40 años de aquella final de Copa que ganó el Athletic y acabó en tangana

El Domingo de Resurrección el Athletic se la jugaba en el Luis Casanova y allí acudimos 20.000 athleticzales desde Bilbao y desde todo el Mediterráneo vacacional. Sabíamos que la segunda Liga consecutiva pasaba por ganar a un Valencia que no se jugaba nada. Ocupamos toda una tribuna rojiblanca con sillitas de madera que los anfitriones no se habían molestado ni en limpiar. El apoyo y el dominio fueron abrumadores hasta que por fin Dani adelantó al Athletic. Cuando lo más difícil parecía hecho, vino una contra ché con vaselina a Zubizarreta, empate que los locales celebraron como un título. Recuerdo la desesperanza de Urkiaga en el suelo, pero aún quedaba tiempo, y en un ataque en tromba final llegó el 1-2 con cabezazo en carrera de Txema Noriega. Alegría indescriptible que anticipaba el alirón, y que tendría eco a miles de kilómetros, en plena guerra de El Salvador, donde en un momento dramático, refugiados en un campanario con una radio, Jon Sobrino daba cuenta a Ignacio Ellacuría del gol 'salvador'. Dos hombres de fé. También en el Athletic.

La victoria in extremis del Turia ponía al alcance la Liga ganando el derbi contra la Real, y así fue con los dos goles de Liceranzu, el segundo el 3.000 en la historia zurigorri, después de que Uralde nos pusiera un nudo en la garganta. Lo vivimos junto al césped, sufriendo lo que no está escrito hasta la euforia final. Aunque la celebración tenía que esperar.

Porque quedaba otro gran objetivo: ganar seis días después la Copa al Barça de Maradona. Y como había que estar en el Bernabéu allí que nos fuimos los forofogoitias universitarios.

Difícil de imaginar hoy a decenas de aficionados escalando las columnas del estadio madridista y colándose hasta desbordar la grada, donde tuvimos que ver el partido subidos en latas de cerveza. Y en esa portería llegó el célebre y paradójico gol: centro con la derecha de Estanis Argote y remate con la zurda de Endika. Nadamos en un mar de banderas. A partir de ahí el Athletic maniató a las figuras culés, Schuster y Maradona, cada vez más desesperados por la superioridad física y táctica de los nuestros.

Con el pitido final vino la guerra, la batalla campal nacida del mal perder del Pelusa, tan gran jugador como controvertido deportista. El duelo de los banquillos también fue de antología, Javier Clemente, monje y guerrero a la vez, ante el Flaco Menotti, ideólogo de humos en un Barcelona que vería marchar por la puerta de atrás al Diego rumbo a Nápoles.

Reconozco que en el jolgorio victorioso casi no nos enteramos de la macro tangana, y nos dirigimos en éxtasis al hotel Mindanao donde en primerísima línea pudimos recibir a una tropa que volvía magullada del frente, con el trofeo conquistado bien aferrado por el capitán Dani, como si todavía nos lo pudieran arrebatar. La noche madrileña fue larga, una Aste Nagusia exportada. Algo así como la de Sevilla 40 largos años después.