallorca.
Impacto social
Y si deportivamente es importante ganar, sobre todo después de una sequía más prolongada que la de Arica y Parinacota, también lo es socialmente. Bizkaia se echaría a la calle, la gabarra volvería a surcar la ría y las imágenes darían la vuelta al mundo. El sentimiento de pertenencia, siempre firme e inquebrantable, se vería reforzado por los lazos del éxito y generaciones enteras vivirían en sus propias carnes las historias contadas por sus padres y abuelos. Han visto fotos y vídeos, pero tras 40 años de batallitas de memoriosos conocerían el significado exacto de las palabras pasión y orgullo. Por todo ello peleará el Athletic en La Cartuja, por un título y por el corazón de su pueblo, cuyo pulso se aceleraría al paso de una embarcación que solo ha salido dos veces. Ahora tiene que ser la tercera porque el equipo transmite que el tiempo de lágrimas toca a su fin.
Han llorado bastante el Athletic y su gente. Han llorado juntos en Mestalla (2009), Vicente Calderón (2012), Camp Nou (2015) y a distancia en La Cartuja (ediciones 2020 y 2021, jugadas en abril de este último año por la pandemia). También lloraron en Bucarest (2012), en su segunda final europea de la historia perdida por incomparecencia ante el Atlético. Anoche se tomaron una pequeña revancha frente a los 'colchoneros', para los que San Mamés supuso demasiada tela que cortar. Los rojiblancos ganaron las Supercopas de 1984, 2015 y 2020, y perdieron las de 2009 y 2022. Ahí no hubo ni lágrimas ni gabarra. La gabarra sale solo en días grandes y pasea títulos que congregan a un millón de personas a ambos lados de la ría. Una estampa que está a poco más de un mes de reproducirse.
En los últimos 15 años, el Athletic habrá disputado la friolera de 11 finales entre Copa (6), Europa League (1) y Supercopa (4). La undécima será la de La Cartuja, en Sevilla, donde le aguarda una cita con la historia. Tras cuatro décadas de silencio, el ruido debe instalarse en el estadio de la capital hispalense. Y cuando lo haga todo el mundo verá de qué están hechos el Athletic y su gente: pasión, sentimiento, pertenencia, fidelidad, orgullo y sueños. Es el hilo que cose un escudo centenario y una manera singular de sentirlo, listo para suturar una brecha de 40 años. En 1984 cayó la última, y en 2024 debe llegar la primera que anuncie el principio de una nueva era de un equipo ganador.
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