El proyecto de Garitano en situación crítica
Condenado a los altibajos permanentes en su juego y en sus resultados, el Athletic terminó 2020 en el peor momento
En el fútbol, la regularidad se asocia automáticamente a una virtud, la que muestran los equipos con una trayectoria sana y predecible. Existe, sin embargo, ... la regularidad contraria, es decir, la irregularidad estructural, la de los equipos indefectiblemente expuestos a los altibajos, los que no dejan de levantarse y caer, condenados a vivir peligrosamente en una montaña rusa interminable. El Athletic lo ha sido durante este 2020 al que acabamos de bajar la persiana con más satisfacción que el tendero premiado en la lotería que cumple por fin su sueño de dejarlo todo e irse a los mares del Sur.
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Si uno analiza el discurrir de los rojiblancos durante los pasados doce meses, la primera conclusión a la que llega es que, ya desde el primer momento, desde aquella sucesión de partidos de Liga y Copa en enero, el equipo no ha podido evitar dar una de cal y otra de arena. Podemos recordarlos. El Athletic comenzó empatando en el Sánchez Pizjuán y luego se deshizo del Sestao. El Celta le birló dos puntos en San Mamés y contra el Elche pasó un infierno para seguir vivo en la Copa. En Cornellá volvió a empatar contra un Espanyol que ya empezaba a oler a cadáver y en Tenerife salió vivo de milagro. El equipo de Garitano comenzaba a emitir señales contradictorias y contrapuestas. Sólo hay que pensar en los seis partidos siguientes. Chasco tras caer en San Mamés con el Getafe, éxtasis tras eliminar al Barcelona en la Copa, bajonazo después de perder el derbi en San Sebastián y subidón casi metafísico con el gran partido y la victoria en la Copa ante el Granada. Y tras esta enorme satisfacción, dos derrotas muy dolorosas ante Osasuna en casa y el Alavés en Mendizorroza.
Una gran pifia
La regularidad en esas oscilaciones vertiginosas era, evidentemente, un síntoma de debilidad. Y, desde luego, un problema de muy difícil solución, como se ha demostrado a lo largo de un año que ha terminado, precisamente, con una gran pifia en el momento más inoportuno y ante el peor rival posible. El Athletic no ha sido capaz de enderezar su rumbo errático. La temporada anterior, justo cuando comenzaba a tomar aire tras empalmar dos victorias seguidas contra el Villarreal y el Valladolid -y entre ambas la clasificación para la final de Copa-, se paró la competición por la pandemia. Pues bien, tras el regreso del fútbol, más de lo mismo. Primero ilusión y, cuando el objetivo europeo parecía más cercano, el batacazo final.
Aquel chasco dejó una resaca de decepción que ha tenido una gran influencia en el desarrollo de esta campaña que el Athletic comenzó de la peor manera posible: con la plantilla afectada por una grave racha de lesiones y un número importante de casos de coronavirus, dos circunstancias que hicieron imposible completar una pretemporada como Dios manda. Los aficionados recelaban del equipo, de manera que un buen arranque de Liga era crucial. Pues bien, los de Garitano ofrecieron justo lo contrario: un comienzo desolador con partidos horribles como los del Granada, el Cádiz y el Alavés. El proyecto de Garitano quedó completamente en entredicho para un sector importante de la hinchada y, dos meses y medio después, continúa igual o peor. Muchos, de hecho, lo dan por sentenciado.
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El derbi del jueves fue una oportunidad inmejorable para salir de ese círculo vicioso de buenas y malas noticias, de refrendos y ultimátums al entrenador, y el Athletic no sólo la desaprovechó sino que añadió una arista más a la crisis: la percepción de que no tiene remedio, de que este proyecto, tal y como está formulado y con las decisiones tan contumaces del técnico de Derio, está condenado a la irregularidad, a vivir en la duda permanente, hasta terminar la Liga en un puesto mediocre. Por ejemplo, el que ocupa ahora, duodécimo, junto a un montón de rivales -hasta diez- que fluctúan en cuatro puntos entre la novena posición y el descenso.
Y es que no es casualidad que el grupo de Garitano haya sido incapaz de ganar dos partidos seguidos, un objetivo que lleva persiguiendo -proclamarlo se ha convertido en un mantra después de cada triunfo- desde el 1-2 en Ipurua. Como tampoco es casualidad que sólo haya sumado cinco victorias en 16 jornadas. Pero olvidemos por un segundo los resultados, que a veces pueden no responder a los méritos, y centrémonos en el juego, en la propuesta de los rojiblancos y en su nivel competitivo. Pensemos en los últimos seis partidos, todavía recientes en la memoria: Celta, Valencia, Real Madrid, Huesca, Villarreal y Real. ¿Cómo puede haber semejantes diferencias de juego y actitud? No es algo que se pueda entender fácilmente, la verdad.
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¿Cómo explicarlo? Para empezar, no haciendo ningún caso a los comentarios de los jugadores. Tras la derrota del jueves, mientras todos los aficionados del Athletic supuraban por una herida que iba a amargarles la cena de Nochevieja, Muniain y Sancet dieron su versión del derbi. Lo de este último fue directamente pasmoso. «No hemos estado acertados de cara a gol y eso al final es lo que cuenta», aportó. ¿Pero qué partido vio este muchacho? ¿Cuántas oportunidades vio fallar a su equipo, que no remató una sola vez entre los tres palos? Y qué decir del capitán. «Ha decantado la balanza ese gol que nos han metido tan pronto», manisfestó. ¿Qué clase de equipo es aquel al que le decantan un partido si le meten un gol a los cinco minutos?
La derrota en el derbi y la falta de autocrítica tras el partido realizado fueron la peor manera de acabar el año
Bandazos según el día
Más lógico parece vincular esta falta recalcitrante de regularidad a dos factores que pueden darse por demostrados, ya que están apoyados en una base empírica abrumadora. El primero es que el Athletic es un equipo que no termina de fijar un estilo de juego y da bandazos según tenga el día. El segundo se antoja todavía más importante. Por decisión de su entrenador, más que discutible vistos los resultados, en este equipo ha habido y hay en posiciones cruciales una serie de jugadores fijos e intocables cuyo rendimiento no justifica en absoluto su titularidad. Al contrario, justifica su suplencia. Deben ser la solución y acaban siendo el problema. ¿O no lo fueron Muniain, Williams y Berenguer? De hecho, cada vez es más frecuente que Garitano los saque del campo cuando el equipo necesita remontar, algo inaudito. ¿Dónde ocurre algo así? ¿En qué otro equipos los jugadores franquicia son sustituidos una y otra vez cuando pintan bastos? El caso es que el Athletic empieza 2021 igual que el 2020, sin saber bien a dónde va, pero con el crédito de su entrenador mucho más disminuido. O sea, peor.
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